Una siempre compra un cupón con la esperanza inútil de que le toque, aunque sepa de antemano que las posibilidades son mínimas. Más aún cuando un miembro de la familia ya "ha sido premiado". Aun así, se acerca al pequeño stand del cuponero y, a modo de ritual, pide uno acabado en 47. Después ve otro número que le gusta y decide comprarlo también. Cuando se monta en el coche, pone los dos cupones boca abajo y le dice a su madre que escoja uno. Antes de hacerlo, contesta: "Lo que tú estás haciendo ahora me lo hacía siempre tu padre. Compraba dos cupones, uno para él y otro para mí, y me hacía escoger, sin mirar el número, entre uno de los dos". Para quien aprecia tanto los detalles y para quien viva la vida sin más pretensión que la de ser feliz a partir de lo meramente cotidiano, unas palabras que aparentemente no tienen la menor importancia, se convierten en un regalo capaz de cambiar el color del día. Me gusta saber, casi siete años después de su partida, que compartimos algunos gestos. Insignificantes, pero gestos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario