sábado, 20 de enero de 2018

Silencio

Así un sábado por la tarde en una biblioteca que, en época de exámenes, se llena hasta rebosar. Casi. Rostros conocidos, mesas llenas de apuntes, ordenadores y rotuladores fluorescentes; también un abrazo, una sonrisa, y un café y una conversación amable y cercana con un buen amigo. Afuera, en el descansillo, una chica le pregunta a otra si va a salir esta noche y, también, le cuenta su idilio de ayer con el chico que le gusta. Un chico, solo, apoyado en la pared de la izquierda, se fuma un cigarro mientras sonríe mirando la pantalla de su teléfono móvil. Una pareja de enamorados se besa como si el tiempo no importase; quiero creer que creen que están solos y que esa ceguera impetuosa y exclusiva que nace cuando se quiere de verdad les hace ver que no hay nadie más a su alrededor. La chica guapa del pelo rizado que está sentada enfrente de mí en la primera mesa larga de la biblioteca, se bebé un café y se ríe con la que imagino que es su amiga; parecen tener un código especial en el que no hace falta la palabra para llenar el hueco del tiempo. A mí también me pasa con algunas personas. El chico moreno de la chaqueta verde que estudia siempre en las mesas del módulo 7 no ha venido hoy; yo no lo he visto.  

Ahora, de nuevo en la mesa que soporta mis cosas, escribo estas líneas mientras me acuerdo de mi padre al escuchar una melodía a piano (Nuvole Biancha). Yo, a diferencia de la pareja de enamorados a los que he observado hace un rato, sé que el tiempo sí pasa, y que a veces pasa y pesa demasiado esta ausencia, estos cinco años sin ti; estas ganas de volver a ver una sonrisa tan sincera acompañada de un pelo cano y una piel ya madura. 

Intento retomar el tema 62 de las oposiciones, “Las vanguardias literarias europeas y española. Relaciones”, pero me topo con Cernuda y subo al módulo 6 a por un libro. “No decía palabras”, como yo, en este día tan de silencio entre el bullicio y la verborrea del mundo.

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.


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