domingo, 20 de marzo de 2022

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 Hoy he terminado de leer El huerto de Emerson, de Luis Landero. En el capítulo 5 de este (“El niño y el sabio”), Luis L. habla a sus alumnos y les dice lo siguiente:

Y es que, como decía un filósofo, lo extraordinario y original no está más allá, sino más acá, confundido con las horas más humildes de nuestra vida. ¿Queréis llegar a Ítaca y reinar sobre vosotros mismos? Pues bien, abrid los ojos y mirad el mundo. Os juro que todo es interesante, todo es nuevo, cuando se mira con intensidad y con paciencia. Así miró Van Gogh los girasoles, y con su mirada los inventó de nuevo. Las cosas que nos rodean están por descubrir. Y es que vamos por la vida demasiado aprisa, sin fijar la mirada en las cosa, sin pararnos a descubrirlas y a pensarlas. Y, lo que es peor, damos las cosas por sabidas. Vivimos de segunda mano. Nos acomodamos a la costumbre, que es el peor y más declarado enemigo del conocimiento. Por eso, contra la modorra de la costumbre la vigila del asombro. Bienvenidos pues a Ítaca. Apuntad eso en vuestros cuadernos. Pero también les decía que el arte y el hábito de observar y pensar por cuenta propia no son fáciles ni se dan en balde. Quizá por eso, pocos son los que miran o leen con sus propios ojos y oyen con sus propios oídos, y piensan y sienten con su inteligencia y con su corazón. Esa tarea exige lentitud, en un mundo donde todo invita a la velocidad anestesiante y a la fugacidad de la cosas y de las ideas.  Exige también soledad y recogimiento. Los mejores frutos que ha dado la filosofía, o la ciencia o el arte, han surgido de esa actitud ante la vida que yo os invito a hacer vuestra de una vez para siempre. Y exige, además, y esto es acaso lo más difícil de todo, concentración. Concentrarse en imaginar y sentir intensamente algo hasta hacerlo presente. El olor de una manzana, el sabor de una magdalena, el tacto de una hoja de higuera, la expresión de miedo en la cara de un condenado a muerte, el sonido lejano de un trueno, el proceso de apagamiento del color de la cal de los muros de una casa al atardecer, el dolor de una herido, la plenitud sentimental de un enamorado… Apuntad estas tres palabras en vuestros cuadernos: lentitud, soledad, concentración.

Después de leerlo he pensado, otra vez, en lo amargo que me resulta marzo, convertido además en la antesala de otro mes que se antoja poco agradable para mí: meses que se componen de “fechas que te permiten retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma de hoy, de ahora”. Hablo de mi padre y de María. El 27 de marzo se cumple un año del fallecimiento de mi amiga y el de abril- 27 también- 75 del nacimiento de mi padre.

Una vez más he hecho caso a las palabras de quien me ha acompañado en mi recogimiento durante tantas horas y he pensado en cómo- si dejamos que la memoria, con lentitud, soledad y concentración, hagan su trabajo- una canción, un poema, el fragmento de un libro, una palabra, una voz, un olor, un beso, un abrazo, una situación o una fecha te permiten retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma de hoy, de ahora. También el olor a tierra mojada o la fragancia de un perfume que se queda impregnada en el aire cuando un desconocido pasa por tu lado y te hace volver a otra persona. O cuando regresas a aquel lugar que sigue siendo el mismo, a pesar de que las personas que lo ocuparon un día ya no lo sean, no estén o no compongan el emblema que figura entonces en ese cuadro. Al hacerlo, de inmediato, han acudido a mi memoria mi padre y María en un torrente de imágenes y situaciones que ni siquiera recordaba. O peor, de recuerdos que ni siquiera sabía que existían. Con ellos, sus voces, sus fragancias, sus besos, sus abrazos y sus palabras me han acompañado durante todo este escrito. Sí, es necesario “concentrarse en imaginar y sentir intensamente algo hasta hacerlo presente” y fijar la mirada en las cosas, parándonos a descubrirlas y pensarlas. Ahora no sé si debo agradecer esto a la memoria o a la inteligencia del corazón. Quién sabe.

 

II

Volveremos a vernos

con la urgencia del sediento

que en mitad del desierto

se desvanece ante el milagro del agua.

 

Volveremos a vernos

en el sonar de la melodía

que apacigua a las bestias.

 

Volveremos a vernos

cuando el recuerdo nos inunde

con la armonía del ayer.

 

Volveremos a vernos

Cuando  este tiempo

se nos confiese

como el único verdadero.

 

IV

Perdí tu mano compañera

y las ganas de saber

cuándo muere ya esta herida

cuándo deja de doler.

 

VII

Tu voz cobra fuerza

en esta aciaga oscuridad

que se desvanece fugazmente

al caer la noche.

 

No puedo oírla.

Me incorporo.

no la escucho

me esfuerzo

me detengo.

De ti me llega

el sonido imperceptible

del mundo

el crepitar de la vida

en esta soledad inmunda.

 

XXIV

El número veinticuatro me es fatal.

Cerró el ciclo de una vida

que con nostalgia crecida

alimento ahora que no estás.