domingo, 1 de abril de 2018

Palabras a quien nunca podrá leerlas

He llegado de nuevo a casa para comprobar que no te hace falta verme para saberme ahí; que mi sola presencia provoca en ti un viaje más rápido que el de la luz; que, cuando estás en mi pecho, tu respiración se acelera, como tu corazón, que hoy ha latido junto al mío, pegado al mío; que mi voz cuando te hablo y cuando te canto se vuelve niña; que mis gestos y mi manera de besarte, abrazarte y quererte son tan dulces e inocentes que hacen que me olvide, durante unas horas, de lo hipócrita del ser humano; que aprieto tu cara arrugada contra la mía y deja de existir y de importarme la alergia que, minutos después, me asfixia; que ya te estoy echando de menos y que todo da igual si vuelvo a verme en tus ojos, aunque tú, quizá, ya no puedas ver.

Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir. Algo en el amor generoso y sacrificado de una bestia toca directamente el corazón de una persona que ha tenido ocasión de probar la falsa amistad y la vulnerable lealtad del hombre.

“El gato negro” de  Edgar Allan Poe.















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