Así
un sábado por la tarde en una biblioteca que, en época de exámenes, se llena
hasta rebosar. Casi. Rostros conocidos, mesas llenas de apuntes, ordenadores y
rotuladores fluorescentes; también un abrazo, una sonrisa, y un café y una conversación
amable y cercana con un buen amigo. Afuera, en el descansillo, una chica le pregunta
a otra si va a salir esta noche y, también, le cuenta su idilio de ayer con el chico que le gusta. Un chico, solo, apoyado
en la pared de la izquierda, se fuma un cigarro mientras sonríe mirando la
pantalla de su teléfono móvil. Una pareja de enamorados se besa como si el
tiempo no importase; quiero creer que creen que están solos y que esa ceguera
impetuosa y exclusiva que nace cuando se quiere de verdad les hace ver que no
hay nadie más a su alrededor. La chica guapa del pelo rizado que está sentada
enfrente de mí en la primera mesa larga de la biblioteca, se bebé un café y se
ríe con la que imagino que es su amiga; parecen tener un código especial en el
que no hace falta la palabra para llenar el hueco
del tiempo. A mí también me pasa con algunas personas. El chico moreno de la
chaqueta verde que estudia siempre en las mesas del módulo 7 no ha venido hoy;
yo no lo he visto.
Ahora,
de nuevo en la mesa que soporta mis cosas, escribo estas líneas mientras me
acuerdo de mi padre al escuchar una melodía a piano (Nuvole Biancha). Yo, a diferencia de la pareja de enamorados a los
que he observado hace un rato, sé que el tiempo sí pasa, y que a veces pasa y pesa demasiado
esta ausencia, estos cinco años sin ti; estas ganas de volver a ver una sonrisa
tan sincera acompañada de un pelo cano y una piel ya madura.
Intento retomar el
tema 62 de las oposiciones, “Las vanguardias literarias europeas y española.
Relaciones”, pero me topo con Cernuda y subo al módulo 6 a por un libro. “No
decía palabras”, como yo, en este día tan de silencio entre el bullicio y la
verborrea del mundo.
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo
interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una
pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los
huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación
vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra
en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne
y carne,
iguales en figura, iguales en amor,
iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta
cuya respuesta nadie sabe.
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