jueves, 29 de marzo de 2018

Jueves Santo

En el hospital. Hago la broma con mis amigos de que es, sin duda, porque soy una hereje. “¿Qué persona se pone mala cuando todo el mundo está de fiesta?” La verdad es que es extraño esto de que a una, en fechas tan señaladas, le entre una crisis de jaqueca que no sufría desde hace meses. No, no es extraño, la verdad. Y, a decir verdad, tampoco me importa, porque no va mucho conmigo (“nada, Mabel, nada”) esa devoción obsesiva de la gente de echarse a las calles y hacer tapón, impidiendo el tráfico normal de las personas que quieren continuar, amablemente, con sus vidas. Dos días hemos salido a tomar unas cañas por el centro, y dos días he recordado las palabras de todos aquellos que me decían la semana previa a esta: “no te imaginas cómo se vive la Semana Santa en Cáceres”. Pues no, no me lo imaginaba, por eso hemos terminado, martes y miércoles, en zonas más tranquilas y alejadas de la periferia, con la intención de pasar una velada más tranquila; con la intención de disfrutar ante la atenta mirada de nadie y sin que exista la necesidad de explicarle a toda le gente desagradable y maleducada que no, que la alta no va a quitarles el sitio (“¿quitarles?, ¿es suyo?”) y mucho menos a impedir que sean testigos de semejante perfomance. Lo que os decía, una hereje.

Y todo esto en una tarde triste de marzo en la que el hospital parecía un hotel de lujo al que solo tienen acceso las personas de alta cuna. Ni un alma. Bueno, tres. Conmigo cuatro. “¿La gente solo se pone mala cuando no tiene otra cosa que hacer?”

-“María Isabel D…. Gamero pase al Box 3, situado al final del pasillo a la izquierda”. Esto sí que es una herejía; que una no se reconozca y afirme cuando la llaman por su nombre y que tenga que deletrear, siempre, su primer apellido. Vaya donde vaya. D O R D I O. 

Tres inyecciones y para casa, en sentido contrario al de todo el mundo, claro. 

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