martes, 20 de febrero de 2018

Nocturna

Semblante

Jorge ha hecho este dibujo y me lo ha mandado hace un rato. Dice que es un boceto, pero no lo es. Le he pedido que no retoque absolutamente nada, porque no hace falta; es y está perfecto.
Jorge ha hecho este dibujo hoy, cuando quedan cinco días para que Landero reciba el Premio Centrifugados 2018.

lunes, 19 de febrero de 2018

En las frías aguas del río Tormes

Se lo decía a Jorge el otro día, mientras paseábamos por el camino que desemboca en  los dos puentes que cruzan Salamanca. Bajamos por la noche con la intención de ver la Catedral iluminada en el río Tormes, como nos había recomendado Carlos. Cuando vi aquella majestuosa y emblemática construcción dibujarse en las frías aguas del río, me sentí afligida y no pude más que llorar. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de quien sentía un hondo pesar por quien nunca vio un espectáculo tan mágico y simple; de quien sentía una profunda tristeza por los ojos que ya no podrán mirar maravillados una obra de arte tan natural y exquisita, y por los labios que, callados como en Tabú –una representación de quince minutos que vimos al día siguiente en La Malhablada– jamás volverán a pronunciar palabra alguna. Así, mientras la Catedral se dibujaba en las frías aguas del río Tormes.




Pasen y vean

-Pero, ¿es cierto eso de que en las casas particulares o privadas las señoritas esperan debajo de la mesa camilla para realizar felaciones a los hombres que visitan estas?

Estaba segura de que no me estaba inventado aquello, de que lo había escuchado en algún lugar.

Corría un caluroso día de febrero mientras se reunían en el bar del pueblo, como cada domingo, aquellas personas cuya única intención era la de mitigar el cansancio de toda una semana; la de vomitar todo lo que afligía y cansaba, todo el tedio, toda la angustia, toda la desesperanza y la apatía. Como un ritual: “Jose, pon tres cañas y una copa”, y las que iban a ser solo tres jamás eran tres, porque a pesar del agotamiento y de las obligaciones, aquellas personas que cada domingo se convertían en tu familia,  conseguían que todo lo que no sucedía entre esas cuatro paredes diese igual. Y daba, créame, incrédulo lector.

-No, te equivocas. Las niñas que hay en aquellas casas, siete u ocho, prestan sus servicios sexuales a quienes están dispuestos a pagar por ellos, pero primero se aseguran de que sea así. Te esperan, eso sí, sentadas alrededor de la mesa camilla e intentan conquistarte. En realidad, eres tú quien las conquistas a golpe de talonario.

A mí siempre me había desencantado ese mundo; no entendía cómo se puede traficar con algo tan puro, natural y bello como el cuerpo de una mujer. No suelo fiarme de quienes recurren al sexo como compra para satisfacer sus necesidades, a veces, vitales. Supongo que todo lo que se compra es porque está dispuesto a venderse. Ocurre también con los sentimientos, no solo con el sexo.

Absortos en aquella conversación seguían, en dos mesas dispuestas para ocho personas, aquellos cuatro jóvenes. La tarde empezaba a caer, a diferencia de la conversación, que siempre subía. El ambiente invitaba a quedarse allí y a olvidarse, por unos segundos, de lo mezquino del mundo y de las personas; de la mediocridad de la existencia, pero a las cinco menos veinte llegó ese aviso que anuncia el “por hoy ya es suficiente; vuelvan a sus casas y sigan, amablemente y con disposición, el curso de toda la semana. Les esperamos, como cada domingo, en esta barra donde, siempre, encuentran consuelo las almas atormentadas”.