El
viernes estuve con Carlos, Sandra y Guadalupe en la presentación de Un otoño extremeño de Mario Martín
Gijón, “un viejo profesor”- como él mismo se denominó en la dedicatoria que estampó
en su libro que ahora es mío- del MUFPES. Hoy he sido, quizá, un poco Thomas
Jung- personaje de la novela citada anteriormente- al observar con precisión y
armonía el paisaje extremeño durante una hora y cuarto – tiempo exacto que dura
el trayecto Badajoz-Cáceres- mientras la lluvia adornaba la escena y deleitaba
mis oídos con su sonar en el campo, como si de una melodía se tratase, invitándome así a la lectura. Yo y mi pasión por los
días lluviosos acompañados de un buen libro.
Hubiese
sido precioso tener el libro a mano para ir leyéndolo mientras observaba el
magnífico paisaje que la naturaleza me ofrecía un domingo a la una del
mediodía, pero no, lo dejé olvidado en Cáceres y en su lugar leía la poesía de
Irene Sánchez Carrón. Bien también.
En
fin, no me extraña entonces que Thomas Jung se enamorara “desesperadamente de
Extremadura, con un amor sin duda trágico,
porque sabía que no podía durar y que tenía una fecha de caducidad
improrrogable”. A lo mejor mi amor por Extremadura tiene también esa fecha de caducidad que
sentía- y decía Esteban Carrasco Villanueva, quien encuentra y traduce su diario-
el investigador en patologías forestales. Como están las cosas, cualquiera sabe…
Como
está el tiempo hoy en Cáceres, cualquiera podría decir, perfectamente, que Un otoño extremeño. Extrema y dura.