Es habitual advertir en estas fechas- cuando queda poco más de un mes para cerrar otro año más- cómo la gente piensa y se obsesiona con el futuro y con todas aquellas cosas que quiere conseguir de cara al año que viene (“voy a dejar de fumar”, “empezaré a ir al gimnasio”, “estudiaré más”, “cuidaré más mi alimentación”, y un sinfín de promesas que, en la mayoría de los casos, quedan reducidas al pensamiento y no a la acción), como si la distancia del 31 de diciembre al 1 de enero fuese un periodo de tiempo abismal que nos permite cambiar o mejorar todo aquello que no nos gusta de nosotros mismos. En cambio yo, durante este tiempo, me ocupo de instalarme en el pasado, en ese pretérito que me permite regresar a ti, olvidándome de todo lo que está por venir, de todo lo que queda por vivir e incluso de lo que está sucediendo ahora. Vago por un océano de recuerdos que me reconfortan más que pensar que mañana puedo ser mejor persona o mejor profesional. Y así, otra vez, como cada año por estas fechas, regreso a la infancia y me convierto en esa niña que se sentaba encima de ti en el sillón para ver la televisión. Veo cómo me coges en brazos para llevarme a la cama con mamá cuando tú te vas a trabajar. Veo cómo te miro y admiro mientras trabajas la tierra. Nos veo montados en la Puch Condor amarilla y negra en nuestros viajes a la parcela. Veo crecer tu risa, cómplice de la mía, mientras te comes el arroz insípido que ha preparado tu hermana. Veo cómo llego tarde a la recuperación de Matemáticas porque para ti era impensable pasar de 50km/h. Veo tu plato de anchoas, seis aceitunas y un tomate. Veo tu copa de vino tinto. Veo tu cuerda a modo de cinturón. Nos veo juntos viendo un partido del Barsa. Veo tu radio y tu botella de agua de por las noches en la mesilla. Veo cómo vuelves a contarme la historia de cómo conseguiste nuestra casa. Veo tus arrugas, tu pelo ya cano y una sonrisa que no envejece a pesar de los estragos de la edad y la enfermedad. Y otra vez juego con los números (47(4/7), 27/ 24) y las palabras para ver si así desaparece la nube de melancolía y nostalgia que me invade cada vez que veo y miro y me doy cuenta de que sigue pasando el tiempo y tú no estás, y tú no vuelves, y tu ausencia pesa igual o más que el primer día. Y otra vez juego, como una niña, a volver al pasado desde el presente.
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