sábado, 28 de abril de 2018

Ausencias


 Es curioso como una imagen que no existe se convierte en recurrente cada vez que miro atrás y veo el tiempo que ha pasado desde que no estás. Pestañas posadas en las mejillas, mariposas blancas y estrellas fugaces. Un único deseo, imposible, pero no olvidado. Ya, a tus sesenta y cinco años, el tiempo y la enfermedad habían hecho estragos en tu piel, en tu cuerpo e incluso en tu memoria. No solo era el pelo cano y el cuerpo lento y desorientado de quien vivió lucido y enérgico los más de sus años, sino los ojos que evidenciaban la madurez de una vida ya hecha. Sigo pensando como serías a tus setenta y un años, esos que hubieses cumplido ayer, hoy o mañana. Igual, papá; serías igual. Seguirías repitiendo las mismas cosas “un millón de veces”. Seguiría la botella de agua en tu mesilla y tu radio gris debajo de la almohada. Tú sonrisa y el brillo de tus ojos también serían los mismos, aunque tus arrugas más acentuadas, tu pelo más pobre y tu cuerpo más encorvado. Pero lo mejor de todo es que contigo la fruta tendría otro sabor los domingos, los viernes, al cruzar el arco, otro color, y estar en silencio, otro misterio. La vida tendría otro sentido más real y valioso. No sé por qué, en estos momentos, recuerdo uno de los regalos más simples y especiales que alguien me hizo cuando llevábamos compartiendo juntos siete meses de nuestras vidas. Recuerdo que decía –y enumeraba– que siete eran las maravillas del mundo, los colores del arcoíris, los días de la semana y las artes. Después, afirmaba que yo era la octava maravilla del mundo, el octavo color del arcoíris, el octavo día de la semana y el octavo arte. Hoy proyecto en ti todo eso de lo que un día me hicieron merecedora a mí, porque es curioso que al verte, cuando te pienso, mi cabeza se inunde de canciones hermosas, de colores vivos, de poemas, de obras de arte, de años, días y meses, y de amor y buenos deseos.

Felicidades, papá.



Fragmentos, de Jorge Márquez

El cielo casi, de Ángel Campos Pámpano

jueves, 26 de abril de 2018

España NO me representa

Hoy, hace exactamente un mes y dieciocho días, se celebró el Día Internacional de la Mujer, y hoy, un mes y dieciocho días después, nos hacen sentir que no valemos absolutamente nada, que necesitamos de un día visible para hacer valer nuestros derechos, porque fuera del calendario seguimos siendo nadie. Hoy, la justicia española entiende que es abuso y no violación; entiende que es normal y no intimidatorio que cinco hombres nos acorralen en un portal sin salida. Sí, entienden que violentar, reducir y corromper la libertad de la mujer es un delito menor que se suple con nueve (serán tres) años de carcel. Hoy seguimos siendo nada, incluso para todas las mujeres que juzgan a otras por su forma de actuar, por su vida sexual y por su forma de vestir. También para los que piensan que el lugar de la mujer está en su casa, y no en la calle. Seguimos siendo nada, pero luchando siempre por ser todo lo que merecemos ser.

sábado, 21 de abril de 2018

Sus manos y su historia


Ellos no saben que son los protagonistas del cuento que yo he escrito sobre su propia historia de amor. Nunca lo sabrán. Tampoco lo leerán. Ellos no saben sus nombres, el día que se conocieron, cómo se enamoraron y cómo siguen, hoy, caminando de la mano. No lo saben porque esta realidad solo existe, convertida en ficción, en uno de mis cuadernos. Ellos no saben que son los protagonistas de la historia que yo cuento e invento. No, no lo saben. No. Quizá por eso, ayer, mientras caminaba pensando en la contingencia a la que está sujeta a veces la vida, me crucé con sus manos entrelazadas para, por unos segundos, quedarme a vivir en ellas. No, no lo saben. Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo el día con la mirada puesta en las manos de los otros: una pareja de ancianos, otra de jóvenes, una de dos chicos, una de una madre con su hija de unos 8 años, otra de un padre con un niño de apenas 3 años… Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo el día con la mirada puesta en mis manos, vacías y llenas al mismo tiempo. No, no lo saben.



jueves, 19 de abril de 2018

El tiempo que pasó


 Los recuerdos siempre dan vida a nuestra existencia. O existencia a nuestra vida. Y es que sigues tan vivo cuando te escribo, cuando te cuento, cuando te pienso y te recuerdo.

[…]
El tiempo que pasó, desvaneciéndolos         
como burbuja sobre la haz del agua,
rompió la pobre tiranía que levantaron,       
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,   
entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,     
dueños en vida son del ancho olvido.         
[…]



domingo, 8 de abril de 2018

Divagaciones


Llevo toda la mañana acordándome de la conversación que tuve hace un par de semanas con L. Hablamos, como siempre, de literatura. Me gustan las personas que no coinciden con la opinión de todo el mundo. Por eso me gustó rebatir su asentada idea de la superioridad de la generación del 98 frente a la del 27. Le encanta Juan Ramón Jiménez (“anda, ¿y a quién no?”), pero no termina de digerir del todo a algunos poetas de la otra generación. “No, por favor. No me digas que no te parece una poesía perfecta y sugerente la de Lorca o Cernuda”. Hablamos, después, de Ángel González –cuando yo recité uno de sus poemas de memoria– y de otros autores contemporáneos y no tan contemporáneos. Él habló de Antonio Colinas, y yo, no sé si por el efecto de la ginebra a tan altas horas de la madrugada, o por la mala cabeza que gasto últimamente, afirmé no conocerlo. “Mal, Mabel, muy mal; precisamente en este espacio has plasmado una de sus composiciones (“La tarde es una lágrima”) no hace mucho”. Pero no ha sido esta, la conversación de la que me he acordado hoy, aunque ahora la recoja aquí. Lo que ocurre es que el discurrir de un recuerdo nos lleva siempre a otros, y de ahí estas divagaciones. En fin, en lo que me he estado recreando durante toda esta mañana de domingo es en lo que L. me dijo acerca de las oposiciones: “Mabel, tú eres una persona que no vale para estudiar, como yo; tú vales para aprender e investigar, para querer saber más”. Y en realidad tiene mucha razón, y esa es una de las causas de mi comportamiento a lo largo de toda mi vida académica. Nunca me he gustado aprender, conocer y estudiar para tener que demostrarle a alguien lo que sé (“¡Qué gracia, Mabel; a ver qué haces entonces cuando seas profesora; si llegas a serlo algún día, claro”). De ahí la pereza de estudiar para profesores que miden su ego en relación con la capacidad que tengan sus alumnos para vomitar su perfecto y elaborado temario en “x” horas y “x” folios. Es cierto lo que L. afirmaba de manera tan rotunda hace un par de semanas. Me llevo acordando de ello toda esta mañana de domingo, porque, al repasar el tema de la Lírica Barroca, me he distraído en innumerables ocasiones. Algunas para buscar, leer y copiar composiciones como Amor constante más allá de la vida o el famoso soneto de Lope que dice aquello de “desmayarse, atreverse, estar furioso…”; otras para recordar la edición facsimilar de la poesía del Fénix de los ingenios que compré en Boxoyo, y para revisar los materiales que preparé sobre la Lírica Barroca para los alumnos de 1º de Bachillerato del IES Profesor Hernández Pacheco, a quienes mostré este volumen; otras para leer algunas cosas de esa composición que no es otra cosa que una parodia de los poemas épicos en la que los gatos hacen alarde de sentimientos humanos como el valor, el amor, la venganza y el odio. Lo mismo me ocurrió la semana pasada en la BC de Cáceres, cuando intentaba volver sobre el tema 49, “La novela en los Siglos de Oro. La novela picaresca: El Lazarillo de Tormes”. Irrumpí mi estudio para buscar información sobre determinados aspectos de esta obra. Me detuve, especialmente, en la teoría que defiende el nacimiento de la picaresca como consecuencia del elevado número de vagabundos y pícaros que existía en la época en nuestro país. “Mabel, estudia; vas a tener solo dos horas para plasmar tus conocimientos sobre un determinado tema. Bueno, si cae alguno de los que vas a llevar preparados, claro”. Pues nada, oye, que toda una mañana para repasar un tema de 5 folios y a una le quedan, todavía, las conclusiones y las referencias bibliográficas. Pero aquí no queda la cosa, porque al coger el folio donde recojo la bibliografía, pienso que quizá en la obra “Lírica y Poética en España, 1536-1780” de Russell P. Sebold (Cátedra, 2003) –obra que utilicé para elaborar las conclusiones del tema 47 (“La lírica renacentista de la primera mitad del Siglo XVI: Garcilaso de la Vega”. Apunte: me gustó eso de que para la mayor parte de los críticos y poetas de los siglos XVI- XIX, cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino tan solo el de Garcilaso)– vienen datos relevantes sobre el tema con el que ahora estoy. “No, Mabel; ni siquiera tienes aquí el libro. Sigue, por favor; deja de enredar ya”. Que sí, que L. tenía toda la razón del mundo. Y no me pesa, de verdad. No me pesa ni atormenta perder el tiempo en estos asuntos. Como tampoco va a pesarme mañana el asistir, en el aula 27 de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, a la conferencia (“Jorge Luis Borges en la ciudad de los inmortales”) y lectura de poemas a cargo del poeta y profesor de la Universidad de Murcia, Dr. Vicente Cervera. Que sí, que sí, que L. tiene razón, pero yo también la tengo cuando digo que me gusta la gente que aprecia la literatura y las letras, a pesar de que su área de estudio y su vida profesional estén vinculadas completamente con las ciencias.

Lo que ocurre es que el discurrir de un recuerdo nos lleva siempre a otros, y es por eso por lo que mi cabeza sigue funcionando más allá de los límites que me imponen los apuntes que tengo delante de mis narices. Es por eso por lo que ahora recuerdo –y vuelvo a leer– el mensaje que alguien me envió ayer por la noche, después de andar bajo la lluvia, sin paraguas y con la cara, el pelo y la ropa empapada: “A veces me da la sensación de que hablando contigo se arregla un poquito mi mundo”. A mí también me da la sensación, no a veces, sino siempre, de que merece la pena caminar con alguien que, en medio de la tormenta, te hace sentir importante, te hace sentir bien.

“Mabel, guapa, baja y vuelve ya”. Pues eso, que me esperan de nuevo los folios.




jueves, 5 de abril de 2018

En la memoria de la piel


Es curioso cómo una canción, un poema, un lugar, un olor, un beso, un abrazo, una situación o una fecha, te permiten retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma que la de de hoy, que la de ahora. Así con Adolescente fui en días idénticos a nubes o con el soneto XXIII de Garcilaso, su composición más conocida. Universal y actual, diría yo. También el olor a tierra mojada, o la fragancia de un perfume que se queda impregnada en el aire cuando un desconocido pasa por tu lado y te permite volver a otra persona. O cuando regresas a aquel lugar que sigue siendo el mismo, a pesar de que las personas que lo ocuparon un día ya no lo sean o no estén. Así hoy cuando he vuelto a escuchar “Entre las nubes” y “En blanco y negro” de Revolver. Me he situado de nuevo en una butaca del Gran Teatro de Cáceres con E., C., A., L. e I. Y es curioso, porque a medida que escuchaba esta última canción, mi cabeza ha empezado a reproducir una situación y una sucesión de escenas inventadas (como si se tratase del videoclip de la canción, siguiendo, literalmente, la letra y el sentido de esta) en la que todos los elementos, lugares y personas que aparecen, están teñidas del color de las fotografías antiguas, excepto el carmín de sus labios. También es poesía escuchar cierta música. Y, por supuesto, también son poemas ciertas canciones.

Oye, ¿qué haríamos sin la memoria?, yo no lo sé, la verdad.

Ahora me acuerdo de una canción que escuché hace unas semanas, cuando todavía funcionaba la radio del coche. “En la memoria de la piel”, de Rosana.

martes, 3 de abril de 2018

Este

Abril.

¿Cómo, de verdad, cómo es posible?

“¿Cómo es posible que estés tan cansada?, ¿cómo, a ver, cómo?"

La radio sigue estropeada. Viajas, de nuevo, con la poca música que hay en tu teléfono móvil. Lo colocas en el huequito que hay en la puerta del piloto, para que la atmósfera se embriague de ese eco que no te permite oír nada más. Pero oyes, aunque nunca se te ha dado nada mal acallar las voces que retumban en lo más hondo. Parece que ahora sí, que se te da mal. Quizá no tanto. “¿Por qué te estás acordando ahora de las palabras que te dijo A. hace ahora casi una semana?” Suena una canción que decides reproducir directamente desde youtube. Te recuerda a una persona y a una situación muy concreta. “Muy bien, sigue revolcándote en tu propia mierda”. Ese día llovía y hacía mucho frío, pero en aquel coche negro el calor subía desde el estómago hasta tu pecho, donde moría contigo. “¿Morías tú o el calor?”, qué más da. Elena conducía algo despacio. Recuerdas que dijo:

-“¿Por qué te tiras tanto del cuello del suéter?, ¿tienes calor?”
-“Sí. Baja la calefacción, por favor”.

Nunca habías escuchado esa canción y, de aquello, ya han pasado algunos años. “No te olvides de que el tiempo vuela, por favor. Ya lo sabes. Has podido comprobarlo en tus propias carnes”.

Aparcas. Por fin has llegado. “Otra vez el imbécil del vecino con el coche en la acera de enfrente para fastidiar al que viene detrás”. Tocas el timbre y, en efecto, afirmas lo que venías sintiendo desde hace un tiempo. “¿Cómo es posible que exista una relación tan directa entre apretar el botón que comunica, a quien está dentro de casa, que alguien ha llegado, y las malas noticias, que, últimamente, parecen no cesar nunca?” Pero no pasa nada, como siempre y como nunca. “¿Nunca pasa nada, verdad?”, aunque te resulte algo raro, porque parece ser que en la vida de los demás siempre ocurre algo. “Pues en la tuya no, guapa. Nunca”.

Cuando quieres volver te das cuenta de que no, de que, otra vez, se te ha olvidado algo. En realidad sabes que lo que se te ha olvidado es colocar la cabeza sobre los hombros. Y sí, así es, en efecto. “Pero nada, oye, que no cambias, joder, no cambias”. Tampoco es que te dure tanto el enfado, ¿eh?, sabes que sales victoriosa siempre de cualquier situación. No es optimismo, quien te conoce sabe que es pura cabezonería. Pero aun así, “joder, de verdad, es que ya es la tercera vez. Asienta la puta cabeza de una vez, chica.  Malditas gasolineras”.

Ahora sí, haces el viaje de vuelta, pero esta vez sin música. Ya ni siquiera hay voces; ya lo único que hay es nada. "¿Cómo, de verdad, cómo es posible?"

lunes, 2 de abril de 2018

Dejadme aquí

La poesía completa de Sánchez Rosillo (Tusquets, 2018) en un lunes previo a las obligaciones del martes. Un autorregalo más que maravilloso.

domingo, 1 de abril de 2018

Palabras a quien nunca podrá leerlas

He llegado de nuevo a casa para comprobar que no te hace falta verme para saberme ahí; que mi sola presencia provoca en ti un viaje más rápido que el de la luz; que, cuando estás en mi pecho, tu respiración se acelera, como tu corazón, que hoy ha latido junto al mío, pegado al mío; que mi voz cuando te hablo y cuando te canto se vuelve niña; que mis gestos y mi manera de besarte, abrazarte y quererte son tan dulces e inocentes que hacen que me olvide, durante unas horas, de lo hipócrita del ser humano; que aprieto tu cara arrugada contra la mía y deja de existir y de importarme la alergia que, minutos después, me asfixia; que ya te estoy echando de menos y que todo da igual si vuelvo a verme en tus ojos, aunque tú, quizá, ya no puedas ver.

Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir. Algo en el amor generoso y sacrificado de una bestia toca directamente el corazón de una persona que ha tenido ocasión de probar la falsa amistad y la vulnerable lealtad del hombre.

“El gato negro” de  Edgar Allan Poe.