viernes, 23 de marzo de 2018

La tentación de existir



No es la primera vez que escucho eso de que “ver a alguien leyendo un libro que te gusta, es ver a un libro recomendándote a una persona”. Corren  por ahí –por aquí también– esas máximas o tópicos a las que una no le presta atención hasta que un día, cuando ocurre, se para a pensar. Como hoy. A.C. me ha pedido que saque un libro del depósito 1 para alguien que lo había solicitado. Como siempre, lo retiro de la estantería para, inmediatamente, leer su título en la portada. “La tentación de existir”, de E.M. Cioran; una obra de un autor amargo del que una ya ha leído algo. Poco, pero algo. Y no, no es una lectura de personas suicidas. Últimamente mi memoria falla más de lo normal, así que, cuando salgo del depósito, antes de entregárselo a A.B. (no va el nombre, es un alfabético más), decido copiar en el tema 50 de las oposiciones, “El Quijote”, el título del libro. Lo desmagnetizo y me disculpo, claro: “lo siento, es que he leído hace tiempo algo de Cioran ("Silogismos de amargura") y he corrido a apuntar el título de la obra, para leerla cuando pueda”. Y así, claro, “La tentación de existir” un día cualquiera –lluvioso otra vez– del mes de marzo.

Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para El como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí mismo, más que para volver de nuevo a sÌ enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastar· al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; solo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento.
De Pensar contra sí mismo, como todos hacemos la mayoría de las veces.
Como todos hacemos a lo largo de nuestra mediocre y corte vida.
Será de volver a leer a Cioran. Seguro que sí. Seguro.



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