miércoles, 20 de diciembre de 2017

No entiendo el mundo, no lo abarco

Podría compararme con algún río de curso irresoluto que salga al fin a un llano y quede expuesto, siempre discretamente, a sequías y desmadres. Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a una encrucijada de caminos locales; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclina a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua insomne que fluye y pasa bajo el sueño. Ya raramente me duelen las palabras, y los quiebros de la sintaxis no me hieren. Por mi condición, o imagen, no doy la talla para ser estimado como náufrago. Los frutos de mis ocios no son testimoniales porque no soy noticia ni cifra ni tengo… esa ruda manera de no aceptar…, esa pasión del alquimista…, esa pasión que hace de la existencia un eslabón donde cualquier objeto arranca chispas… En fin, cerremos aquí este balbuceo. No entiendo el mundo, no lo abarco.

                                                                                 
                                                                                                Entre líneas, Luis Landero. 



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