“Aquella
experiencia de lo que la belleza tiene de intangible y sagrado nos acompañó ya para
siempre. El deseo llevaba por penitencia a la propia y prohibida lujuria. Comprendimos algo del poder y las servidumbres
de la voluntad, sufrimos la mirada del dragón que guarda el infinito,
vislumbramos nuestra pobre condición, efímera y pobre, sí, pero con un toque
trágico de divinidad. La muchacha imploraba. Sus labios entreabiertos,
trémulos, que tanto podían contener una oración como una obscenidad. ¿Y no
estarían diciendo tómame, pálpame, fóllame? Pero quedamos paralizados ante el
cuerpo siempre inmerecido de la mujer. Nos hicimos mayores en aquel anochecer
cuya última luz calentaba la semilla del futuro, de lo que estábamos ya
condenados a ser: gente vulgar enamorada de un ideal difuso y entrecano. Y así,
el sueño nos llevaba con gran sigilo hacia el despeñadero de la madurez.”
Retrato
de un hombre inmaduro, Luis Landero
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