jueves, 15 de junio de 2017

A veces restando también se suma

Tras deambular por las oscuras y lóbregas calles de su ciudad, decidió volver a casa hecha pedazos. Pensó, incluso, que estaba soñando y que aquellas calles no eran sino el reflejo de su estado anímico en aquellos momentos. Esa idea se desvaneció cuando encontró, casi encima, los faros de aquel Volkswagen Passat. No se había percatado,  pero estaba en mitad de una carretera muy transitada. El conductor se alejaba al tiempo que su bocina y aquellas palabras viles y groseras se esfumaban en la inmensidad de la noche. Como sus sueños. Llegó a casa, se tumbó en la cama, boca arriba, y empezó a recordar todo lo acaecido en los últimos años. 

El paso inexorable del tiempo y el devenir de los acontecimientos habían hecho mella en su carácter y en su modo de ver el mundo. Decidió coger su libro preferido de poesía con la intención de adentrarse en otra realidad y olvidar, así, la mezquindad que le rodeaba; para tratar de alejar de sí misma unos recuerdos penosos y absurdos. Como la mayoría de los días, el sueño no fue capaz de vencerla. Temía una noche arropada por los fantasmas del pasado y esa fue la única razón por la que se echó de nuevo a las calles, en busca de ese bálsamo que parecía no encontrar en ningún lugar. Se sentó en un viejo banco de un cercano parque y allí empezó a vigilar el ir y venir de cuantos estaban, con y como ella, en aquel sitio. Tenía la estúpida manía de observar de manera minuciosa el comportamiento de las personas. Imaginaba y dibujaba sus vidas en función de lo que veía y percibía. Así pasó un par de horas gracias a que el movimiento parecía no cesar. Volvió a casa con la libreta llena de notas y se tumbó, de nuevo, en la cama, ahora deshecha. Comenzó a leer todo lo que había anotado en su cuaderno azul y descubrió que, en ninguna de esas páginas, hacía referencia a la discusión acalorada de una pareja de enamorados, sino a los besos que sirvieron después como reconciliación; tampoco apuntó el paso pesaroso y aquejumbrado de aquellos ancianos, sino las sonrisas y el amor, que sin hablar, se profesaban; también la canción que con pasión y gusto escuchaba el joven de la camiseta negra y las bermudas vaqueras; y las risas cómplices de aquel grupo de amigas cuando hablaban de chicos. 

¿Si podía hacerlo con la vida de otros, imaginando incluso un espléndido porvenir, no podía, acaso, hacerlo con la suya también? Claro que podía, pero había estado dormida todo este tiempo. Podía pero había preferido observar siempre y no pasar a la acción. Podía, pero se había perdido en mundos oníricos, en mundos que siempre carecieron de sentido. Podía y, lo que era aún más importante, estaba dispuesta a poder; dispuesta a abandonar, de una vez por todas, la carga que suponía el pasado; dispuesta a cerrar puertas y decir adiós.


Era de madrugada y había empezado a llover, pero decidió volver a la calle, ahora, para celebrar, bajo la lluvia, que estaba viva. Y que a veces perdiendo también se gana; y que nos pasamos la vida intentando sumar y a veces restando se suma incluso más. 


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