sábado, 28 de julio de 2018
jueves, 26 de julio de 2018
Palabras
El otro día, ordenando recuerdos en forma de cartas,
papeles y carpetas, encontré un sobre blanco, mediano, en cuyo centro se
encontraba, en mayúsculas, una sola palabra: “Mabel”. Conocí la letra de
inmediato (una de las más bonitas que, hasta hoy, he visto y leído). Conjeturé
sobre el contenido de esta, pensando que se trataba de una pequeña nota
elaborada a raíz de un regalo “trampa” de cumpleaños. Recuerdo que hace unos 5
años —quizá sean más— Jorge me dio un sobre similar, que contenía 20 euros y un
breve texto que decía algo así: “es para lo que me daba el presupuesto, aunque
también te he dejado un detallito arriba,
en tu casa”. El detallito era una cámara digital rosa que quería y que sigo conservando
hoy, no como aquella carta, que parece haber desaparecido. Por fin abrí el sobre y encontré un texto
encabezado con las siguientes palabras “¿Sabes por qué te quiero”? Leí más
abajo y, cuando vi que se trataba de una lista numerada, sabía que serían 13 razones las que conformarían, y
confirmarían, aquel escrito. Me fui al final del folio y, en efecto, 13 razones.
Después de leer la carta, pensé, y escribí, lo siguiente: “Me encantaría que
todas las personas del mundo recibiesen, al menos una vez en la vida, una carta
así. Me encantaría que a todo el mundo le hiciesen sentir así de especial, al
menos una vez en la vida. Una vez más vuelvo a afirmar que se puede hacer magia
con unas cuantas palabras, pero la magia surge, de verdad, cuando los hechos
hacen que estas cobren realmente su sentido”. Me acordé de un poema de Eloy Sánchez Rosillo titulado
“El fulgor del relámpago” y, después de buscarlo en el libro, me recreé en los
cuatro primeros y últimos versos de esta composición.
Hoy he ido con Gerardito a Badajoz. Me ha regalado El mágico aprendiz, la única novela de
Luis Landero que no tenía. Cuando he empezado a leerla, me he percatado de que
el inicio, no solo me resultaba familiar, sino que sabía lo que iba a ocurrir o
lo que se iba a decir en las siguientes líneas (“Vivir es un enredo. No merece
la pena”). He continuado sin darle importancia a esto, hasta que me he topado
con dos fragmentos que quería recoger en una libreta en la que, desde hace unos
meses, apunto el título del libro, la fecha en la que inicio su lectura (quizá
también debería el día que lo acabo), el autor, la editorial, el año de edición
(solo de algunos; qué cabecita), y las citas en las que me gusta recrearme
después de la lectura (debajo, la página). En esas estaba hace un rato cuando,
al abrir la libreta, me he dado cuenta de que la página 16 estaba escrita con
los siguientes datos: El mágico aprendiz,
de Luis Landero (Tusquets). 04/02/2018, más eso de “Vivir es un enredo. No
merece la pena” y las dos citas que ahora iba a recoger de nuevo. Imagino que
si, dentro de X años, leyese otra vez
la obra, decidiría copiar, a lo mejor ya en otra libreta, las mismas citas,
precisamente por esa razón: porque hay palabras mágicas que se quedan a vivir
para siempre en nosotros. A mí también me gustaría escribir algo como lo que
escribió Jorge para mí un día, o como lo que descubro en Landero cada vez
que lo leo. Pero no, aquí estoy, leyendo y recogiendo las palabras de otros.
Ahora apunto:
Retomo lectura el 26/07/2018. Más bien, vuelvo a
empezar con la lectura.
A veces, como
hoy, le da por pensar en lo que podía haber sido su vida bajo otras
circunstancias, pero no se le ocurre nada: vagamente piensa en otras tierras,
otras amistades, otros gestos quizá, una mujer, un hijo. Tuvo una novia durante
cinco años. Se llamaba Isabel. Se casó y vive no lejos del barrio, y durante
mucho tiempo la ha visto a veces por la calle con un hombre y dos niños que
ahora son ya muchachos. Un día averiguó su domicilio y la llamó por teléfono.
Pero no dijo nada: oyó su voz y colgó. Y al oír la voz sintió una nostalgia
arrasadora, aunque también una gran liberación, por lo que podía haber sido su
vida de casado, por los espacios compartidos, por el hijo que ya nunca tendrá. Piensa
en esas vidas posibles si hubiese seguido estudiando Historia y fuese ahora
profesor o arqueólogo, si su padre no hubiese muerto tan pronto, si hubiera
nacido un siglo antes, si se hubiera ido a vivir a otra ciudad. Pero todo es
demasiado irreal para que ese sentimiento de pérdida o error arraigue en la
conciencia.
jueves, 19 de julio de 2018
Conversación entre luces
-He ido esta tarde a buscar el coche a de J. y me ha dicho que lo que el coche tenía estropeado era el manguito rotador, y que por eso me dejó tirada, hace una semana, a la altura de La Roca.
-¿Estás segura de que te dijo que fue por el manguito rotador?
(Se muerde el labio inferior, esboza una sonrisa y se lleva una mano a la frente)
-¿Estás segura de que te dijo que fue por el manguito rotador?
(Se muerde el labio inferior, esboza una sonrisa y se lleva una mano a la frente)
viernes, 13 de julio de 2018
Andrea va a la universidad
Y
sorprende el abismo que separa un beso cariñoso a una niña indefensa e
inocente, de una conversación con una mujer ya adulta que empieza la
universidad en septiembre. Andrea me contaba con pelos y señales su experiencia
en selectividad (también la de un amigo suyo que, siendo “un genio” en química,
sacó un 1. Ese 1 iba acompañado de un 0 detrás que, al parecer, quedó en el limbo cuando se subieron las notas
a la plataforma). Me gusta que en 17 años escasos estén concentradas, tan bien,
tanta inteligencia, responsabilidad, pasión y buen hacer. Así es Andrea, quien
hoy, con tono y espíritu de protesta, me decía que estaba cansada de oír: “Andrea,
eres muy inteligente y muy trabajadora para acabar haciendo magisterio”. Yo
callaba y ella me (se y les también) decía: “prefiero hacer
algo que de verdad me guste y que tenga ganas de hacer, que algo que no me
produzca nada, aunque esté mejor visto o tenga
más futuro”. Yo no sé, de verdad, por qué a cada cosa o conversación
cotidiana de mi vida se asoma siempre Luis Landero. En este caso con Félix y Gregorio Olías,
cuando el primero le dice al segundo que se alegra de que no hubiese
escuchado nunca la palabra “afán” (“pues mejor, porque esa es una palabra
maldita”). Pues mejor no, Andrea; pues eso, afán. Ese que me empuja a mí a
llegar a casa y buscar, antes de hacer cualquier otra cosa, un fragmento de un
libro que me recuerda a otro de otro. En este caso, de Retrato de un hombre inmaduro en Juegos de la edad tardía, una de mis cuentas pendientes. Y es que
las cuentas, y sobre todo las pendientes, hay que saldarlas cuanto antes, que una
nunca sabe lo que la vida le tiene preparado para después.
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Juegos de la edad tardía. |
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