lunes, 19 de febrero de 2018

Pasen y vean

-Pero, ¿es cierto eso de que en las casas particulares o privadas las señoritas esperan debajo de la mesa camilla para realizar felaciones a los hombres que visitan estas?

Estaba segura de que no me estaba inventado aquello, de que lo había escuchado en algún lugar.

Corría un caluroso día de febrero mientras se reunían en el bar del pueblo, como cada domingo, aquellas personas cuya única intención era la de mitigar el cansancio de toda una semana; la de vomitar todo lo que afligía y cansaba, todo el tedio, toda la angustia, toda la desesperanza y la apatía. Como un ritual: “Jose, pon tres cañas y una copa”, y las que iban a ser solo tres jamás eran tres, porque a pesar del agotamiento y de las obligaciones, aquellas personas que cada domingo se convertían en tu familia,  conseguían que todo lo que no sucedía entre esas cuatro paredes diese igual. Y daba, créame, incrédulo lector.

-No, te equivocas. Las niñas que hay en aquellas casas, siete u ocho, prestan sus servicios sexuales a quienes están dispuestos a pagar por ellos, pero primero se aseguran de que sea así. Te esperan, eso sí, sentadas alrededor de la mesa camilla e intentan conquistarte. En realidad, eres tú quien las conquistas a golpe de talonario.

A mí siempre me había desencantado ese mundo; no entendía cómo se puede traficar con algo tan puro, natural y bello como el cuerpo de una mujer. No suelo fiarme de quienes recurren al sexo como compra para satisfacer sus necesidades, a veces, vitales. Supongo que todo lo que se compra es porque está dispuesto a venderse. Ocurre también con los sentimientos, no solo con el sexo.

Absortos en aquella conversación seguían, en dos mesas dispuestas para ocho personas, aquellos cuatro jóvenes. La tarde empezaba a caer, a diferencia de la conversación, que siempre subía. El ambiente invitaba a quedarse allí y a olvidarse, por unos segundos, de lo mezquino del mundo y de las personas; de la mediocridad de la existencia, pero a las cinco menos veinte llegó ese aviso que anuncia el “por hoy ya es suficiente; vuelvan a sus casas y sigan, amablemente y con disposición, el curso de toda la semana. Les esperamos, como cada domingo, en esta barra donde, siempre, encuentran consuelo las almas atormentadas”.

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