Escribo desde un escritorio que está pegado a la pared
frontal de mi habitación, donde se encuentra la ventana. Recuerdo algo que leí
en El
balcón en invierno. El protagonista adolecía por su inactiva vida, por
su papel de espectador en un mundo que, en su caso,se reducía a un escritorio
–“¿sería como el tuyo, Mabel?”–, plagado de bolígrafos y folios, donde escribía
al margen de lo que acontecía más allá de esas cuatro paredes. Desde ese
pequeño cosmos veía el ir y venir de la gente, hasta que un día decidió pasar a
la acción, para darse cuenta, después, de que aquel no era su mundo. Volvió,
entonces, a su quehacer cotidiano, a aquel lugar que se había convertido en su
refugio; a aquel lugar donde todo tenía sentido. “¿Pero no venías a escribir
aquí de otras cosas, Mabel? Ah, se me olvidaba, tengo que recomendarle El
balcón en invierno a mi hermano Chané. Seguro que le
gusta”. Pues eso, que yo también me siento protegida de la infamia,
la mediocridad y la hipocresía de este mundo cuando ocupo esta silla.
Es por eso por lo que escribir,
torpe y mal, me cuesta menos. Como hoy, que quería escribir de los días
mundiales, que nada me gustan, pero que juegan un papel social importante
cuando se trata de dar visibilidad a un colectivo ignorado o menos tenido en
cuenta. Lo discutía el otro día con Juan. Tenías razón, amigo.
Cuando pienso en que es hoy el
Día Mundial del Síndrome de Down se me vienen a la cabeza, especialmente, dos
nombres: Adrián y Alberto, los dos con “A” de ángel. Adrián, “tú eres nuestro
mundo”. Creo que ese era el lema de un pequeño body que le regalé un caluroso
día de verano cuando, con mi hermana, fui a conocerlo. De eso hace ya casi dos
años, que son los que él cumplirá dentro de unos meses. No me gusta escuchar la
típica frase: “qué suerte ha tenido X de haber
nacido en una familia donde lo han acogido con tanto amor”. Perdonad, suerte la
de los padres con hijos que les hacen ver la vida de una manera especial y
maravillosa; que les hacen ver el mundo desde los ojos de la inocencia y el
amor. Adrián, “tú eres nuestro mundo”. A Alberto no lo conocí. Sandra me habla
de él con la ternura y el amor de quien admira a alguien que, por desgracia, ya
no está. Sé que se volvía loquito cuando
veía a su tío Andrés y que le entusiasmaba ver bailar a Andrea. Sandra me ha
contado muchas veces que, cuando era pequeño, traía a todos de cabeza, que no
paraba quieto y que era algo travieso. También dice que era un niño noble y
lleno de vida. Pues sí, a lo mejor lo conozco un poco más de lo que pensaba,
porque no hay manera más especial de conocer a alguien que a través de los ojos
de quien mira y admira con tanto cariño.
Cuando pienso en que hoy es, también,
el Día Mundial de la Poesía, recuerdo todos los versos que han inundado mi vida
desde que mi relación con la literatura se convirtió en una de las más
apasionantes y duraderas que voy a tener jamás. Y aquí estoy, frente a un libro
violeta, que me regaló Marta, de Luis Cernuda. Está colocado a mi derecha, y
oigo como me dice, con voz apremiante y sugerente, “léeme”. A sus
órdenes, como siempre.
También es hoy el cumpleaños de
Carmen. Esta mañana contestaba mi felicitación diciéndome que si tiene que
aprender a ser un poco más amable es porque se parece a mí, pero no en lo de
bella. Claro que sí, Carmen. Sabes que me gusta hacerte rabiar, pero también
que pienso, como todos los que te conocemos, que debajo de esa coraza y de esa
lengua astuta
y rápida, hay un corazón puro y lleno de bondad. Y claro que no, Carmen, no
te pareces a mí, por mucho que nuestros físicos –ya menos– sean bastante
similares y que compartamos lugar –no tamaño– de nuestras manchas de
nacimiento. Tampoco te creas cuando te dicen que eres la versión mejorada de tu
tía, porque quienes lo dice no tienen ni puta idea; eres la versión perfecta de
ti misma. Ahora se me viene a la cabeza una imagen clara, preciosa y precisa:
una niña de pelo corto y moreno, de piel canela y vestido blanco de tirante
ancho. La veo cuando entro en el salón de casa y pienso, “joder, ¿es que el
tiempo no va a detenerse nunca?” No, Carmen, no se detiene. Y yo vivo feliz por
ver cómo te conviertes en una mujer de la que se sienten orgullosas todas las
personas que te quieren y que están a tu alrededor.
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