Me sigue pareciendo increíble el poder que tienen las
palabras para hundirnos en el fango (yo diría mierda, pero tengo que empezar a ser
más comedida, a hablar mejor) o para
salvarnos y poner a resguardo nuestra autoestima. Sobre todo en tiempos de
tormenta. Lo que me parece más increíble aún es que, la mayoría de las veces, nuestro
estado de ánimo y nuestro bienestar dependan directamente del poder que ejercen
estas sobre nosotros. A veces también de su ausencia cuando hubo tiempo de
decirlas (“¿qué mal suena esto, no? Ya no solo no sabes hablar, Mabel; tampoco
escribir”). Ahora, no sé por qué (o sí), recuerdo una representación (Tabú) que vimos Jorge y yo en “La Malhablada”
cuando, hace cosa de un mes, estuvimos en Salamanca. Los actores se pasaron los
quince minutos que duró la representación lamentándose por todo aquello que
querían y debieron decir pero que sin embargo callaron. Así, sin comas. A lo mejor no fue una
decisión tan desacertada, mira tú por dónde. Sí, sí que lo fue, “¿qué cojones dices,
Mabel? Uy, vuelvo a ser una malhablada”.
No estaba yo en estas cuando J. y P. me han contado hace un
rato, en la cuarta mesa de la BC, que María del Carmen Martínez Bordiú ha solicitado
la sucesión en el título de Duque de Franco, con Grandeza de España, tras el
fallecimiento de su madre, Carmen Franco Polo, el pasado 29 de diciembre. Así
lo recoge el BOE publicado ayer, 26 de marzo. “No me deis la mañana, os lo pido
por favor”, ha sido mi respuesta que, ellos, han acogido entre risas. Pues sí, estaba yo asimilando tan desagradable
noticia (lo siento mucho) y tan infames palabras (lo siento mucho otra vez. “No
mientas, Mabel. No lo sientes nada”) cuando he recibido un correo. “No,
no, no, no. No puede ser” decía mientras daba saltitos en la silla de madera
ante la atenta mirada de J. Cuatro líneas de felicidad (en el móvil más); 94
palabras leídas y releídas hasta la saciedad, con la emoción del enamorado cuando
recibe un mensaje de su amada; con el mismo brillo en los ojos y la mismas
ganas de comerse el mundo; con la cabeza perdida y viajando a cualquier mundo
posible, excepto al que le ofrecen los apuntes que, de la novela picaresca,
tiene delante.
Ya (se) lo decía yo el otro día: "Son las pequeñas cosas que dan sentido a la vida. El afán, la pasión y las ganas; la escritura y la literatura. "
El poder y la sugestión de las palabras; el maravilloso mundo
de las letras.
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