Ayer la gente deambulaba sin rumbo aparente; se
detenía, para comer o comprar algo, en los puestos del mercado medieval que ha
tenido lugar este fin de semana en Cáceres. Yo, como siempre, una figurita de
elefante —no encontré anacardos —. Otros tomaban una
cerveza o un vino en cualquier bar de la zona, en pleno centro de la ciudad.
Las calles estaban vestidas de alegres colores y de una mezcla de olores dulces
y salados que hacían de Cáceres un lugar mágico donde cientos de viandantes
paseaban con su mejor traje: una sonrisa que no era sino el reflejo de un
bienestar gustoso, de una felicidad exenta de problemas y preocupaciones. No sé
si falsa, sinceramente —¿también la
tendría yo? la sonrisa, digo—. Nosotros, después de comer y volver a recorrer
el mercado que ya habíamos visto el día anterior, el viernes por la noche, nos
sentamos en la plaza con un sol radiante que invitaba a descansar observando el
ir y venir de la gente. Allí descubrí que llevaba en la mochila Las personas del verbo de Gil de Biedma.
Leí un rato mientras unos niños, a mí izquierda, simulaban un combate con
espadas de madera. Me rendí, como siempre, a mis pequeñas manías de lectora
cuando cojo un libro de poemas; lejos de devorar el libro desde el principio,
abrí una página al azar y leí el poema que, casualmente, cayó en mis manos.
"Apología y petición" en un día en el que la gente —nosotros
también— no tiene reparo en disfrutar y abandonarse a los placeres y vicios
(in)confesables; en el que la gente se olvida de la situación que atraviesa su
país. Bueno, tampoco es tan raro si tenemos en cuenta que aquí es noticia el
último gol de Cristiano Ronaldo o Messi, pero la gente mira hacia otro lado
cuando se habla de la precaria situación de nuestra educación y de nuestra
sanidad, de la corrupción, del maltrato, de la violencia de género, etc. Pan y circo. Y es que tampoco ayuda el
hecho de que los medios de comunicación nos laven el cerebro haciéndonos creer
que lo único importante ahora es Cataluña. Corrompen y manipulan la información
y se empeñan en hablar de una ruptura que no es sino el resultado del mal
gobierno de nuestro país, de las carencias que presenta nuestra España querida. Pan y circo. Supongo —sé— que
la solución es simple: leer más y ver y
escuchar menos, pero leer requiere un esfuerzo que la gente no está
dispuesta a hacer. El viernes, Jorge y yo nos paramos a hablar con un señor que
tiene montado un puesto de quesos en la placita de San Juan. Vi, en un lado de
la mesa, a la derecha, un montoncito de libros. Antes de observarlos le pregunté
al dueño si era él quien tenía el puesto en la calle de abajo el año pasado y
que si esos —señalé— eran los mismos
libros de poesía que entonces. Me contestó que sí, sorprendido por recordar
algo que quizá no muchos hagan. También —entre otras muchas cosas— me dijo que
la poesía que él escribía era llana, sencilla y simple para que la gente no
tenga que presuponer nada, para que la gente la lea sin problemas, porque la gente ya no lee. Yo, pese a lo que muchos
digan, también lo creo, y es por eso por lo que cada día lo hago más —o eso
intento—; cada día me apetece más apartarme de la hipocresía social para
pararme a leer en un parque; cada día veo menos la televisión y las redes
sociales; cada día, aunque siga siendo muy ignorante, me levanto con ganas de
saber y conocer más de lo que verdaderamente merece la pena. Me voy del tema.
Terminé de leer el poema y lo primero que hice fue decirle a Jorge que Gil
de Biedma seguía vivo gracias a su poesía, esa poesía que cuenta y dice y
nos permite establecer analogías con la actualidad. Después cerré el libro y,
cuando levanté los ojos de este, vi exactamente lo que llevaba viendo todo el
día: felicidad; inexistencia de ¿conciencia? No sé. Antes de volver a casa
quisimos tomar un café pero no encontramos ningún bar con mesas libres.
"Ocupada", como la cabeza de todos los que estábamos allí.
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