jueves, 24 de diciembre de 2020

Ocho

(Una lágrima preñada de horror y de desesperación surcaba mi mejilla, ajada ya por el dolor).

El 4, día que nací, es múltiplo de 24, el día que te fuiste hace 8 años, múltiplo también de 4. Qué curioso que dedicándome a las letras me ponga a hacer cuentas a estas alturas con los números.

4, 8 y 24, pero ninguno te devuelve a casa, ninguno te trae de regreso a este hogar que sigue tan inhóspito desde tu partida.

Hoy vuelvo a alimentar tu ausencia con la poesía de Miguel Hernández, que perdió también en un día como hoy a quien fue su compañero del alma, a Ramón Sijé.  Miguel Hernández le decía a su amigo que volvería a “su huerto y a su higuera”, como yo todos estos días, cuando mis recuerdos me han llevado de viaje a la higuera que me cobijaba del calor asfixiante durante todos los veranos de mi infancia. Desde allí te veía trabajar mientras yo descansaba bajo la sombra de un árbol gigante. Y no, papá, no, “no hay extensión más grande que mi herida,/ lloró mi desventura y sus conjuntos/ y siento más tu muerte que mi vida”.

Sigo con “La nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico” de Mariano José de Larra, y es fácil apoyarse en las palabras de otro para expresar lo que una siente cuando este comienza su escrito así:

El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece sin embargo un día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno.

También leo “Trienios. Diario y bestiario de un funcionario” de Jorge Márquez. En uno de sus textos, titulado “24 de diciembre", dice:

           ¿Dónde han ido a esconderse todos los sonidos de la casa? 

            Tanto silencio. ¿Te los has llevado tú?                           

            ¿Has cogido tú los ruidos de la casa?  Apenas queda un eco. 

Eso me pregunto yo, ¿dónde?, porque es cierto que apenas queda un eco.

Y así me encuentro otro año aquí, leyendo y leyéndote; escribiendo y escribiéndote. Volviendo a establecer una analogía entre tu recuerdo y las palabras, esas que me sirven de bálsamo y refugio, porque temprano levantó la muerte el vuelo y no nos dio tiempo, pero teníamos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.