Tras
deambular por las oscuras y lóbregas calles de su ciudad, decidió volver a casa
hecha pedazos. Pensó, incluso, que estaba soñando y que aquellas calles no eran
sino el reflejo de su estado anímico en aquellos momentos. Esa idea se
desvaneció cuando encontró, casi encima, los faros de aquel Volkswagen Passat.
No se había percatado, pero estaba en
mitad de una carretera muy transitada. El conductor se alejaba al tiempo que su
bocina y aquellas palabras viles y groseras se esfumaban en la inmensidad de la
noche. Como sus sueños. Llegó a casa, se tumbó en la cama, boca arriba, y
empezó a recordar todo lo acaecido en los últimos años.
El paso inexorable del
tiempo y el devenir de los acontecimientos habían hecho mella en su carácter y en
su modo de ver el mundo. Decidió coger su libro preferido de poesía con la
intención de adentrarse en otra realidad y olvidar, así, la mezquindad que le
rodeaba; para tratar de alejar de sí misma unos recuerdos penosos y absurdos.
Como la mayoría de los días, el sueño no fue capaz de vencerla. Temía una noche
arropada por los fantasmas del pasado y esa fue la única razón por la que se
echó de nuevo a las calles, en busca de ese bálsamo que parecía no encontrar en
ningún lugar. Se sentó en un viejo banco de un cercano parque y allí empezó a vigilar
el ir y venir de cuantos estaban, con y como ella, en aquel sitio. Tenía la estúpida
manía de observar de manera minuciosa el comportamiento de las personas.
Imaginaba y dibujaba sus vidas en función de lo que veía y percibía. Así pasó
un par de horas gracias a que el movimiento parecía no cesar. Volvió a casa con
la libreta llena de notas y se tumbó, de nuevo, en la cama, ahora deshecha.
Comenzó a leer todo lo que había anotado en su cuaderno azul y descubrió que,
en ninguna de esas páginas, hacía referencia a la discusión acalorada de una
pareja de enamorados, sino a los besos que sirvieron después como reconciliación;
tampoco apuntó el paso pesaroso y aquejumbrado de aquellos ancianos, sino las
sonrisas y el amor, que sin hablar, se profesaban; también la canción que con
pasión y gusto escuchaba el joven de la camiseta negra y las bermudas vaqueras;
y las risas cómplices de aquel grupo de amigas cuando hablaban de chicos.
¿Si
podía hacerlo con la vida de otros, imaginando incluso un espléndido porvenir,
no podía, acaso, hacerlo con la suya también? Claro que podía, pero había
estado dormida todo este tiempo. Podía pero había preferido observar siempre y
no pasar a la acción. Podía, pero se había perdido en mundos oníricos, en
mundos que siempre carecieron de sentido. Podía y, lo que era aún más
importante, estaba dispuesta a poder; dispuesta a abandonar, de una vez por todas,
la carga que suponía el pasado; dispuesta a cerrar puertas y decir adiós.
Era
de madrugada y había empezado a llover, pero decidió volver a la calle, ahora,
para celebrar, bajo la lluvia, que estaba viva. Y que a veces perdiendo también
se gana; y que nos pasamos la vida intentando sumar y a veces restando se suma
incluso más.