lunes, 26 de diciembre de 2016

Vicios confesables

La última vez que estuve aquí fue en verano. Lo recuerdo por el bochorno agotador que hacía ese día y por una anécdota que contaré más adelante. Me llevé 76 libros, y el dueño, asombrado, decidió hacerme una rebaja. Mantuvimos una amable conversación que inicié yo. Le pregunté si vendía mucho material, pues me extrañó su cara de sorpresa al ver todos los libros que había comprado. A mí no me parecía una cantidad ingente si tenemos en cuenta que el precio de estos es de un euro. Sí, como leéis, un euro, salvo algunas excepciones. El hombre me comentó que son pocas las personas que cuando visitan el lugar adquieren un libro. Son más las que van a desayunar o a echar un vistazo por la novedad de conocer un sitio tan particular. Sí, porque si no os lo había dicho antes, se trata de una churrería-librería. Como leéis. Churrería-librería. ¡Qué despropósito!, comerte un churro pringoso y tocar después un libro con las manos todas manchadas. ¡Ah, no, que la gente que va a desayunar no es la misma que va a comprar libros!

El caso es que en esta churrería-librería la gente lleva los libros que ya no quiere o usa, y el dueño los vende a un modiquísimo precio y dona el dinero íntegro a familias que necesitan ayuda (creo que la última donación ha sido a una familia que necesitaba comprar una silla de ruedas para su hija).

De esos 76 libros que me llevé 39 eran Episodios Nacionales de Galdós. Sí, casi la colección completa (¿y el 7 es el número de la buena suerte?). Me desperté una mañana con ganas de hacer algo que me hiciesen realmente feliz. No tuve que pensar mucho para saber a dónde tenía que dirigirme realmente: a la plaza alta de Badajoz, más concretamente, a la calle Moreno Zancudo. Allí, en la puerta del local, me topé con tres estantes repletos de libros (como el pasado viernes 23 de diciembre). Revisé estos, escogí algunos que me interesaban y pasé al interior. Dentro, empecé a examinar con más detenimiento las obras que llenaban las estanterías. Como Borges, imagino que el paraíso debe ser algún tipo de biblioteca. Por casualidad, encontré, en una edición preciosa, uno de los Episodios Nacionales de Galdós. La cogí, la observé, la olí, la toqué, la sentí y me acordé, después, de una conversación que tuve con Marina, Fátima y Conchi cuando leímos La Corte de Carlos IV con I.R. en la carrera. A todas nos fascinó esta novela, que es la segunda de la primera serie. En alguna ocasión, comentamos, también, que nos gustaría leer la serie completa. Seguía en mi tarea curiosa cuando mi vista, rápidamente, detectó un libro cuya portada de piel marrón tenía por título Trafalgar. Me lo quedo, pensé. Empecé a encontrar, casualmente, cada vez más libros de la colección, y como una loca comencé a amontonarlos en una mesa (limpia, no había churros). Estaba eufórica. La gente que entraba a desayunar o a visitar el lugar pensaría que tenía un problema de salud mental porque estaba sudando, corriendo de una estantería a otra y con los ojos, como un radar, buscando libros con la portada de piel marrón o roja. Además, al haber ocupado mesas para ir poniendo todo el material (no me cabía en las manos), tenía que avisar a las personas que se acercaban a consultarlo que ya estaba vendido, que podían ojearlo pero no comprarlo. Ya no era solo una mesa la que estaba usando, sino tres, porque acababa de adquirir también una colección de 20 clásicos de la literatura universal.  A todo esto hay que sumarle la anécdota que iba a referir aquí y por la que me acuerdo de aquella mañana calurosa de verano.  Aquel día, llevaba una falda negra que dificultaba mi movilidad, de modo que era toda una odisea agacharse para buscar un libro en las baldas de abajo de las estanterías. Oye, ¿qué aspecto tendría ese día? Me hubiera gustado verme.  Así, hasta conseguir los 39 libros. Me faltaban 7 episodios: 12, 23, 25, 26, 27, 29 y 30.

Llevaba un total de 66 o 67, y hasta entonces no me había acordado que solo tenía veinticinco euros en el monedero. Saqué, deprisa, el móvil del bolso con la intención de llamar a Jorge para que fuese a la tienda a acercarme dinero. 5% de batería. ¡Mierda, Mabel, qué desastre eres! pensé en ese momento.

-Se me apaga el móvil Jorge, ven a la tienda de los libros con 50 euros, por favor.

Se apagó.

El dueño se acercó a mí y me dijo que si se trataba de una colección, podía bajar a un pequeño “sótano” que tenía al lado de la churrería y buscar en las cajas a ver si encontraba los libros que me faltaban. Esperé, impaciente, a que llegase Jorge. Cuando llegó, él se quedó cuidando mis libros y yo bajé al lugar en el que el hombre guardaba el resto del material. No había luz; me prestó una linterna parecida a la que usan los pescadores en las rutas nocturnas (una luz redonda y una cinta que se pone alrededor de la frente). Estuve más de una hora buscando entre abundantes cajas repletas de libros. La búsqueda resultó un fracaso. Regresé a la tienda apenada, pero con la intención de volver otro día por si encontraba los siete libros que faltaban para completar mi colección de los Episodios Nacionales.
El pasado viernes 23 de diciembre estuve allí otra vez. De nuevo sin éxito. Aun así, compré tres libros: uno sobre la historia de la literatura clásica –para regalar a un amigo-, otro de Federico García Lorca que incluye Romancero Gitano y Poeta en New York, y uno de Emilia Pardo Bazán que contiene alguno de sus relatos cortos.


No tardaré mucho en volver. 




Exterior de la churrería-librería


Interior



Episodios Nacionales de Galdós



Clásicos de la Literatura Universal



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