viernes, 20 de octubre de 2017

Palabras

He vuelto a toparme con un poema de Ángel Campos Pampano y un fragmento de Luis Landero mirando algunos retales que tengo guardados en la carpeta de mi ordenador que se titula “Blog”. Ahí tengo apuntes inéditos, sentimientos convertidos en letras, recuerdos traídos a la memoria en días en los que la nostalgia tiñe de gris nuestras vidas, notas sobre viajes y días señalados, esbozos de ideas jamás llevadas a cabo, escritos sobre el tiempo, la vida, la amistad y el amor. Supongo que, como decía ayer Susana Szwarc, también podemos escribir sobre objetos menos universales y abstractos, sobre asuntos concretos y nimios como una flor o una cebolla. De este modo, podríamos decir que para escribir solo hace falta observar y asistir al espectáculo del mundo, como asegura Luis Landero; para contar solo hace falta vivir, como sentenció también este en el Instituto de Lenguas Modernas el Día de las Letras en Cáceres: “de vivir lo leído a contar lo vivido”. Yo tengo siempre la impresión de leerme en cada uno de los fragmentos que leo, en cada verso que admiro, en cada texto que miro. Supongo que es por eso por lo que me entrego siempre al placer de las letras y por lo que intento escribir un poco cada día, aunque sean textos sin sentido y sustancia. Supongo que haber estudiado Filología Hispánica me ha brindado la oportunidad, no solo de conocer la historia de nuestra lengua y nuestra literatura, sino de amar y respetar profundamente la lectura y la escritura, de querer tener cada libro que me recomiendan, de emocionarme cuando me parece que un verso habla de mí, de mi mundo y de mi manera de ser y sentir; de mi manera de existir.
De encontrar sentido a todo cuando parece que nada lo tiene a través de las palabras, porque a mí me parecía que con aquel libro era bastante para toda la vida, y no hacían falta ya más libros, como tampoco los enamorados de verdad necesitan de ningún otro amor.

A veces sólo un gesto es suficiente
para salvar el día.
Y escribir tal vez es ese gesto
que prolonga el latido de los pulsos
hasta la sed secreta de los párpados.

Escribir tal vez sea extraviarse en el canto
más oscuro, en la memoria extrema
de la noche adentro, donde el hombre
ignora su derrota, las formas del cansancio,
el cuerpo del amor que ya no reconoce.

Escribir tal vez sea comparecer ante los otros
con los ojos más limpios, indefenso,
y vacías las manos, sin dispersar la voz,
respirar con sosiego bajo el agua.

No hay otro modo de mirar las cosas
sin perderlas del todo.

                                                                                                Ángel Campos Pámpano


La poesía me hizo fuerte y me asignó un lugar en el mundo. Aquello era casi como ser abogado, y me hubiera gustado contárselo a mi padre, para que por una vez se sintiera orgulloso de mí. Ya no me preguntaba si pertenecía a la ciudad o al pueblo, o si yo era obrero o estudiante, o si mis verdaderos amigos eran los finos o los bastos, porque ahora mi sitio estaba en otra parte: un pequeño reino que ya no era del todo de este mundo, y en el que yo vivía a salvo de contradicciones y amenazas. A salvo por ejemplo de los amigos que por su posición social, por sus artes mundanas, por su labia, por sus músculos, por la elegancia en el vestir, ejercían su poder sobre mí, relegado siempre a los últimos puestos de la tribu, y en la que ahora mi papel de poeta me concedía un rango aparte en la escala jerárquica, supongo que el de hechicero o cosa así.
A salvo también, o al menos no del todo indefenso, del desdén de las muchachas de las que me enamoraba sin remedio y por las que sufría hasta la postración, porque ahora tenía el orgullo y el secreto poder de los versos, y por supuesto de la Amada, cómo no, al lado de la cual todas las otras, por hermosas que fuesen, eran solo una sombra, un simulacro, un puñado de calderilla y poco más. Y lo que son las cosas, parecía una invención inofensiva e inocente, una tontuna de muchacho, y sin embargo aquella Amada de ficción resultó ser la verdadera, la perdurable, el único amor auténtico que he llegado a conocer en la vida.
                                                                                                              Luis Landero


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