En
el hospital. Hago la broma con mis amigos de que es, sin duda, porque soy una hereje. “¿Qué persona se pone mala
cuando todo el mundo está de fiesta?” La verdad es que es extraño esto de que a
una, en fechas tan señaladas, le
entre una crisis de jaqueca que no sufría desde hace meses. No, no es extraño, la
verdad. Y, a decir verdad, tampoco me importa, porque no va mucho conmigo (“nada,
Mabel, nada”) esa devoción obsesiva de la gente de echarse a las calles y hacer
tapón, impidiendo el tráfico normal de las personas que quieren continuar, amablemente,
con sus vidas. Dos días hemos salido a tomar unas cañas por el centro, y dos
días he recordado las palabras de todos aquellos que me decían la semana previa
a esta: “no te imaginas cómo se vive la Semana Santa en Cáceres”. Pues no, no
me lo imaginaba, por eso hemos terminado, martes y miércoles, en zonas más
tranquilas y alejadas de la periferia,
con la intención de pasar una velada más
tranquila; con la intención de disfrutar ante la atenta mirada de nadie y sin
que exista la necesidad de explicarle a toda le gente desagradable y maleducada
que no, que la alta no va a quitarles
el sitio (“¿quitarles?, ¿es suyo?”) y mucho menos a impedir que sean testigos
de semejante perfomance. Lo que os
decía, una hereje.
Y
todo esto en una tarde triste de marzo en la que el hospital parecía un hotel
de lujo al que solo tienen acceso las personas de alta cuna. Ni un alma. Bueno,
tres. Conmigo cuatro. “¿La gente solo se pone mala cuando no tiene otra cosa
que hacer?”
-“María
Isabel D…. Gamero pase al Box 3, situado al final del pasillo a la izquierda”.
Esto sí que es una herejía; que una no se reconozca y afirme cuando la llaman por su nombre y que tenga que deletrear,
siempre, su primer apellido. Vaya donde vaya. D O R D I O.
Tres inyecciones y
para casa, en sentido contrario al de todo el mundo, claro.
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