El tiempo pasa inexorable y se pone
amarillo sobre nuestra fotografía.
Había
leído algunos de los poemas que componen el libro que me regaló Jorge por mi
cumpleaños, pero no me había detenido, todavía, en las “Palabras previas para
esta edición”, en el “Prólogo”, en la “Aproximación
a la figura de Miguel Hernández” y en las “Notas sobre la edición”. Ayer sí. Los
domingos están para eso, para pasar un día placentero y gustoso antes de que el
lunes, con su urgencia y sus obligaciones, nos golpée en la cara.
La
edición de este volumen que recoge toda la obra de Miguel Hernández (Alianza Editorial, 2017) corre a
cargo del que fue amigo y compañero del poeta de Orihuela, Leopoldo Urrutia de
Luis- más conocido como Leopoldo de Luis- y de su hijo, Jorge Urrutia. Leopoldo
de Luis conoció a Miguel Hernández un día lluvioso de mayo de 1936, en Madrid. Hasta
ese dato me parece simbólico, “un día lluvioso”. Esta obra refiere, además, el
segundo encuentro de estos dos en agosto de 1937, en el Ateneo de Alicante, cuando
se rindió homenaje al poeta del pueblo. Leopoldo de Luis asistió al acto con
una herida de guerra junto a Gabriel Baldrich, compañero de hospital:
Con
nosotros se encontraba mi compañero de hospital Gabriel Baldrich, autor de
numerosos romances de guerra […]. En la conversación ulterior con Miguel quedó
esbozada la idea de un cuaderno conjunto, expositor de poemas de los tres –algo
fabuloso para nosotros dos, frente al hermano mayor y maestro que Miguel era–.
Un año después aparecía en las publicaciones del Socorro Rojo, con el título de
Versos en la guerra.
En
las “Palabras previas para esta edición” se hace alusión, también, al poema de
Leopoldo de Luis que se incluye en esos Versos
en la guerra, “Barcelona bombardeada”. No he localizado el poema, pero el
título ya sugiere y me permite establecer analogías cercanas con la situación
que se está viviendo en la Barcelona de autores como Gil de Biedma y Juan
Marsé. Hace poco más de un mes Barcelona fue sacudida de nuevo por el terror.
Ahora, hoy mismo, Barcelona es motivo de noticia en todos los medios de
comunicación. Ahora, en Barcelona, se vive un proceso interno que nos afecta a
todos como país. Ahora, en esa Barcelona de Gil de Biedma y Juan Marsé.
“Vivo para exaltar los valores puros del
pueblo y, a su lado, estoy tan dispuesto a vivir como a morir”, dijo Miguel
Hernández en el homenaje de agosto de 1937 referido antes. Este fue siempre un “alumno
de bolsillo pobre” que consiguió cultivar su amor por las letras gracias a su
pasión incansable y a la buena fe de quienes prestaron su biblioteca para que
el autor pudiese formarse en el arte de la literatura. Eso lo convierte en el
poeta del pueblo y en una de las personalidades más destacadas y especiales de
nuestra literatura del siglo XX. El poeta del pueblo; nuestro poeta del pueblo.
Nuestro.
Ahora escucho “Canción
última” de Miguel Hernández por Joan Manuel Serrat. Otra casualidad.
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
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