lunes, 8 de julio de 2019

No deja de sorprendernos, no.

No deja de sorprendernos la vida. Para mal, claro. Parece que a veces se impone, se levanta como un gigante, te mira, arrogante, a la cara y te dice: "hasta aquí". Y no; no es justo. Hoy nos deja una vecina de este pueblo que tiene apenas 60 años de historia y muchas historias. M. no vivía aquí desde hace muchos años, pero formaba parte de este pequeño microcosmos de casi 500 habitantes que es San Francisco de Olivenza. Mi madre me cuenta ahora que recuerda con mucho cariño cuando M. trabajó con ella en la residencia de ancianos de Olivenza. Alude, con lágrimas en los ojos, a su afán por hacer bien su trabajo, a sus ganas de vivir y al empeño por hacer que las horas de trabajo fuesen amenas y agradables. Hace unas horas era mi hermana la que hablaba de M., su hermano. Me contaba que mi madre le ha dicho, en varias ocasiones, que jamás olvidaría cómo lloraba cuando mi hermano tuvo, con 18 años, aquel accidente de moto que casi acaba con su vida. Recuerda mi hermana también, a través de las palabras de mi madre, cómo pegaba la cara al cristal de aquella habitación de hospital y le pedía a quien no podía escucharlo que aguantase, que fuese fuerte. Así es la vida. No deja de sorprendernos. Para mal, claro. 

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