domingo, 25 de diciembre de 2016

José Dordio Vidigal

"El número 24 me es fatal..."

Llevaba varios días pensando cuál sería la mejor forma de homenajearte; de retratarte; de escribir algo que te hiciese justicia. Hacer un recorrido por tu vida es algo tan convencional que ni siquiera me apetece. Contar algunas de las anécdotas que tantas veces me han hecho sonreír, es empezar a narrar un sinfín de historias en las que no sabría cuándo ni dónde poner punto y final. Ahora, en casa, tras haber pasado toda la mañana en el Hospital Infanta Cristina (sí, es irónico que hoy vuelva al sitio donde hace cuatro años me obligaron a despedirme de ti) solo me apetece leer un rato y descansar en uno de los pocos lugares que siempre me reconforta: nuestro hogar.  Es entonces cuando te recuerdo, sentado en tu sillón, ese que ahora ocupo yo la mayoría de las veces, contando, entusiasmado, la historia de cómo conseguiste nuestra casa. Jamás podré narrarla con la misma gracia, pasión y ganas que tú, pero lo hago sintiéndome tremendamente orgullosa de ti y de mamá.

San Francisco de Olivenza es un núcleo rural construido por el Instituto Nacional de Colonización, creado en el llamado Plan Badajoz por el Régimen Franquista tras la guerra civil española. Cuando ya estaban construidas las viviendas para que los colonos pudiesen habitarlas, la Guardia Civil reclamó un puesto en nuestra pedanía, de modo que se estableció un cuartel en una de las casas destinadas a estos. No contentos con el lugar donde iban a residir, decidieron ocupar las otras 10 casas que pertenecían a los nuevos pobladores. Con el paso del tiempo, se decidió trasladar el cuartel a Olivenza, de modo que la Guardia Civil debía desalojar las once casas que, de forma ilegal, estaban ocupando. Se negaron. No querían pasar a habitar las nuevas instalaciones de Olivenza pero “tampoco pasaba nada” porque en realidad rezaba que ellos vivían allí y no en San Francisco.   Fueron constantes las burlas que sufrieron los vecinos del pueblo cuando estos, no contentos con ocupar unas viviendas que no les pertenecían, les decían en reiteradas ocasiones que no iban a lograr nada o que jamás conseguirían echarlos.

Mis padres, por aquellos entonces, vivían en la casa de mis abuelos, también colonos, con mi hermano Chané. Su situación era complicada. Se habían quedado en el pueblo con la garantía de recibir también una casa y una parcela. En este mar de infortunios, mi padre decidió recoger firmas para hacer constar el descontento de los vecinos ante esta injusticia. Cuando estas llegaron a la Jefatura General, se emitió directamente una orden para que la Guardia Civil desalojara inmediatamente las viviendas, pues ellos pensaban que llevaban dos años viviendo en el cuartel de Olivenza. Tras esto, mi padre y algunos vecinos trataron de averiguar el modo de comprar las casas. Fueron al IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario), antiguo INC, y no tenían noticias de estas. Mi tía Casilda, que se encontraba entonces en Madrid, descubrió, gracias a una conversación amable con Carmen, que las casas habían pasado a formar parte del Patrimonio Nacional, y que para adquirirlas debían hacerlo a través de un organismo que las comprase en conjunto. Mi tía llamó rápidamente a su hermano para contarle la conversación con Carmen, proporcionándole datos concretos (número de teléfono, extensión, dirección) que permitían ponerse en contacto y localizar el lugar para poder comprarlas. Mi padre, entusiasmado, corrió a avisar a R.R para facilitarle toda esta información. Finalmente, R.R, quien era alcalde de Olivenza por aquellos entonces, se personó en Madrid para adquirir las viviendas, de modo que ahora sí se encontraban los colonos un paso más cerca de sus tan deseadas viviendas. Cuando estas ya eran propiedad del ayuntamiento de Olivenza, los vecinos de San Francisco pidieron un préstamo al banco para poder comprar las que iban a ser sus futuras casas.

José Dordio Vidigal, apodado “el baina”,  y María Dolores Gamero Figueredo, se presentaron en el ayuntamiento y le comunicaron al alcalde sus deseos de ocupar ya las casas (mi padre tenía claro cuál quería que fuese el futuro hogar de él y de su familia).  El alcalde le dijo que, como estas estaban cerradas y todavía no se había dado la orden oficial, le pegasen una patada a la puerta y entrasen dentro “y no saliesen por nada del mundo”. Hoy mi madre me ha contado, recordando esta historia, que después de hablar con el alcalde, mi padre y ella venían todo el camino desde Olivenza a San Francisco riéndose sin poder parar. He notado el brillo en sus ojos, he podido retroceder el tiempo y ver a una pareja de jóvenes locos y enamorados dispuestos a todo. Y así fue. Les esperaba una aventura de la que no se iban a olvidar jamás. Entre risas nerviosas y apasionadas llegaron a esta, mi calle, mi casa, y sin pensarlo dos veces, mi padre rompió una ventana, le abrió la puerta a mi madre y dijo: de aquí no salgas, vamos a empezar a bajar las cosas (de la casa de mis abuelos). La voz empezó a correrse y mi padre avisó a los otros vecinos para que ocupasen el resto de las casas.

A los pocos días, en el bar del pueblo, mi padre se encontró al Sargento de la Guardia Civil. Se dirigió a él y le dijo: Mi Sargento, las casas ya son nuestras. Yo me he quedado con la suya.

Sí. Mi casa es, actualmente, la que en sus orígenes fue el cuartel que la Guardia Civil reclamó cuando se fundó el pueblo.  

Te escribo hoy, desde la nostalgia; pero desde tu sillón y desde tu casa.

Te quiero, papá.






 Señas de Identidad, Juan Goytisolo.


Hoy, que necesito volver a creer en algo, recurro a la palabra, a la literatura. Ironías de la vida. 

Feliz navidad a todos.

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