Así se titula uno de los poemas que conforman el libro Una razón para vivir (Tusquets, 1998) de Ángel Rupérez. Lo tenía en mi mesa de la BC desde aquel día en que David y yo bajamos a BC3 a colocar uno de esos carros, repletos de libros, que tantas veces hemos empujado. A veces nos detenemos en la primera estantería del depósito, para ojearla de nuevo, como si todas las semanas entrase mercancía nueva. No entra, pero siempre encontramos algo que nos interesa. Pues eso, que hoy, 9 de mayo, he abierto por primera vez un libro que tenía en mis dominios desde hace más de dos semanas. Extraño pero cierto. El caso es que, jugando, como acostumbro a hacer cada vez que ojeo por primera vez un libro (sobre todo si es de poesía), me he topado con “Una fecha del calendario” (hoy, 9 de mayo) y, después, 6 páginas más adelante, con “Los adioses”. También he leído “El agua del surtidor”, que no sé por qué (sí, sí sé por qué) me ha recordado a una escena que quizás viví hace algunos años, una noche cálida de otoño. Aquel día, en una charca alejada de la ruidosa ciudad, un pequeño grupo de peces chapoteaba sobre las aguas contamidas por el reflejo de una luna espléndida y mágica. Todo esto bajo la atenta mirada de dos espectadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario