Ellos
no saben que son los protagonistas del cuento que yo he escrito sobre su propia
historia de amor. Nunca lo sabrán. Tampoco lo leerán. Ellos no saben sus
nombres, el día que se conocieron, cómo se enamoraron y cómo siguen, hoy,
caminando de la mano. No lo saben porque esta
realidad solo existe, convertida en ficción, en uno de mis cuadernos. Ellos
no saben que son los protagonistas de la historia que yo cuento e invento. No,
no lo saben. No. Quizá por eso, ayer, mientras caminaba pensando en la
contingencia a la que está sujeta a veces la vida, me crucé con sus manos
entrelazadas para, por unos segundos, quedarme a vivir en ellas. No, no lo
saben. Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo el día con la mirada
puesta en las manos de los otros: una pareja de ancianos, otra de jóvenes, una
de dos chicos, una de una madre con su hija de unos 8 años, otra de un padre
con un niño de apenas 3 años… Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo
el día con la mirada puesta en mis manos, vacías
y llenas al mismo tiempo. No, no lo saben.
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