En mi turno veo siempre al chico moreno, delgado, alto y con ortodoncia
que me saluda con una sonrisa simpática y amigable. También al italiano
menudito y con gafas redondas al que ayudé un día a buscar un libro de derecho
que, desgraciadamente, no estaba en la C. —acaba
de pasar por mi lado ahora mismo, mientras yo escribo estas líneas; ha alzado
la mano derecha y me ha sonreído—. También al chico rubio de ojos azules
que deduzco que es de Ciencias del Deporte. No es tan agradable como los otros
dos. También me fijo en quienes leen y, cada cinco o diez minutos, se distraen
mirando el teléfono móvil, en aquellos que vienen a estudiar y se pasan la
tarde riendo o contándole al de al lado qué tal fue la noche de ayer, en
quienes realmente leen y estudian prestando atención al texto, en los que
mandan a callar a aquellos que hablan en voz alta, en los que salen a fumar ese
cigarrito que es tan gustoso como el de
después, en aquellos que toman el café fuera porque se están dejando dormir
encima de los apuntes, en quienes hablan sobre lo delgada que está la princesa
Leticia y lo guapa y elegante que es... Como diría L. Landero: a mí lo que me
gusta es observar, asistir al espectáculo del mundo. Creo que es por eso por lo
que tengo tan buena memoria —la inteligencia de los tontos—,
porque me recreo continuamente en detalles y situaciones vividas, porque
observo más que actúo y porque son las pequeñas cosas del día a día las que siempre
recuerdo con una sonrisa.
Me hace feliz estar rodeada de libros. Y de gente que
los aprecia tanto o más que yo. Y de pasar algunas horas al día observando el
devenir de la vida en un espacio tan mágico y enriquecedor.
Aquí un poema de Irene Sánchez Carrón que escuché el
año pasado de su propia boca:
Amor de Biblioteca
¿De qué me sirve, pregunto,
la tinta, el papel y el verso?
F.G.
Lorca
Tú,
libro
abierto en las manos,
de
pie,
en
el pasillo de la biblioteca,
tan
lejos de relojes y de inviernos,
reinas
en
patrias de papel y tinta negra.
Yo,
a
prudente distancia,
te
persigo.
Voy
cogiendo los libros que tú dejas
y
rastreo tus huellas
por
ciudades perdidas en la faz de los mapas
y
te encuentro
en
medio de contiendas,
con
los vencidos,
entre
los vencedores,
a
campo abierto
y
en torres de marfil
donde
a veces te encierras y devoras
versos
de amor. Amor,
así
pasas las horas
robadas
a mis sueños.
A
veces, frente a ti,
separados
por una estantería,
siento
cómo respiras
y,
a través de volúmenes sombríos,
juego
a rozar tu mano
cuando
busca voraz
entre
todos los libros
el
libro deseado.
Siento
cómo tus dedos
húmedos
de tus labios
desnudan
hoja a hoja
otro
cuerpo que arde entre tus brazos.
Mientras
así te alejas,
yo,
negro
borrón de celos,
verso
de amor tachado,
triste
botín de guerra,
ávida
de tus ojos y tus manos,
en
el silencio de la biblioteca,
te escribo otro poema.
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