domingo, 30 de abril de 2017

Un otoño extremeño

 Hoy mi viaje de Badajoz a Cáceres ha sido distinto. Como siempre que utilizo el autobús como medio de trasporte, intento aprovechar el tiempo leyendo, escribiendo o escuchando canciones que me inspiran y apasionan.

El viernes estuve con Carlos, Sandra y Guadalupe en la presentación de Un otoño extremeño de Mario Martín Gijón, “un viejo profesor”- como él mismo se denominó en la dedicatoria que estampó en su libro que ahora es mío- del MUFPES. Hoy he sido, quizá, un poco Thomas Jung- personaje de la novela citada anteriormente- al observar con precisión y armonía el paisaje extremeño durante una hora y cuarto – tiempo exacto que dura el trayecto Badajoz-Cáceres- mientras la lluvia adornaba la escena y deleitaba mis oídos con su sonar en el campo, como si de una melodía se tratase, invitándome así a la lectura.  Yo y mi pasión por los días lluviosos acompañados de un buen libro.

Hubiese sido precioso tener el libro a mano para ir leyéndolo mientras observaba el magnífico paisaje que la naturaleza me ofrecía un domingo a la una del mediodía, pero no, lo dejé olvidado en Cáceres y en su lugar leía la poesía de Irene Sánchez Carrón. Bien también.

En fin, no me extraña entonces que Thomas Jung se enamorara “desesperadamente de Extremadura, con un amor sin duda trágico,  porque sabía que no podía durar y que tenía una fecha de caducidad improrrogable”. A lo mejor mi amor por Extremadura tiene también esa fecha de caducidad que sentía- y decía Esteban Carrasco Villanueva, quien encuentra y traduce su diario- el investigador en patologías forestales. Como están las cosas, cualquiera sabe…

Como está el tiempo hoy en Cáceres, cualquiera podría decir, perfectamente, que Un otoño extremeño. Extrema y dura. 




viernes, 28 de abril de 2017

Luis Landero de nuevo

 Desde que en diciembre de 2015 abrí este espacio, Luis Landero y su obra se han convertido en un leitmotiv en mi blog, como no podía ser de otro modo.

Hoy he iniciado la lectura del número doble (121-122) de Turia, en la que aparece un texto inédito de Luis Landero y una entrevista que Emma Rodríguez le hace al autor. Mi sorpresa ha sido encontrarme al final de este texto una alusión a Antígona, tragedia que fui a ver ayer a Mérida con mis alumnos de 4º de ESO. Maravillosa casualidad. Landero expone lo siguiente:

 […] Pero, sobre todo, para la pobre y admirable Antígona, a quien la abnegación filial en Edipo en Colono, y luego el deber moral en la obra que lleva su nombre, le impidieron conocer los gozos del amor. Estas son sus últimas palabras:

“y ahora la muerte me lleva, tras cogerme en sus manos, sin lecho nupcial, sin canto de bodas, sin haber tomado parte en el matrimonio ni en la crianza de los hijos, sino que, abandonada por los amigos, infeliz, me dirijo viva hacia los sepulcros de los muertos”.

Antígona es la doncella a la que el destino le niega las dulzuras amorosas, y esa usurpación forma parte también de su carácter trágico.

Sus palabras no tienen desperdicio. Menciona a algunas de las mujeres que le han seducido en la literatura y nos narra las escenas más gozosas y tristes que ha descubierto gracias a los textos. Muy interesante. 

Señala la importancia de los detalles y las minucias que, a priori, carecen de importancia. Es un amante de la pequeñas cosas -como yo- y deduzco que muy sensible a la belleza, como yo también. Dice:

Si nos fijamos, también la memoria, en la vida real, funciona así, con detalles cargados de sugerencias, de significados. Recordamos un olor, un sabor, un rostro, la pesadumbre de una lejana tarde de lluvia, el sonido de una campana, y a veces es solo una sensación casi inefable, una sensación que es la experiencia destilada en el alma y hecha ya sentimiento. A veces vivimos sucesos ya importantes, y al final lo que queda son detalles que no parecían destinados a perpetuarse, detalles un tanto caprichosos, y gracias a los cuales podemos reconstruir nuestro pasado.

En cuanto a la entrevista, nos permite conocer de forma más íntima y personal a Luis Landero.  En ella, además de hablar de su condición de lector, escritor y de algunos otros temas, se preocupa por la desoladora situación que atraviesa el país: la falta de motivación de los jóvenes por la lectura ante la creciente demanda de las tecnologías, la decadencia de la cultura, la despreocupación de las autoridades por la educación, la conspiración que parece existir contra las humanidades, etc.

En fin, unas declaraciones que al hilo de las últimas noticias sobre educación- la desaparición de la asignatura de Literatura Universal en 2º de Bachillerato y en la denominada recientemente EBAU - nos permiten constatar todo esto. Vergonzoso. 

jueves, 27 de abril de 2017

Hoy o pasado mañana


Hoy -o pasado mañana- es tu cumpleaños. Digo hoy o pasado mañana, vacilando entre un día u otro, porque nunca supimos, ni supiste, que día naciste. Cada documento oficial decía una cosa. Según el DNI, “tal día; en el libro de familia, “tal otro”; en el registro civil, “este día”. Nunca tuvimos claro si el 27 o el 29 de abril. El caso es que hoy -o pasado mañana- habrías cumplido 70 años, pero el muro del tiempo te lo impidió. Hoy o pasado mañana harías lo mismo que hacías todos los días; desde que dejaste de trabajar eras un hombre de rutinas, de costumbres. Quizá, hoy o pasado mañana hubiese llegado de Cáceres y hubiésemos visto juntos pasapalabra mientras yo, sin que te dieses cuenta, examinase cómo el tiempo había hecho mella en tu rostro; mientras yo observase, con disimulo, cómo se iban dibujando en tu cara esas arrugas propias del ciclo de senectute en el que estabas entrando. Pero no, el muro del tiempo también me impidió a mí esto. Quizás hoy o pasado mañana vea esto, pero en sueños.

Felicidades, viejo.
 


“Yo no sabía entonces que la muerte de mi padre habría de causarme años después- cuando empecé a comprenderlo, a admirarlo, a compadecerme de él, a saldar la deuda de todo el cariño y la gratitud que le debía- una pena honda e inconsolable, la más grande que he tenido nunca, y una pesada culpa que cargaré para los restos, y por eso aquella noche me sentía liberado, liviano, pensando que ya nunca más habría de oír la garrota en la percha, aquel golpe sobrecogedor, aunque oscuramente intuía que algo muy grande había ocurrido en mi vida, y que allí, con aquella ligereza de espíritu, comenzaba para mí una nueva edad, un principio de madurez que habría de definir ya para siempre mi carácter, y acaso también mi futuro.”
                                                                               El balcón en Invierno, Luis Landero.

miércoles, 26 de abril de 2017

Condenados a ser

“Aquella experiencia de lo que la belleza tiene de intangible y sagrado nos acompañó ya para siempre. El deseo llevaba por penitencia a la propia y prohibida lujuria. Comprendimos algo del poder y las servidumbres de la voluntad, sufrimos la mirada del dragón que guarda el infinito, vislumbramos nuestra pobre condición, efímera y pobre, sí, pero con un toque trágico de divinidad. La muchacha imploraba. Sus labios entreabiertos, trémulos, que tanto podían contener una oración como una obscenidad. ¿Y no estarían diciendo tómame, pálpame, fóllame? Pero quedamos paralizados ante el cuerpo siempre inmerecido de la mujer. Nos hicimos mayores en aquel anochecer cuya última luz calentaba la semilla del futuro, de lo que estábamos ya condenados a ser: gente vulgar enamorada de un ideal difuso y entrecano. Y así, el sueño nos llevaba con gran sigilo hacia el despeñadero de la madurez.”

                                                           Retrato de un hombre inmaduro, Luis Landero




martes, 25 de abril de 2017

Vicios confesables IV

                                  

Cuando se trata de libros soy la persona más mentirosa del mundo. Creedme. Juro y perjuro constantemente que no compraré más hasta que no pase un tiempo o, como hoy, que bajaré a la feria del libro pero solo adquiriré un ejemplar. Sí, claro.  Ni siquiera estar muriéndome de la alergia rodeada de árboles en el precioso paseo de Cánovas me ha impedido estar allí, con mis pañuelos, busca que te busca hasta comprar tres libros y mirar otros cuantos que seguro acabarán en mi estantería al final de la semana. ¡Para que mentir! En fin, no tengo remedio…



Por cierto, ¿no es una casualidad maravillosa que, sin saberlo, mi entrada número cien- la anterior- esté dedicada a Landero? Otro pequeño homenaje al nombre de este, mi blog. La vida es estupenda a veces. 

De los ahoras, de los mañanas y de los entonces


“A veces siento una nostalgia llena de hondos pesares. Es nostalgia y pesar de la juventud, de la belleza, de la acción, de todo cuanto sucumbió al tiempo, pero también de lo que no llegó a vivirse, de los alegres decires nunca dichos, de las correrías nunca emprendidas, de los amigos que no tuve, del amor apenas entrevisto, de la vida dilapidada en vano, y de lo breve e ilusorio de los ahoras, de los mañanas y de los entonces, y de todo este pobre negocio de años y de afanes de que está hecha la vida.”

                                                                                   El balcón en invierno, Luis Landero.



domingo, 23 de abril de 2017

23 de abril

Hoy es el día del libro, el santo de Jorge y el primer aniversario de la muerte de mi tía Amalia, hermana de mi madre. 

Hoy, precisamente, "regalaría" un libro y una rosa. A mí no me gustan las rosas; en general, no me gustan las flores.  Los libros sí me gustan. Sí, me gustan. Me gustan.

Un libro te acompaña en los momentos en los que nadie está dispuesto a hacerlo, o en los que tú misma no estás dispuesta a que lo haga nadie. Te ofrece, además, la posibilidad de vagar por lugares de ensueños, conocer historias con las que poder establecer maravillosas analogías, y retroceder en el tiempo y viajar a otro lugar y a otra época. Te ayuda a conocerte y te empuja a experimentar sentimientos indescriptibles. Libros para sentir.
 
Un libro es ese fiel amigo con el que quedas una tarde de domingo -hoy, por ejemplo, domingo 23 de abril de 2017- para tomar café y desconectar. A ser posible un domingo lluvioso. Hoy bastante soleado y caluroso, en Badajoz, pero me sirve. 
Libros; libros para ser libres, libros de cualquier índole. 

Libros, sí, libros. 
Celebro el día del libro volviendo a este poema, "El león, la herida y la rosa" (Abraham Gragera, 2012) desde otro lugar, desde otra habitación y con otros sentimientos. 


 No sé de dónde vuelven, tan abstractos,
ni quién empuja a quién, por qué se siguen,
por las calles vacías de sí mismos,
como voz al aliento hasta su casa.
Más que un cuadro componen un emblema,
como dos animales fabulosos
o demasiado ciertos para ser
precisos, como dos alrededores
que se juntan sin más a cada instante
para ver si el aliento está en su casa,
o dos despalabrados que se besan
por creer que una casa es solamente
allí donde el aliento llega antes.
No sé con qué decirlos,

si aún deben cumplirse en mi palabra
para estar en mi sangre como el rumbo
que recorrió su sangre hasta su cuerpo,
o se han cumplido ya, como sus gestos
en mi modo de andar o de dormir,
de llamar a las cosas por su ausencia,
por pura educación de lo que existe,
o de amar los milagros sin creer
en milagros; si son, más que un enfermo,
una silla, una mujer; o mi padre,
mi madre y una enfermedad cualquiera,
un león, una herida y una rosa
en un jardín municipal, fundidos
como el viento y el árbol

hacen carne. Es demasiado pronto
para que los recuerden, para ser
sólo un producto de la fantasía,
hijos de una literatura escasa
para lo que vivieron, padres de una
gran emoción política, testigos
de la resurrección. La primavera
se ha equivocado un poco en sus figuras,
los ha dispuesto en un lugar visible,
entre la furia y la delicadeza,
ajenos a la culpa y al perdón,
para ensayar su panta rhei qui tollis
peccata mundi con las otras cosas;
inmunes a mis ojos.

















viernes, 21 de abril de 2017

Así es

Ahora que una es pseudoprofesora (por poco tiempo ya) ve con más claridad los errores de esta, nuestra educación. 

 Recuerdo -sobre todo en Bachillerato- la lista interminable de obras que tenía que estudiar en la asignatura de Lengua Castellana y Literatura; lista compuesta por el nombre del autor, la obra y la fecha de composición o publicación de esta; lista que olvidaba días después, cuando me examinaba. 
Comparto la opinión de quienes sostienen que no debería estudiarse a ningún autor ni el título de ninguna de sus obras sin haber leído alguna o "algo" de ellas. Un fragmentito al menos.
 
Por mucho que una intente que el alumno se acerque a todos los textos que, mínimamente, debe conocer, es imposible cuando un libro y una programación te exigen que veas toda la Historia de la Literatura en un año. Miento, en 9 meses (quitando navidades, Semana Santa, puentes, días festivos, fines de semana...). De locos.

Así, cuando acabe el periodo de prácticas, del teatro durante el franquismo se acordarán, si acaso, de "Tres Sombreros de Copa" e "Historia de una escalera", pero ni preguntarles por una obra de Jardiel Poncela, Sastre, Nieva o Arrabal un mes después de examinarse. Puede que hasta te pregunten, ¿quién es ese? Y yo lo veo normal. Preguntadme a mí ahora por las tres obras de Enrique Jardiel Poncela que cité ayer en clase y que el libro del docente incluye con muchas otras de otros autores con la pretensión de que un alumno, en este caso de 4º de ESO, las memorice.  No sabe, no contesta.


Es absurdo que el alumno estudie una lista de nombre en la que solo ve y lee palabras sin saber que detrás de ellas hay todo un mundo de posibilidades. No digo yo que deban leerse (¡ojalá pudiésemos todos!) tres obras de cada autor de cada género de cada época, pero tampoco memorizar una serie de nombres que a los pocos días se nos olvidarán. 

En fin...

viernes, 14 de abril de 2017

Salud





Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

                                                                       El hombre acecha, Miguel Hernández

miércoles, 12 de abril de 2017

La fragancia del vaso

Gracias a su existencia y a la insistencia de mi abuela, mis padres tomaron la decisión de ir a buscar otra niña. Cuando mama, empujada por ese amor ciego que caracteriza a todas las mujeres que traen a un hijo al mundo, celebraba mi belleza, ahí estabas tú para llevarle la contraria y decir que nací peluda, morada y horrorosa. También para llamarme goma rota y narrar la historia de cuando nuestros padres me encontraron detrás del canal. Sin estas cosas no serías tú, y yo quiero que lo seas siempre. Tan hermosa -por dentro y por fuera-, tan pesada, infantil - a veces- y sobre todo tan noble y generosa.

Hoy, al leer una noticia en la red, no he podido evitar acordarme de todas las veces que, en casa de mamá, hemos hecho cachondeo. No teníamos rival inventando historias sobre el Sergio  (I want to be free, la tricotosa, el traje de sevillana y nuestra sublime canción del bogavante) que terminaban, siempre, con las sentencias de mamá: “mira que el cachondeo no trae nada bueno” o “dejad a vuestro hermano en paz”. A partir de ahí he empezado a hilar toda una serie de recuerdos sobre nuestras idas y venidas. Inmediatamente, no sé por qué, mi mente me ha trasladado a aquella calurosa tarde de primavera-verano, cuando fuimos a proveernos de verduras a la parcela de un viejo amigo; ese que ahora descansa junto a papá, a quien tanto te pareces y de quien eres el vivo reflejo. A día de hoy sigues diciendo lo flojita que fui cuando, tras coger dos pimientos y una cebolla, me senté en el surco y dejé que tú sola llenases bolsas y bolsas. No les faltaba, ni les falta, razón a quienes afirmaban, y afirman, que “la Elena trabaja más y mejor que un hombre”. Recuerdo también el día que resbalé de la barra verde y el precioso- y rabioso- pato amarillo que teníamos decidió atentar contra mi anatomía mientras Sergio y tú os reíais desde las escaleras, ese que parecía vuestro palco particular. Y ¿qué me dices de aquellas noches de South Park cuando decidía quedarme a dormir en tu casa para pasar más tiempo con Gerardito? También los veranos en Torrevieja en los que yo era la responsable, o aquel en el que nos acordamos de la frase épica de mamá -“el cachondeo no trae nada bueno”- cuando una ola me arrastró, con furia, y te partí el brazo. Después la niña creció un poco, pero sin impedir esto que siguiésemos haciendo otras muchas cosas juntas, como trabajar en las bodas (aunque nos matemos) y hacer cabrear a Lingüini cuando, estresado, se apoya en las palabras de mamá: “no tengo ganas de cachondeo ni de risitas”; o dormir juntas cuando bajas a desayunar y te acuestas un ratito conmigo en la cama de nuestros padres.

Todas esas historias, y otras muchas, siguen vivas hoy en mí, como todo el amor durante estos casi veinticinco años.

Gracias por ese afán tuyo de protegerme por encima de todo y de todos, sobre todo en los momentos difíciles, por enseñarme a ser mejor persona, más humana, por tu fuerza incansable cuando se trata de ayudar a los demás; gracias por tanto siempre que no sabría cómo agradecértelo.







Todas las horas de todos los días son lo mismo; todos los días, a las mismas horas, pasan las mismas cosas. Las campanas dejan caer sus campanadas; el mostranquero echa su pregón; un buhonero se acerca a la puerta y ofrece su mercadería. Si hemos pasado en nuestra mocedad unos días venturosos —en que lo imprevisto y lo pintoresco nos encantaban— será inútil que queramos tornarlos a vivir. Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso.
                                                                                                         
                                                                                                                               Castilla, Azorín. 



martes, 11 de abril de 2017

Vicios confesables (III)

Dicen que a la tercera va la vencida. Así es. Esta vez han sido trece (doce para mí, uno para regalar). En el último mes he intentado visitar la churrería-librería en otras dos ocasiones, sin éxito; “cerrada”. Hoy no. A la tercera va la vencida...

Leyendas y narraciones de Gustavo Adolfo Bécquer, Gran antología de la literatura universal del siglo XX de Jorge Guillén, Extremeñas de José María Gabriel y Galán, Antología Poética de Enrique Díez-Canedo, Antología Poética de Carolina Coronado, Antología Poética de Meléndez Valdés, Ser de palabra de José María Valverde, Artículos de Mariano José de Larra, Historia de una escalera de Buero Vallejo, Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, Cómo nos venden la moto. Información, poder y concentración de medios de Noam Chosmky e Ignacio Ramonet, y un cuadernito titulado Para los amantes de los perros.

Ya puedo volver feliz a Cáceres…
  






Volver

Hace unos meses cerré Facebook y hoy, empujada por la necesidad de recuperar fotos antiguas, he vuelto a esta red social en la que compartimos nuestra vida con la pretensión de ser aceptados por el resto. No debo haberlo hecho tan mal cuando, entre las múltiples noticias y fotografías que he podido observar, me he encontrado con esta:





Eso necesitamos, libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más lejanos, lejos de toda presencia humana, como un suicidio. 

lunes, 10 de abril de 2017

Frente al silencio

El fracaso es la única manera que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas. Y así, en múltiples ocasiones, he escuchado que quien no fracasa no vive, y quien no fracasa se aleja del éxito. ¿Cuánta verdad hay en esto? y ¿cómo y en qué términos medimos el éxito y el fracaso? El fracaso depende de nuestros sueños y expectativas. Así, no solo fracasa aquel que no consigue realizar, con éxito, sus proyectos, sino también quien, sin actuar, se ve envuelto en una espiral de infortunios que le impiden desplegar las alas; quien sueña y espera algo y, sin actuar, ve frustrados sus deseos; quien, sin actuar, tiene que soportar que el viento, adverso, sople en su contra.

Sí, he fracasado; no tanto -todavía- en mis proyectos por realizar como en mis sueños, ahora, imposibles. Ahora, frente al silencio...

Llegar a no apreciar más que el silencio equivale a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos.
 La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías; los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenía, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión.

                                                                                    Emil Cioran



sábado, 8 de abril de 2017

¿Adónde vamos?

Y sobre todo a mí me gustan las acciones heroicas que tienen alguna utilidad. Nisi utile est id quod facimus, stulta est gloria ha dicho Baglivio. ¿Adónde vamos nosotros, a ver, dígalo usted si lo sabe?
                                                                                   
                                                                                   La Regenta, Leopoldo Alas Clarín





viernes, 7 de abril de 2017

Un gesto, una palabra, una mirada.
Unos ojos, una boca y tus manos.
Tú, todo tú.
Anatomía, bendita ciencia.
Poesía, axioma de tu existencia.
Agua que refresca, limpia y calma la sed.
Melodía efimera. 
Sueño
donde siempre somos,
donde somos siempre.

Un sentimiento que puso en funcionamiento todos mis sentidos.

¡Maldigo todos esos verbos de la primera conjugación que me conjugan a ti ahora más que nunca, ¡ahora más que siempre!,

¡Ahora y para siempre!

martes, 4 de abril de 2017

Viajar

Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal”.

                                                                                                                     Cesare Pavese 
British Library

lunes, 3 de abril de 2017

De la caverna a la pantalla

Esta mañana ha estado Carmen Galán en el IES Profesor Hernández Pachecho para dar una charla a los alumnos de 1º de Bachillerato sobre la historia de la escritura. He tenido el placer de asistir a esta (dada mi condición de “pseudoprofesora”) y rememorar algunos conocimientos que adquirí en segundo de carrera; más en julio que en junio, cuando aprobé la asignatura que había suspendido en la convocatoria anterior. Sobresaliente (mis mejores calificaciones siempre en lengua/lingüística). 

Es cierto que las tecnologías nos están haciendo retroceder a pasos agigantados, como sugería Carmen esta mañana. (Entiéndase este axioma teniendo en cuenta el contexto y el contenido de la entrada).

La escritura surge como una necesidad administrativa (llevar las cuentas y registrar los datos sobre las riquezas) de los gobiernos. A diferencia de lo oral, lo escrito permanece inamovible en el tiempo. Los primeros sistemas de escritura eran iconográficos, es decir, sistemas que permitían designar la realidad de entonces a través de signos gráficos o dibujos. La evolución de estos dio lugar al alfabeto, nuestro sistema actual.

Volvemos; retrocedemos. Actualmente sustituimos un “vale”, un “de acuerdo” o “un me parece bien”, con todas SUS LETRAS, por un simbolito de una mano con el dedo pulgar hacia arriba; tampoco decimos ya “estoy contento”, “qué alegría”, “estoy enfadado”, “estoy enfermo”, “estoy eufórico”, pudiendo utilizar un muñequito amarillo cuyas expresiones faciales “nos permiten” decir esto; los “te quieros” han sido sustituidos por corazones de múltiples colores. Y es que, aunque la era del SMS fue fusilada con la llegada del Whatsapp, seguimos escatimando en palabras; antes, por cuestiones económicas, un “que” era un “k”, “besos” era “bss”, y “te quiero mucho”, TKM.  Y ¿ahora?, ¿por cuestiones de qué?, ¿de tiempo? Preferible es invertir ese tiempo que podríamos utilizar en escribir bien, en empaparnos de las vidas ajenas a través de las redes sociales, por ejemplo.

Y es que esta cuestión da mucho juego. Sobre el notorio auge de las nuevas tecnologías y el daño que ocasiona este, Luis Landero hacía una declaraciones en una entrevista hace un par de meses:
                   
Es un fenómeno que yo viví a pie de obra. Cuando empecé a dar clase, en 1978, había mucha paz en los institutos, pero la enseñanza se ha ido deteriorando. Ahora la lectura tiene tanta competencia... ¿cómo va a hacer nadie el esfuerzo de leer?     No sabemos cómo serán de mayores los nativos digitales que crecen con Internet y al que dedican mucho tiempo, tiempo que no van a dedicar a la lectura. ¿Cómo le vas a   decir a un niño que coma legumbres cuando puede comer chuches? Porque el WhatsApp y las redes sociales son chuches, juguetes, las chuches de la información. No         cuestan ningún trabajo. Sin embargo, formarte culturalmente requiere un plan y un esfuerzo, lleva un tiempo. 

La ley del mínimo esfuerzo domina nuestras vidas. Ya lo advertía Francisco Rodríguez Vidigal el pasado viernes en el Homenaje a Miguel Hernández que tuvo lugar en Olivenza:

Todos sabemos que la poesía es un género literario que actualmente no cuenta con muchos adeptos. Probablemente sea porque la poesía requiere un esfuerzo mayor; alguien lee una novela y todo va rápido, se entiende, como en el cine; sin embargo, el poema, aunque sea más corto y exija menos tiempo de lectura, luego exige un tiempo en el que hay que pensar un poco sobre lo que se ha leído.

En esta línea, yo he preferido utilizar, esta tarde, unos cuantos emoticonos para decirle a mi hermano Sergio:

-¿En serio?
-Joder…
-¿Tan pronto?
-¿250 personas?
-¿Por qué se seguirá casando la gente?
-¡Qué pereza!
-No quiero.

Mucho más rápido y fácil, ¿no? Seguro que al descodificar estos ha hecho una lectura similar...




domingo, 2 de abril de 2017

Volver

Le gustan los días de sol para leer poesía, en el patio, con su mamá. 
Tan lindo y achuchable...