martes, 27 de diciembre de 2016
Felicidades, Yorito
lunes, 26 de diciembre de 2016
Vicios confesables
domingo, 25 de diciembre de 2016
José Dordio Vidigal
viernes, 23 de diciembre de 2016
San Francisco de Olivenza (I)
jueves, 22 de diciembre de 2016
Relecturas
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
Toma este vals con la boca cerrada.
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
Toma este vals de quebrada cintura.
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
Toma este vals que se muere en mis brazos.
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
Toma este vals del "Te quiero siempre".
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
Hoy regreso a él desde Badajoz; desde una ventana a través de la cual diviso edificios, coches y el acelerado y deshumanizado ritmo de la ciudad. No importa. Me sumerjo en los versos y a soñar...
miércoles, 21 de diciembre de 2016
El tiempo y la palabra
El tiempo corre desenfadado y furioso cuando deseamos detenerlo a golpe de pistola. Cuando ansiábamos que avanzase acelerado, los segundos pasaban como siglos; la aguja del reloj parecía no cambiar de posición, y los nervios, la angustia y la paciencia no entendían de consejos ni de abrazos; tampoco de palabras. Fue entonces cuando empecé a entender la verdadera fuerza de estas y a amar, en ocasiones, el silencio. Recuerdo a alguien decir a mamá que él hablaba "de lo que sucedía en realidad", y que mientras ella interpretase lo que él decía como quisiese, los dos se llevarían bien. Yo a veces también manipulaba las palabras a mi antojo. Otras las escuchaba sabiendo que no saldría ilesa de tan duro golpe. Sí, palabras, más letales que un arma de guerra. Sobre todo aquellas que pronunciaron un 24 de diciembre y que tanto me recuerdan a un texto de Larra que dice: "El número 24 me es fatal; si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací".
Entonces amé el silencio hasta querer deshacerme de cualquier sonido.
Pero volvió enero y con él la verborrea de muchos. Yo era oyente, observadora y lectora. Sobre todo eso, lectora. Y fue eso lo que me salvó realmente, la literatura. Ya lo dijo Ana María Matute una vez: "la literatura ha sido el faro salvador de muchas de mis tormentas". Y lo sigue siendo.
Desde entonces volví a amar la palabra. Y se quedó en mi vida para siempre, formando parte de ella y de mi profesión.