martes, 3 de abril de 2018

¿Cómo, de verdad, cómo es posible?

“¿Cómo es posible que estés tan cansada?, ¿cómo, a ver, cómo?"

La radio sigue estropeada. Viajas, de nuevo, con la poca música que hay en tu teléfono móvil. Lo colocas en el huequito que hay en la puerta del piloto, para que la atmósfera se embriague de ese eco que no te permite oír nada más. Pero oyes, aunque nunca se te ha dado nada mal acallar las voces que retumban en lo más hondo. Parece que ahora sí, que se te da mal. Quizá no tanto. “¿Por qué te estás acordando ahora de las palabras que te dijo A. hace ahora casi una semana?” Suena una canción que decides reproducir directamente desde youtube. Te recuerda a una persona y a una situación muy concreta. “Muy bien, sigue revolcándote en tu propia mierda”. Ese día llovía y hacía mucho frío, pero en aquel coche negro el calor subía desde el estómago hasta tu pecho, donde moría contigo. “¿Morías tú o el calor?”, qué más da. Elena conducía algo despacio. Recuerdas que dijo:

-“¿Por qué te tiras tanto del cuello del suéter?, ¿tienes calor?”
-“Sí. Baja la calefacción, por favor”.

Nunca habías escuchado esa canción y, de aquello, ya han pasado algunos años. “No te olvides de que el tiempo vuela, por favor. Ya lo sabes. Has podido comprobarlo en tus propias carnes”.

Aparcas. Por fin has llegado. “Otra vez el imbécil del vecino con el coche en la acera de enfrente para fastidiar al que viene detrás”. Tocas el timbre y, en efecto, afirmas lo que venías sintiendo desde hace un tiempo. “¿Cómo es posible que exista una relación tan directa entre apretar el botón que comunica, a quien está dentro de casa, que alguien ha llegado, y las malas noticias, que, últimamente, parecen no cesar nunca?” Pero no pasa nada, como siempre y como nunca. “¿Nunca pasa nada, verdad?”, aunque te resulte algo raro, porque parece ser que en la vida de los demás siempre ocurre algo. “Pues en la tuya no, guapa. Nunca”.

Cuando quieres volver te das cuenta de que no, de que, otra vez, se te ha olvidado algo. En realidad sabes que lo que se te ha olvidado es colocar la cabeza sobre los hombros. Y sí, así es, en efecto. “Pero nada, oye, que no cambias, joder, no cambias”. Tampoco es que te dure tanto el enfado, ¿eh?, sabes que sales victoriosa siempre de cualquier situación. No es optimismo, quien te conoce sabe que es pura cabezonería. Pero aun así, “joder, de verdad, es que ya es la tercera vez. Asienta la puta cabeza de una vez, chica.  Malditas gasolineras”.

Ahora sí, haces el viaje de vuelta, pero esta vez sin música. Ya ni siquiera hay voces; ya lo único que hay es nada. "¿Cómo, de verdad, cómo es posible?"

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