miércoles, 12 de abril de 2017

La fragancia del vaso

Gracias a su existencia y a la insistencia de mi abuela, mis padres tomaron la decisión de ir a buscar otra niña. Cuando mama, empujada por ese amor ciego que caracteriza a todas las mujeres que traen a un hijo al mundo, celebraba mi belleza, ahí estabas tú para llevarle la contraria y decir que nací peluda, morada y horrorosa. También para llamarme goma rota y narrar la historia de cuando nuestros padres me encontraron detrás del canal. Sin estas cosas no serías tú, y yo quiero que lo seas siempre. Tan hermosa -por dentro y por fuera-, tan pesada, infantil - a veces- y sobre todo tan noble y generosa.

Hoy, al leer una noticia en la red, no he podido evitar acordarme de todas las veces que, en casa de mamá, hemos hecho cachondeo. No teníamos rival inventando historias sobre el Sergio  (I want to be free, la tricotosa, el traje de sevillana y nuestra sublime canción del bogavante) que terminaban, siempre, con las sentencias de mamá: “mira que el cachondeo no trae nada bueno” o “dejad a vuestro hermano en paz”. A partir de ahí he empezado a hilar toda una serie de recuerdos sobre nuestras idas y venidas. Inmediatamente, no sé por qué, mi mente me ha trasladado a aquella calurosa tarde de primavera-verano, cuando fuimos a proveernos de verduras a la parcela de un viejo amigo; ese que ahora descansa junto a papá, a quien tanto te pareces y de quien eres el vivo reflejo. A día de hoy sigues diciendo lo flojita que fui cuando, tras coger dos pimientos y una cebolla, me senté en el surco y dejé que tú sola llenases bolsas y bolsas. No les faltaba, ni les falta, razón a quienes afirmaban, y afirman, que “la Elena trabaja más y mejor que un hombre”. Recuerdo también el día que resbalé de la barra verde y el precioso- y rabioso- pato amarillo que teníamos decidió atentar contra mi anatomía mientras Sergio y tú os reíais desde las escaleras, ese que parecía vuestro palco particular. Y ¿qué me dices de aquellas noches de South Park cuando decidía quedarme a dormir en tu casa para pasar más tiempo con Gerardito? También los veranos en Torrevieja en los que yo era la responsable, o aquel en el que nos acordamos de la frase épica de mamá -“el cachondeo no trae nada bueno”- cuando una ola me arrastró, con furia, y te partí el brazo. Después la niña creció un poco, pero sin impedir esto que siguiésemos haciendo otras muchas cosas juntas, como trabajar en las bodas (aunque nos matemos) y hacer cabrear a Lingüini cuando, estresado, se apoya en las palabras de mamá: “no tengo ganas de cachondeo ni de risitas”; o dormir juntas cuando bajas a desayunar y te acuestas un ratito conmigo en la cama de nuestros padres.

Todas esas historias, y otras muchas, siguen vivas hoy en mí, como todo el amor durante estos casi veinticinco años.

Gracias por ese afán tuyo de protegerme por encima de todo y de todos, sobre todo en los momentos difíciles, por enseñarme a ser mejor persona, más humana, por tu fuerza incansable cuando se trata de ayudar a los demás; gracias por tanto siempre que no sabría cómo agradecértelo.







Todas las horas de todos los días son lo mismo; todos los días, a las mismas horas, pasan las mismas cosas. Las campanas dejan caer sus campanadas; el mostranquero echa su pregón; un buhonero se acerca a la puerta y ofrece su mercadería. Si hemos pasado en nuestra mocedad unos días venturosos —en que lo imprevisto y lo pintoresco nos encantaban— será inútil que queramos tornarlos a vivir. Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso.
                                                                                                         
                                                                                                                               Castilla, Azorín. 



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