En mi entrada anterior aludía a la
costumbre de predicar buenos deseos siempre por estas fechas. No está mal,
mejor que no hacerlo nunca es, pero también peor que hacerlo siempre. Mucho peor
que desear a todos los que queremos de verdad, los 365 días del año (366 si es
bisiesto), amor, felicidad, buen sexo y larga vida.
También acostumbramos a hacer balance
de todo un año en los últimos siete días de este, como si así los errores fuesen a
enmendarse solos, las cosas buenas a suceder de nuevo y las malas a desaparecer
para siempre. Por favor, ¿qué gilipollez es esta?
No
cerramos el año hoy, domingo, con la pretensión de ser mejores y terminar las
cosas que nunca empezamos, será mañana, lunes, cuando intentemos hacer realidad los propósitos del día
anterior; cuando juremos dejar atrás los vicios y malos hábitos para empezar
una vida abstemia en todos los sentidos. Por favor, ¿quién quiere empezar una nueva vida así? Y más un lunes…
¿Existe de verdad una frontera tan
abismal entre el 31 y el 1?, ¿de verdad la ilusión, las ganas y la pasión son
como un robot al que se le van acabando las pilas a medida que el año llega a
su fin, para empezar con ellas cargadas el día 1? Por favor, ¿qué gilipollez es
esta?
A mí no me gustan los balances. Lo que sí me gusta es recordar todos los
días lo mejor de todo un año, no solo el día que cierra los 364 anteriores ─¿no
será bisiesto este año, no?─. Por eso hoy no tengo más presente que nunca todo lo
que he aprendido y desaprendido, todo lo que he leído, todo lo que he besado, todo
lo que he reído, todo lo que he conseguido, los sueños que se han cumplido, los
que no y los que están aún por cumplirse. Todo lo que he hecho y lo que todavía
está por hacer. Por eso hoy lo único que quiero es tener la certeza de que
mañana va a ser todo exactamente igual, aunque tengamos que sustituir el 7
por el 8 en documentos oficiales, exámenes y en los préstamos de la biblioteca.
Pues eso, mis mejores deseos siempre para ti, que ahora estás leyendo esto. Feliz día, año y, sobre todo, vida.
Mira,
no pido mucho,
solamente
tu mano, tenerla
como
un sapito que duerme así contento.
Necesito
esa puerta que me dabas
para
entrar a tu mundo, ese trocito
de
azúcar verde, de redondo alegre.
¿No
me prestas tu mano en esta noche
de
fin de año de lechuzas roncas?
No
puedes, por razones técnicas.
Entonces
la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el
durazno sedoso de la palma
y
el dorso, ese país de azules árboles.
Así
la tomo y la sostengo,
como
si de ello dependiera
muchísimo
del mundo,
la
sucesión de las cuatro estaciones,
el
canto de los gallos, el amor de los hombres.
“Happy
New Year” de Julio Cortázar.
Ah, y poesía, mucha poesía para
todos.
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