viernes, 2 de agosto de 2019

27/1


El viernes pasado, a estas horas, hablaba con mi hermana Elena. Me decía que Marta llegaba de viaje en unas horas, que "subiese a tomar algo con ellas". Ese mismo día también tuve el placer de escuchar un fragmento de la que será la próxima obra de un vecino de este pequeño pueblo que es San Francisco de Olivenza. Así, sin comas, como las primeras páginas de Señas de identidad, de Juan Goytisolo. Es una de esas personas que, a pesar de explicar matemáticas a sus alumnos, valora la literatura y nos confirma que sí, que las letras y los números pueden ir perfectamente de la mano. Al día siguiente, sábado, cerca de la una del mediodía, tuve un accidente que pudo costarme la vida. Hoy, seis días después, he ido al depósito para retirar de mi vehículo, siniestro, lo poco que en buen estado quedaba allí: unas gafas de sol, trabajos de mis alumnos sobre escritoras extremeñas como Pilar Galán, Dulce Chacón y Carolina Coronado, un marco de fotografías que me regalaron mis alumnos de 1ºD ESO, un paraguas, un regalo tardío que me hizo una amiga por mi cumpleaños, cinco euros que tenía en la guantera y el llavero que había comprado días antes del accidente. Cogí todo y me fui, pero me fui con la certeza de que la imagen que vi por última vez en aquel depósito formaría parte de mí para siempre. Me fui, y también me traje a casa, una vez más, la confirmación de lo efímera, contingente y absurda que es la vida. Hoy, por la mañana temprano, también fuimos mi hermana y yo a llevar a Cholito, mi perro, al veterinario. Cuando vi de nuevo sus ojos abiertos al mundo pensé que, a partir de ese momento, tendría la oportunidad de mirar las cosas de otro modo, como yo desde hace seis días. Cuando llegué a casa y bajé todas las cosas que horas antes metí en bolsas y en el pequeño cajón de la conciencia, recordé que, el viernes 26, May me recomendó leer a Haruki Murakami, un escritor japonés. Fue entonces cuando revisé la galería de mi teléfono móvil y localicé, sin mucha dificultad, una fotografía con un fragmento de una de sus obras. Creo que es de Hombre sin mujeres, pero no estoy segura. Dice así: 

A veces, cuando observamos las cosas al cabo de un tiempo o desde una perspectiva un poco diferente, algo que creíamos absurdamente esplendoroso o absoluto, algo por lo que renunciaríamos a todo para conseguirlo, se vuelve sorprendentemente desvaído y entonces te preguntas qué demonios veían tus ojos.

Son las cinco últimas palabras de este fragmento las que llevo recordando desde aquel sábado 27 de julio de 2019, con la única intención de convencerme de que no somos capaces de mirar, admirar y valorar lo cotidiano y lo que, a pesar de ser insignificante, nos hace felices; para convencerme de que siempre concedemos el privilegio de glorificar y exagerar hechos vacíos y estúpidos que, idealizados, un día creímos absolutos, esplendorosos y eternos. Sí, la vida es efímera, contingente y absurda.

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