miércoles, 7 de junio de 2017

Impagable

En una conversación de no hace muchos días decía que somos, principalmente, los filólogos los que tenemos que defender la literatura como un bien social y cultural que nos permite, entre otras cosas, conocer épocas gloriosas del pasado y establecer analogías con lo presente. Como respuesta recibí: “la sensibilidad del que ama la literatura es impagable”. Suscribo estas palabras. Hoy no imagino mi vida sin una novela o un poema que me hagan soñar despierta. Tampoco imagino una tarde lluviosa de invierno sin un buen café y un libro cerca; ni un paseo por un parque de ensueño con unos versos como único acompañante. Me he sentido más veces identificada con el personaje de un relato o con la composición de un poeta que con personas y circunstancias que envuelven mi vida. 

Como dijo Cortázar: “nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir, escritura, literatura…”. Sí, nuestra verdad posible tiene que ser invención.  

Ahora leo un poema de este autor y un fragmento del capítulo 7 de su obra magna, Rayuela. Un placer sumergirse en estos mundos…

Toco tu boca

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad, elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces, mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llenas de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.




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