"El número 24 me es fatal..."
Llevaba varios días pensando cuál
sería la mejor forma de homenajearte; de retratarte; de escribir algo que te
hiciese justicia. Hacer un recorrido por tu vida es algo tan convencional que
ni siquiera me apetece. Contar algunas de las anécdotas que tantas veces me han
hecho sonreír, es empezar a narrar un sinfín de historias en las que no sabría
cuándo ni dónde poner punto y final. Ahora, en casa, tras haber pasado toda la
mañana en el Hospital Infanta Cristina (sí, es irónico que hoy vuelva al sitio
donde hace cuatro años me obligaron a despedirme de ti) solo me apetece leer un
rato y descansar en uno de los pocos lugares que siempre me reconforta: nuestro
hogar. Es entonces cuando te recuerdo,
sentado en tu sillón, ese que ahora ocupo yo la mayoría de las veces, contando,
entusiasmado, la historia de cómo conseguiste nuestra casa. Jamás podré
narrarla con la misma gracia, pasión y ganas que tú, pero lo hago sintiéndome
tremendamente orgullosa de ti y de mamá.
San Francisco de Olivenza es un
núcleo rural construido por el Instituto Nacional de Colonización, creado en
el llamado Plan Badajoz por el Régimen Franquista tras la guerra civil
española. Cuando ya estaban construidas las viviendas para que los colonos
pudiesen habitarlas, la Guardia Civil reclamó un puesto en nuestra pedanía, de
modo que se estableció un cuartel en una de las casas destinadas a estos. No
contentos con el lugar donde iban a residir, decidieron ocupar las otras 10
casas que pertenecían a los nuevos pobladores. Con el paso del tiempo, se
decidió trasladar el cuartel a Olivenza, de modo que la Guardia Civil debía
desalojar las once casas que, de forma ilegal, estaban ocupando. Se negaron. No
querían pasar a habitar las nuevas instalaciones de Olivenza pero “tampoco
pasaba nada” porque en realidad rezaba que ellos vivían allí y no en San
Francisco. Fueron constantes las burlas que sufrieron los
vecinos del pueblo cuando estos, no contentos con ocupar unas viviendas que no
les pertenecían, les decían en reiteradas ocasiones que no iban a lograr nada o que jamás conseguirían echarlos.
Mis padres, por aquellos entonces,
vivían en la casa de mis abuelos, también colonos, con mi hermano Chané. Su
situación era complicada. Se habían quedado en el pueblo con la garantía de
recibir también una casa y una parcela. En este mar de infortunios, mi padre
decidió recoger firmas para hacer constar el descontento de los vecinos ante
esta injusticia. Cuando estas llegaron a la Jefatura General, se emitió
directamente una orden para que la Guardia Civil desalojara inmediatamente las
viviendas, pues ellos pensaban que llevaban dos años viviendo en el cuartel de Olivenza.
Tras esto, mi padre y algunos vecinos trataron de averiguar el modo de comprar
las casas. Fueron al IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario),
antiguo INC, y no tenían noticias de estas. Mi tía Casilda, que se encontraba
entonces en Madrid, descubrió, gracias a una conversación amable con Carmen,
que las casas habían pasado a formar parte del Patrimonio Nacional, y que para adquirirlas
debían hacerlo a través de un organismo que las comprase en conjunto. Mi tía llamó
rápidamente a su hermano para contarle la conversación con Carmen,
proporcionándole datos concretos (número de teléfono, extensión, dirección) que
permitían ponerse en contacto y localizar el lugar para poder comprarlas. Mi
padre, entusiasmado, corrió a avisar a R.R para facilitarle toda esta información.
Finalmente, R.R, quien era alcalde de Olivenza por aquellos entonces, se
personó en Madrid para adquirir las viviendas, de modo que ahora sí se
encontraban los colonos un paso más cerca de sus tan deseadas viviendas. Cuando
estas ya eran propiedad del ayuntamiento de Olivenza, los vecinos de San
Francisco pidieron un préstamo al banco para poder comprar las que iban a ser
sus futuras casas.
José Dordio Vidigal,
apodado “el baina”, y María Dolores
Gamero Figueredo, se presentaron en el ayuntamiento y le comunicaron al alcalde
sus deseos de ocupar ya las casas (mi padre tenía claro cuál quería que fuese
el futuro hogar de él y de su familia). El
alcalde le dijo que, como estas estaban cerradas y todavía no se había dado la
orden oficial, le pegasen una patada a la puerta y entrasen dentro “y no
saliesen por nada del mundo”. Hoy mi madre me ha contado, recordando esta
historia, que después de hablar con el alcalde, mi padre y ella venían todo el
camino desde Olivenza a San Francisco riéndose sin poder parar. He notado el
brillo en sus ojos, he podido retroceder el tiempo y ver a una pareja de jóvenes
locos y enamorados dispuestos a todo. Y así fue. Les esperaba una aventura de
la que no se iban a olvidar jamás. Entre risas nerviosas y apasionadas llegaron
a esta, mi calle, mi casa, y sin pensarlo dos veces, mi padre rompió una
ventana, le abrió la puerta a mi madre y dijo: de aquí no salgas, vamos a
empezar a bajar las cosas (de la casa de
mis abuelos). La voz empezó a correrse y mi padre avisó a los otros vecinos
para que ocupasen el resto de las casas.
A los pocos días, en el bar del
pueblo, mi padre se encontró al Sargento de la Guardia Civil. Se dirigió a él y
le dijo: Mi Sargento, las casas ya son nuestras. Yo me he quedado con la suya.
Sí. Mi casa es, actualmente, la
que en sus orígenes fue el cuartel que la Guardia Civil reclamó cuando se fundó
el pueblo.
Te escribo hoy, desde la nostalgia;
pero desde tu sillón y desde tu casa.
Te quiero, papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario