miércoles, 11 de septiembre de 2019

Son tiempos difíciles para los soñadores

"Verá, mi pequeña Amélie, usted no tiene los huesos de cristal. Podrá soportar los golpes de la vida. Si usted deja pasar esta oportunidad, con el tiempo, su corazón se irá volviendo seco y frágil como mi esqueleto. ¿A qué espera? Ande, vaya a por él."


lunes, 2 de septiembre de 2019

De los recuerdos (2)

Hoy, después de muchos años, he vuelto a nuestra pequeña parcela. Cuando mi madre me propuso ir esta mañana, no dudé ni un solo segundo. A raíz de mi "viaje al pasado", me he dado cuenta de lo curioso que resulta el mecanismo de la memoria; de cómo hace y deshace a su antojo con nuestros recuerdos. Solo así podría explicar cómo aquellos recuerdos que siempre creí nítidos y certeros, se desvanecen con el paso del tiempo para confirmar mi error. Es por eso por lo que me sorprende haber comprobado que la antigua furgoneta que ocupa parte de nuestra tierra es azul y no beig. Es por eso por lo que tampoco recordaba que mi padre plantó allí uno de los últimos árboles de navidad que iluminó nuestra casa en fechas tan señaladas. Hoy, el pequeño pino que adornaba nuestro salón hace algunos años, se ha convertido en un enorme árbol que ha crecido con el paso del tiempo. También he visto cómo se ha secado el estrecho canal en el que mojaba mis pies en las calurosas tardes de verano. Todo parece haber tomado "otro color". Todo parece haber cambiado, excepto la imagen de una niña que hoy, después de tantos años, ha decidido saborear el fruto del pasado para así deleitarse con la nostalgia de una infancia jamás perdida. 

Ahora recuerdo que en la primera entrada de este blog hacía referencia, precisamente, a aquellos días en los que la felicidad tenía otro sentido mucho más puro e inocente. 

Aquí va:

"Recuerdo los viajes a la parcela en aquella puch condor negra y amarilla. Yo, con mis menudas y débiles manos, me agarraba fuerte a tu barriga y dejaba caer la cabeza sobre tu espalda. El viento despeinaba mi cabello negro, y a través de las pequeñas aberturas que los pelos dibujaban en mis ojos vislumbraba los campos marrones y verdes vestidos de la fruta o flor característica de cada estación del año.

Solía acompañarte los días de verano y recibía el mayor regalo que la naturaleza podía ofrecerme: un campo cálido y dorado por el sol en el que el cielo se fundía con la tierra. Era como asistir a un espectáculo mágico, cuyo acto culmen era tu aparición en escena con las herramientas necesarias para trabajar el campo; para trabajar tu campo. Yo, como la más ferviente de las espectadoras, como tu fan número uno,  contemplaba cada acción desde mi palco singular: un estrecho canalillo, situado bajo una higuera, por donde manaba una corriente de agua fría; corriente que tantas y tantas veces refrescó mis pies en las calurosas tardes de verano.

Hoy, 15 o 16 años después, conservo en la valiosa cajita que es la memoria estos recuerdos como si de tesoros se tratasen. Y lo son, y lo seguirán siendo mientras conserve la lucidez.

Quizá un día de estos, aunque el agua hiele mis pies, aunque la higuera esté triste y desprovista de frutos, aunque nuestra tierra agonice sumida en la nostalgia, vuelva a ti. Quizá un día de estos, aunque tú no estés, yo vuelva, y nos vea allí a los dos: a ti, trabajando tus tierras, y a mí, admirándote de nuevo, como siempre".