martes, 26 de diciembre de 2017

Realidad y ficción

“Y cuando subí la rampa, me pareció que escapaba al fin de la trampa de la hormiga león y que, según ascendía, el pasado iba quedando cada vez más atrás, y que el ojo izquierdo se me despabilada por completo para ver en toda su luz aquel día de verano, y que allí arriba me esperaban otras vidas con las que entrelazar la mía, para formar de nuevo un laberinto de instantes, de promesas, de episodios sin principio ni fin”.


Así termina El guitarrista de Luis Landero. Estas líneas están precedidas por letras que narran la ruptura de Emil y Adriana cuando este descubre que su historia de amor con la mujer de don Osorio, su jefe, ha sido un engaño fabulado por los dos, un juego perfectamente trazado; tras descubrir que, durante un tiempo, ha vivido en un mundo donde la ficción y la realidad han ido siempre de la mano. Así, sin anestesia. ¡Pobre Emil!

Ahora leo la contraportada de Juegos de la edad tardía (sí, yo al revés; empiezo por lo último para llegar a lo primero) y en ella se dice lo siguiente:

“[…] En ella, Gregorio, un oficinista aficionado a la poesía, y Gil, un representante comercial, se conocen y entablan una profunda amistad. Comparten sueños y frustraciones hasta que deciden iniciar un juego en el que Gregorio se transforma en el señor Faroni, un hombre culto y locuaz, al que idolatra. Pero cuando realidad y ficción se confunden, la diversión se transforma en peligro.”


Vaya, qué contingencia más deliciosa. Me gusta encontrar siempre en Landero “los mismos motivos temáticos” (el hombre en busca de su propia identidad, el tipo sujeto a la contingencia y al albur y devenir de los acontecimientos, el pícaro que negocia con la vida y piensa que esta, la vida, es un negocio que no cubre ni siquiera los gastos, el joven inocente que acaba engolfado y desencantado con los cimientos sobre los que ha construido su vida: el amor, la amistad, el trabajo, la vocación, etc) y descubrir cómo su producción literaria responde a ciertos tipos. Ahora, con la lectura de su opera prima, tendré el placer de conocer cómo el autor despliega un ingenio que va a acompañarlo en todas sus obras. Más vale tarde que nunca, digo yo. A decir verdad, siempre llego tarde… 

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