Hoy he terminado de leer El huerto de Emerson, de Luis Landero. En el capítulo 5 de este (“El niño y el sabio”), Luis L. habla a sus alumnos y les dice lo siguiente:
Y es que, como decía un filósofo, lo extraordinario y
original no está más allá, sino más acá, confundido con las horas más humildes
de nuestra vida. ¿Queréis llegar a Ítaca y reinar sobre vosotros mismos? Pues
bien, abrid los ojos y mirad el mundo. Os juro que todo es interesante, todo es
nuevo, cuando se mira con intensidad y con paciencia. Así miró Van Gogh los
girasoles, y con su mirada los inventó de nuevo. Las cosas que nos rodean están
por descubrir. Y es que vamos por la vida demasiado aprisa, sin fijar la mirada
en las cosa, sin pararnos a descubrirlas y a pensarlas. Y, lo que es peor,
damos las cosas por sabidas. Vivimos de segunda mano. Nos acomodamos a la
costumbre, que es el peor y más declarado enemigo del conocimiento. Por eso,
contra la modorra de la costumbre la vigila del asombro. Bienvenidos pues a
Ítaca. Apuntad eso en vuestros cuadernos. Pero también les decía que el arte y
el hábito de observar y pensar por cuenta propia no son fáciles ni se dan en
balde. Quizá por eso, pocos son los que miran o leen con sus propios ojos y
oyen con sus propios oídos, y piensan y sienten con su inteligencia y con su
corazón. Esa tarea exige lentitud, en un mundo donde todo invita a la velocidad
anestesiante y a la fugacidad de la cosas y de las ideas. Exige también soledad y recogimiento. Los
mejores frutos que ha dado la filosofía, o la ciencia o el arte, han surgido de
esa actitud ante la vida que yo os invito a hacer vuestra de una vez para
siempre. Y exige, además, y esto es acaso lo más difícil de todo,
concentración. Concentrarse en imaginar y sentir intensamente algo hasta
hacerlo presente. El olor de una manzana, el sabor de una magdalena, el tacto
de una hoja de higuera, la expresión de miedo en la cara de un condenado a
muerte, el sonido lejano de un trueno, el proceso de apagamiento del color de
la cal de los muros de una casa al atardecer, el dolor de una herido, la
plenitud sentimental de un enamorado… Apuntad estas tres palabras en vuestros
cuadernos: lentitud, soledad, concentración.
Después de leerlo he pensado, otra vez,
en lo amargo que me resulta marzo, convertido además en la antesala de otro mes
que se antoja poco agradable para mí: meses que se componen de “fechas que te
permiten retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma de
hoy, de ahora”. Hablo de mi padre y de María. El 27 de marzo se cumple un año
del fallecimiento de mi amiga y el de abril- 27 también- 75 del nacimiento de
mi padre.
Una vez más he hecho caso a las
palabras de quien me ha acompañado en mi recogimiento
durante tantas horas y he pensado en cómo- si dejamos que la memoria, con lentitud, soledad y concentración, hagan
su trabajo- una canción, un poema, el fragmento de un libro, una palabra, una
voz, un olor, un beso, un abrazo, una situación o una fecha te permiten
retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma de hoy, de
ahora. También el olor a tierra mojada o la fragancia de un perfume que se
queda impregnada en el aire cuando un desconocido pasa por tu lado y te hace
volver a otra persona. O cuando regresas a aquel lugar que sigue siendo el
mismo, a pesar de que las personas que lo ocuparon un día ya no lo sean, no
estén o no compongan el emblema que figura entonces en ese cuadro. Al hacerlo, de inmediato, han acudido a mi memoria mi padre
y María en un torrente de imágenes y situaciones que ni siquiera recordaba. O
peor, de recuerdos que ni siquiera sabía que existían. Con ellos, sus voces,
sus fragancias, sus besos, sus abrazos y sus palabras me han acompañado durante
todo este escrito. Sí, es necesario “concentrarse en imaginar y sentir
intensamente algo hasta hacerlo presente” y fijar la mirada en las cosas,
parándonos a descubrirlas y pensarlas. Ahora no sé si debo agradecer esto a la
memoria o a la inteligencia del corazón. Quién sabe.
II
Volveremos a vernos
con la urgencia del sediento
que en mitad del desierto
se desvanece ante el milagro del agua.
Volveremos a vernos
en el sonar de la melodía
que apacigua a las bestias.
Volveremos a vernos
cuando el recuerdo nos inunde
con la armonía del ayer.
Volveremos a vernos
Cuando
este tiempo
se nos confiese
como el único verdadero.
IV
Perdí tu mano compañera
y las ganas de saber
cuándo muere ya esta herida
cuándo deja de doler.
VII
Tu voz cobra fuerza
en esta aciaga oscuridad
que se desvanece fugazmente
al caer la noche.
No puedo oírla.
Me incorporo.
no la escucho
me esfuerzo
me detengo.
De ti me llega
el sonido imperceptible
del mundo
el crepitar de la vida
en esta soledad inmunda.
XXIV
El número veinticuatro me es fatal.
Cerró el ciclo de una vida
que con nostalgia crecida
alimento ahora que no estás.