La última vez que estuve aquí fue
en verano. Lo recuerdo por el bochorno agotador que hacía ese día y por una
anécdota que contaré más adelante. Me llevé 76 libros, y el dueño, asombrado,
decidió hacerme una rebaja. Mantuvimos una amable conversación que inicié yo.
Le pregunté si vendía mucho material, pues me extrañó su cara de sorpresa al
ver todos los libros que había comprado. A mí no me parecía una cantidad
ingente si tenemos en cuenta que el precio de estos es de un euro. Sí, como
leéis, un euro, salvo algunas excepciones. El hombre me comentó que son pocas
las personas que cuando visitan el lugar adquieren un libro. Son más las que
van a desayunar o a echar un vistazo por la novedad de conocer un sitio tan
particular. Sí, porque si no os lo había dicho antes, se trata de una
churrería-librería. Como leéis. Churrería-librería. ¡Qué despropósito!, comerte
un churro pringoso y tocar después un libro con las manos todas manchadas. ¡Ah,
no, que la gente que va a desayunar no es la misma que va a comprar libros!
El caso es que en esta
churrería-librería la gente lleva los libros que ya no quiere o usa, y el dueño
los vende a un modiquísimo precio y dona el dinero íntegro a familias que
necesitan ayuda (creo que la última donación ha sido a una familia que necesitaba
comprar una silla de ruedas para su hija).
De esos 76 libros que me llevé 39
eran Episodios Nacionales de Galdós.
Sí, casi la colección completa (¿y el 7 es el número de la buena suerte?). Me
desperté una mañana con ganas de hacer algo que me hiciesen realmente feliz. No
tuve que pensar mucho para saber a dónde tenía que dirigirme realmente: a la
plaza alta de Badajoz, más concretamente, a la calle Moreno Zancudo. Allí, en
la puerta del local, me topé con tres estantes repletos de libros (como el
pasado viernes 23 de diciembre). Revisé estos, escogí algunos que me
interesaban y pasé al interior. Dentro, empecé a examinar con más detenimiento
las obras que llenaban las estanterías. Como Borges, imagino que el paraíso
debe ser algún tipo de biblioteca. Por casualidad, encontré, en una edición
preciosa, uno de los Episodios Nacionales
de Galdós. La cogí, la observé, la olí, la toqué, la sentí y me acordé,
después, de una conversación que tuve con Marina, Fátima y Conchi cuando leímos
La Corte de Carlos IV con I.R. en la
carrera. A todas nos fascinó esta novela, que es la segunda de la primera
serie. En alguna ocasión, comentamos, también, que nos gustaría leer la serie
completa. Seguía en mi tarea curiosa
cuando mi vista, rápidamente, detectó un libro cuya portada de piel marrón
tenía por título Trafalgar. Me lo
quedo, pensé. Empecé a encontrar, casualmente, cada vez más libros de la
colección, y como una loca comencé a amontonarlos en una mesa (limpia, no había
churros). Estaba eufórica. La gente que entraba a desayunar o a visitar el
lugar pensaría que tenía un problema de salud mental porque estaba sudando,
corriendo de una estantería a otra y con los ojos, como un radar, buscando
libros con la portada de piel marrón o roja. Además, al haber ocupado mesas
para ir poniendo todo el material (no me cabía en las manos), tenía que avisar
a las personas que se acercaban a consultarlo que ya estaba vendido, que podían
ojearlo pero no comprarlo. Ya no era solo una mesa la que estaba usando, sino
tres, porque acababa de adquirir también una colección de 20 clásicos de la
literatura universal. A todo esto hay
que sumarle la anécdota que iba a referir aquí y por la que me acuerdo de
aquella mañana calurosa de verano. Aquel
día, llevaba una falda negra que dificultaba mi movilidad, de modo que era toda
una odisea agacharse para buscar un libro en las baldas de abajo de las
estanterías. Oye, ¿qué aspecto tendría ese día? Me hubiera gustado verme. Así, hasta conseguir los 39 libros. Me
faltaban 7 episodios: 12, 23, 25, 26, 27, 29 y 30.
Llevaba un total de 66 o 67, y hasta entonces no me había acordado que solo
tenía veinticinco euros en el monedero. Saqué, deprisa, el móvil del bolso con
la intención de llamar a Jorge para que fuese a la tienda a acercarme dinero.
5% de batería. ¡Mierda, Mabel, qué desastre eres! pensé en ese momento.
-Se me apaga el móvil Jorge, ven
a la tienda de los libros con 50 euros, por favor.
Se apagó.
El dueño se acercó a mí y me dijo
que si se trataba de una colección, podía bajar a un pequeño “sótano” que tenía
al lado de la churrería y buscar en las cajas a ver si encontraba los libros
que me faltaban. Esperé, impaciente, a que llegase Jorge. Cuando llegó, él se
quedó cuidando mis libros y yo bajé al lugar en el que el hombre guardaba el
resto del material. No había luz; me prestó una linterna parecida a la que usan
los pescadores en las rutas nocturnas (una luz redonda y una cinta que se pone
alrededor de la frente). Estuve más de una hora buscando entre abundantes cajas
repletas de libros. La búsqueda resultó un fracaso. Regresé a la tienda
apenada, pero con la intención de volver otro día por si encontraba los siete
libros que faltaban para completar mi colección de los Episodios Nacionales.
El pasado viernes 23 de diciembre
estuve allí otra vez. De nuevo sin éxito. Aun así, compré tres libros: uno
sobre la historia de la literatura clásica –para regalar a un amigo-, otro de
Federico García Lorca que incluye Romancero
Gitano y Poeta en New York, y uno
de Emilia Pardo Bazán que contiene alguno de sus relatos cortos.
No tardaré mucho en volver.
Exterior de la churrería-librería
Interior
Episodios Nacionales de Galdós
Clásicos de la Literatura Universal
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