sábado, 31 de marzo de 2018
jueves, 29 de marzo de 2018
Jueves Santo
En
el hospital. Hago la broma con mis amigos de que es, sin duda, porque soy una hereje. “¿Qué persona se pone mala
cuando todo el mundo está de fiesta?” La verdad es que es extraño esto de que a
una, en fechas tan señaladas, le
entre una crisis de jaqueca que no sufría desde hace meses. No, no es extraño, la
verdad. Y, a decir verdad, tampoco me importa, porque no va mucho conmigo (“nada,
Mabel, nada”) esa devoción obsesiva de la gente de echarse a las calles y hacer
tapón, impidiendo el tráfico normal de las personas que quieren continuar, amablemente,
con sus vidas. Dos días hemos salido a tomar unas cañas por el centro, y dos
días he recordado las palabras de todos aquellos que me decían la semana previa
a esta: “no te imaginas cómo se vive la Semana Santa en Cáceres”. Pues no, no
me lo imaginaba, por eso hemos terminado, martes y miércoles, en zonas más
tranquilas y alejadas de la periferia,
con la intención de pasar una velada más
tranquila; con la intención de disfrutar ante la atenta mirada de nadie y sin
que exista la necesidad de explicarle a toda le gente desagradable y maleducada
que no, que la alta no va a quitarles
el sitio (“¿quitarles?, ¿es suyo?”) y mucho menos a impedir que sean testigos
de semejante perfomance. Lo que os
decía, una hereje.
Y
todo esto en una tarde triste de marzo en la que el hospital parecía un hotel
de lujo al que solo tienen acceso las personas de alta cuna. Ni un alma. Bueno,
tres. Conmigo cuatro. “¿La gente solo se pone mala cuando no tiene otra cosa
que hacer?”
-“María
Isabel D…. Gamero pase al Box 3, situado al final del pasillo a la izquierda”.
Esto sí que es una herejía; que una no se reconozca y afirme cuando la llaman por su nombre y que tenga que deletrear,
siempre, su primer apellido. Vaya donde vaya. D O R D I O.
Tres inyecciones y
para casa, en sentido contrario al de todo el mundo, claro.
martes, 27 de marzo de 2018
El poder de las palabras
Me sigue pareciendo increíble el poder que tienen las
palabras para hundirnos en el fango (yo diría mierda, pero tengo que empezar a ser
más comedida, a hablar mejor) o para
salvarnos y poner a resguardo nuestra autoestima. Sobre todo en tiempos de
tormenta. Lo que me parece más increíble aún es que, la mayoría de las veces, nuestro
estado de ánimo y nuestro bienestar dependan directamente del poder que ejercen
estas sobre nosotros. A veces también de su ausencia cuando hubo tiempo de
decirlas (“¿qué mal suena esto, no? Ya no solo no sabes hablar, Mabel; tampoco
escribir”). Ahora, no sé por qué (o sí), recuerdo una representación (Tabú) que vimos Jorge y yo en “La Malhablada”
cuando, hace cosa de un mes, estuvimos en Salamanca. Los actores se pasaron los
quince minutos que duró la representación lamentándose por todo aquello que
querían y debieron decir pero que sin embargo callaron. Así, sin comas. A lo mejor no fue una
decisión tan desacertada, mira tú por dónde. Sí, sí que lo fue, “¿qué cojones dices,
Mabel? Uy, vuelvo a ser una malhablada”.
No estaba yo en estas cuando J. y P. me han contado hace un
rato, en la cuarta mesa de la BC, que María del Carmen Martínez Bordiú ha solicitado
la sucesión en el título de Duque de Franco, con Grandeza de España, tras el
fallecimiento de su madre, Carmen Franco Polo, el pasado 29 de diciembre. Así
lo recoge el BOE publicado ayer, 26 de marzo. “No me deis la mañana, os lo pido
por favor”, ha sido mi respuesta que, ellos, han acogido entre risas. Pues sí, estaba yo asimilando tan desagradable
noticia (lo siento mucho) y tan infames palabras (lo siento mucho otra vez. “No
mientas, Mabel. No lo sientes nada”) cuando he recibido un correo. “No,
no, no, no. No puede ser” decía mientras daba saltitos en la silla de madera
ante la atenta mirada de J. Cuatro líneas de felicidad (en el móvil más); 94
palabras leídas y releídas hasta la saciedad, con la emoción del enamorado cuando
recibe un mensaje de su amada; con el mismo brillo en los ojos y la mismas
ganas de comerse el mundo; con la cabeza perdida y viajando a cualquier mundo
posible, excepto al que le ofrecen los apuntes que, de la novela picaresca,
tiene delante.
Ya (se) lo decía yo el otro día: "Son las pequeñas cosas que dan sentido a la vida. El afán, la pasión y las ganas; la escritura y la literatura. "
El poder y la sugestión de las palabras; el maravilloso mundo
de las letras.
viernes, 23 de marzo de 2018
La tentación de existir
No
es la primera vez que escucho eso de que “ver a alguien leyendo un libro que te
gusta, es ver a un libro recomendándote a una persona”. Corren por ahí –por aquí también– esas máximas o
tópicos a las que una no le presta atención hasta que un día, cuando ocurre, se
para a pensar. Como hoy. A.C. me ha pedido que saque un libro del depósito 1
para alguien que lo había solicitado.
Como siempre, lo retiro de la estantería para, inmediatamente, leer su título en
la portada. “La tentación de existir”, de E.M. Cioran; una obra de un autor amargo del que una ya ha leído algo. Poco, pero algo. Y no, no es una lectura
de personas suicidas. Últimamente mi memoria
falla más de lo normal, así que, cuando salgo del depósito, antes de entregárselo
a A.B. (no va el nombre, es un alfabético
más), decido copiar en el tema 50 de las oposiciones, “El Quijote”, el
título del libro. Lo desmagnetizo y me disculpo, claro: “lo siento, es que he
leído hace tiempo algo de Cioran ("Silogismos de amargura") y he corrido a apuntar el título de la obra, para leerla
cuando pueda”. Y así, claro, “La tentación de existir” un día cualquiera –lluvioso
otra vez– del mes de marzo.
Debemos
la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la
exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos
intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo
en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al
afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso
para El como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan,
el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí mismo, más que para
volver de nuevo a sÌ enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que
vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra
su autor: el poema aplastar· al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento
al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y
cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; solo se salva quien
sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda
reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún
precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede
de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea
que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre
se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo
exacto de hundimiento.
De
Pensar contra sí mismo, como todos hacemos
la mayoría de las veces.
Como
todos hacemos a lo largo de nuestra mediocre y corte vida.
Será
de volver a leer a Cioran. Seguro que sí. Seguro.
miércoles, 21 de marzo de 2018
¿De días mundiales?
Escribo desde un escritorio que está pegado a la pared
frontal de mi habitación, donde se encuentra la ventana. Recuerdo algo que leí
en El
balcón en invierno. El protagonista adolecía por su inactiva vida, por
su papel de espectador en un mundo que, en su caso,se reducía a un escritorio
–“¿sería como el tuyo, Mabel?”–, plagado de bolígrafos y folios, donde escribía
al margen de lo que acontecía más allá de esas cuatro paredes. Desde ese
pequeño cosmos veía el ir y venir de la gente, hasta que un día decidió pasar a
la acción, para darse cuenta, después, de que aquel no era su mundo. Volvió,
entonces, a su quehacer cotidiano, a aquel lugar que se había convertido en su
refugio; a aquel lugar donde todo tenía sentido. “¿Pero no venías a escribir
aquí de otras cosas, Mabel? Ah, se me olvidaba, tengo que recomendarle El
balcón en invierno a mi hermano Chané. Seguro que le
gusta”. Pues eso, que yo también me siento protegida de la infamia,
la mediocridad y la hipocresía de este mundo cuando ocupo esta silla.
Es por eso por lo que escribir,
torpe y mal, me cuesta menos. Como hoy, que quería escribir de los días
mundiales, que nada me gustan, pero que juegan un papel social importante
cuando se trata de dar visibilidad a un colectivo ignorado o menos tenido en
cuenta. Lo discutía el otro día con Juan. Tenías razón, amigo.
Cuando pienso en que es hoy el
Día Mundial del Síndrome de Down se me vienen a la cabeza, especialmente, dos
nombres: Adrián y Alberto, los dos con “A” de ángel. Adrián, “tú eres nuestro
mundo”. Creo que ese era el lema de un pequeño body que le regalé un caluroso
día de verano cuando, con mi hermana, fui a conocerlo. De eso hace ya casi dos
años, que son los que él cumplirá dentro de unos meses. No me gusta escuchar la
típica frase: “qué suerte ha tenido X de haber
nacido en una familia donde lo han acogido con tanto amor”. Perdonad, suerte la
de los padres con hijos que les hacen ver la vida de una manera especial y
maravillosa; que les hacen ver el mundo desde los ojos de la inocencia y el
amor. Adrián, “tú eres nuestro mundo”. A Alberto no lo conocí. Sandra me habla
de él con la ternura y el amor de quien admira a alguien que, por desgracia, ya
no está. Sé que se volvía loquito cuando
veía a su tío Andrés y que le entusiasmaba ver bailar a Andrea. Sandra me ha
contado muchas veces que, cuando era pequeño, traía a todos de cabeza, que no
paraba quieto y que era algo travieso. También dice que era un niño noble y
lleno de vida. Pues sí, a lo mejor lo conozco un poco más de lo que pensaba,
porque no hay manera más especial de conocer a alguien que a través de los ojos
de quien mira y admira con tanto cariño.
Cuando pienso en que hoy es, también,
el Día Mundial de la Poesía, recuerdo todos los versos que han inundado mi vida
desde que mi relación con la literatura se convirtió en una de las más
apasionantes y duraderas que voy a tener jamás. Y aquí estoy, frente a un libro
violeta, que me regaló Marta, de Luis Cernuda. Está colocado a mi derecha, y
oigo como me dice, con voz apremiante y sugerente, “léeme”. A sus
órdenes, como siempre.
También es hoy el cumpleaños de
Carmen. Esta mañana contestaba mi felicitación diciéndome que si tiene que
aprender a ser un poco más amable es porque se parece a mí, pero no en lo de
bella. Claro que sí, Carmen. Sabes que me gusta hacerte rabiar, pero también
que pienso, como todos los que te conocemos, que debajo de esa coraza y de esa
lengua astuta
y rápida, hay un corazón puro y lleno de bondad. Y claro que no, Carmen, no
te pareces a mí, por mucho que nuestros físicos –ya menos– sean bastante
similares y que compartamos lugar –no tamaño– de nuestras manchas de
nacimiento. Tampoco te creas cuando te dicen que eres la versión mejorada de tu
tía, porque quienes lo dice no tienen ni puta idea; eres la versión perfecta de
ti misma. Ahora se me viene a la cabeza una imagen clara, preciosa y precisa:
una niña de pelo corto y moreno, de piel canela y vestido blanco de tirante
ancho. La veo cuando entro en el salón de casa y pienso, “joder, ¿es que el
tiempo no va a detenerse nunca?” No, Carmen, no se detiene. Y yo vivo feliz por
ver cómo te conviertes en una mujer de la que se sienten orgullosas todas las
personas que te quieren y que están a tu alrededor.
lunes, 19 de marzo de 2018
Juan Gil-Albert
Hoy,
mientras David desbloqueaba su móvil para acceder a youtube y poner la música
que siempre pone cuando bajamos al depósito 3.2 (BC3, Tesis, etc), yo echaba un
vistazo a los libros de la primera estantería. He encontrado varios de mi
interés (parece que todos son de mi interés siempre), pero me he fijado,
especialmente, en una “pequeña” colección titulada Premios Max Aub (a lo mejor no es este el título exacto). En uno de
estos he leído el nombre de Juan Gil-Albert. Cuando he subido, ya instalada de
nuevo (por poco tiempo) en la mesa que llevo ocupando desde noviembre, todos
los días de 12:00-15:00 (en octubre de 18:30 a 21:30), he buscado información
de este autor de la primera mitad del siglo XX. “Anda, si murió el mismo día
que tú cumplías dos años”. Ya no me siento tan mal cuando leo un nombre que
desconozco y lo único que puedo decir es que no, que me suena pero que no lo conozco; que no he leído nada de él. “Ya sí,
Mabel, ¿o es que esta tarde es nunca?”
Pues eso, que ya no me siento tan mal; lo tomo como una oportunidad que me regala
la vida para aprender algo nuevo y acostarme ese día con mejor sabor de boca. Y
para levantarme al día siguiente sabiendo que soy aún más ignorante, porque siempre voy a
desconocer más de lo que me gustaría, más de lo que sé. Pues eso, Juan-Gil
Albert, un libro, más libros, un depósito que huele a hogar y una tarde fría de
marzo con sabor a poesía.
Las
mentiras
Tema para una canción
No puedo sino amaros
estrujando vuestras veleidosas
acechanzas
sobre mi pecho estremecido,
porque ¿de qué otra cosa podría
vivir?
Recordar la vida pasada
es como regar el huerto de vuestras
sombras,
y suspirar por algo desaparecido
es levantar las ciegas estatuas de
un jardín.
El desvarío es grande
e insensata la índole de mis
sentimientos,
mas cuando un hechizo obra sobre un
corazón,
¿quién puede disiparle esa áspera
pena?
Verdad, verdad deseada,
en los labios engañosos del mundo
paréceme escuchar como posible
el eco de tu clemencia.
domingo, 18 de marzo de 2018
Y no, no hay sueño bastante a tu vacío
No
le gustaban las flores. Alguna vez lo he dicho aquí. Seguro que sí, que lo he
dicho, no que le gustasen. A mí nunca me lo dijo, pero a mamá sí. Ella a veces
me lo cuenta: “tu padre siempre decía que cuando se muriese no quería ver a nadie llorando en el cementerio
con un centro de flores en las manos”. Ay, papá, si tú supieras… Y si tú
supieras también cuantas veces lo cuenta mamá. No es porque se le olviden las
cosas, estoy segura, es porque recordando cómo eras se siente más cerca de ti.
Como yo. Por eso, cuando llego a casa, te veo en tu sillón de siempre dormido a
la siesta, o, cuando recorro el pasillo, oigo el sonido de la radio gris y antigua que escuchabas todas las noches hasta que te vencía el sueño. También te veo en el arco alzando la mano para saludarme
cuando llego, de Cáceres, al pueblo. Y por el camino que andabas todas las
mañanas a eso de las siete. Y en tu tomate con anchoas y, exactamente, seis
aceitunas. Y en cada copa de vino tinto. Y en los ojos de mamá, de Sergio,
Elena, Chané y Fay. También en sus sonrisas. Y en las fotos en blanco y negro.
En cada camisa a cuadros y en cada pelo cano y pobre. En cada 27, 28 y 29 de
abril, porque solo una persona tan especial podía cumplir años tres veces al
año.
Y
ahora, casi a tus setenta y un años, ¿cómo serías? Igual. Estoy segura. Y también
estoy segura de que yo sería más feliz y mejor persona.
Y hoy, hoy que no es el día del padre, para
mí sí lo es.
A qué región me llegaré a buscarte
ahora que reposas a mi lado
en forma de deseo
hombre
cuya belleza apenas
conocía. Cada día me ciñe
su cilicio de ausencia.
Me has herido de vida desde toda
tu muerte
y no hay sueño bastante a tu vacío.
Ada
Salas
Y
no hay, no; no hay sueño bastante a tu
vacío.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)