Hay una cosa que casi siempre (me) pasa cuando visito
esta librería. Lo que ocurre es que, entre los miles de libros que pueblan las
estanterías, aparece un nombre que se corresponde con el de un autor de cuya existencia
no tenía idea hasta que alguien me lo ha presentado
o mostrado, o con el de un autor en el que estoy más interesada en un determinado
momento por “X” razones. Como cuando encontré en la librería aAaaa (situada en
la plaza alta de Badajoz) una antología de Claudio Rodríguez, a quien conocía desde no hacía mucho tiempo. También
dos libros de Ángel Campos Pampano, autor al que empecé a acercarme más después
de saber que uno de mis profesores de secundaria en el IES Puente Ajuda de
Olivenza y otro de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, guardaban una
estrecha relación con él. Así con más de uno, claro. Y es que muchos de mis
libros los he adquirido en esa librería de la Alcazaba que destina el dinero de
las ventas a causas benéficas. Íntegro; lo he dicho aquí en más de una ocasión. Hoy —ya ayer. Siempre escribo tarde—, mientras la gente ocupaba las mesas con tazas de chocolate
caliente y churros, yo, sentada en el suelo de nuevo, buscaba en las
estanterías algún libro que pudiera interesarme. Nueve: La insolación de Carmen Laforet, Escalera hacia el cielo de Luis Goytisolo, El Rito de José Antonio García Blázquez, una antología de los
cuentos de Julio Cortázar, Los miserables
de Víctor Hugo, Una oración por Nora de
Javier Cercas, Formas aladas de José
Antonio Iglesias —he encontrado esta noticia en la que se recoge
información de la publicación de este poemario de un autor al que también
desconocía: http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/jose-antonio-iglesias-presenta-artemis-poemario-formas-aladas_683025.html—,
Solo Hamlet solo de Miguel Murillo, y
alguno más. Sí, como oís. Para mí ha
sido una casualidad maravillosa encontrar, mientras dos parejas de señores
mayores hablaban de una mujer que se quitó las bragas delante de su chófer, la
obra de un autor al que he tenido el placer de escuchar hace una semana y media
y del que quería leer un libro a pesar de no tener ninguno. Ahora sí; ahora tengo
uno. Uno de los señores se giró para decirme, entre risas, “no es lo que parece”. Estuve a punto de decirle que sí, que sí era lo que parecía, que tenía un
libro de Miguel Murillo en mis manos, pero, en lugar de esa tontería, le
sonreí, porque, de verdad, no me importaba en absoluto la historia sexual de
aquella mujer con su chófer. Mis ojos estaban fijos en una de las baldas más
bajas de la estantería, cuando, al leer “Murillo”, avancé unos pasos para
retirar el libro que cerró mi compra de hoy, o ya de ayer, 8 de diciembre de
2017. Para retirar el que fue el noveno; como hoy, que ya es nueve.
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