sábado, 14 de octubre de 2017

La (ir)realidad de las cosas

Porque ella era así: grandes pasiones pero todas fugaces, formidables intentos que se agotaban en su propio ímpetu inicial, repentinos anhelos, ilusiones furiosas que no admitían términos medios y que en sí mismas llevaban el germen de largos y laboriosos desengaños…

El ser humano es irracional, ilógico por naturaleza. Hacemos promesas con la certeza de que no las vamos a cumplir nunca, renunciamos a nuestros sueños por pertenecer a ese rebaño de ovejas que se conforma con una vida convencional, establecida y estable, y correcta; la vida que otros quieren para ellos, no la que ellos anhelan. Nos da miedo vivir y sentir que lo que estamos viviendo es real y forma parte de nosotros, de nuestro mundo. Jugamos a jurar, a repetir continuamente que hay cosas que jamás haremos para deshacer, después, esa red de palabras que nos permite confirmar, una vez más, nuestra condición de embusteros. Juramos para tratar de convencernos a nosotros mismos de cosas de las que nunca estamos convencidos del todo. Exponemos nuestras virtudes como si de un catálogo de perfumes se tratase, para esconder las miserias que envuelven nuestra existencia. Deseamos cerrar ciclos y romper, para después echar de menos. Y mientras tanto vivimos; mientras tanto la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, como decía Sabina. Y en ese devenir de acontecimientos, circunstancias y situaciones, echamos de menos, permanecemos inmóviles ante situaciones poco gustosas, defraudamos y nos defraudan, reímos, amamos y lloramos; en definitiva, vivimos. Vivimos y existimos a pesar de la mentira y la miseria porque de pronto sentimos
el roce punzante de una sensación olvidada desde hacía ya tiempo: la evidencia inefable de que la vida de por sí era hermosa (la vida así sin más ni más, el mero prodigio de existir) intolerablemente hermosa, y otra vez nos preguntamos por qué a la gente le cuesta tanto ser feliz. ¿Será precisamente por eso, porque la vida es tan breve y tan frágil que sucumbimos al error de aceptar tanta belleza, y entregarnos a ella, para perderla luego en un instante?

Como un día cualquiera de octubre en el que, con tu uniforme mugriento y los ojos llenos de lágrimas, dejas atrás una etapa que ha formado parte de tu vida los últimos ocho o nueve años. Fuera llueve. También dentro. Y te das cuenta de que ahora, antes de que todo acabe, empiezas a echar de menos lo que hacía unos días no sentías tuyo, aquello que decías que no formaba parte de ti ni de tu vida.

El ser humano es irracional, ilógico por naturaleza.

  




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