No
es la primera vez que escucho eso de que “ver a alguien leyendo un libro que te
gusta, es ver a un libro recomendándote a una persona”. Corren por ahí –por aquí también– esas máximas o
tópicos a las que una no le presta atención hasta que un día, cuando ocurre, se
para a pensar. Como hoy. A.C. me ha pedido que saque un libro del depósito 1
para alguien que lo había solicitado.
Como siempre, lo retiro de la estantería para, inmediatamente, leer su título en
la portada. “La tentación de existir”, de E.M. Cioran; una obra de un autor amargo del que una ya ha leído algo. Poco, pero algo. Y no, no es una lectura
de personas suicidas. Últimamente mi memoria
falla más de lo normal, así que, cuando salgo del depósito, antes de entregárselo
a A.B. (no va el nombre, es un alfabético
más), decido copiar en el tema 50 de las oposiciones, “El Quijote”, el
título del libro. Lo desmagnetizo y me disculpo, claro: “lo siento, es que he
leído hace tiempo algo de Cioran ("Silogismos de amargura") y he corrido a apuntar el título de la obra, para leerla
cuando pueda”. Y así, claro, “La tentación de existir” un día cualquiera –lluvioso
otra vez– del mes de marzo.
Debemos
la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la
exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos
intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo
en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al
afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso
para El como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan,
el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí mismo, más que para
volver de nuevo a sÌ enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que
vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra
su autor: el poema aplastar· al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento
al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y
cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; solo se salva quien
sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda
reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún
precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede
de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea
que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre
se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo
exacto de hundimiento.
De
Pensar contra sí mismo, como todos hacemos
la mayoría de las veces.
Como
todos hacemos a lo largo de nuestra mediocre y corte vida.
Será
de volver a leer a Cioran. Seguro que sí. Seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario