Esta mañana ha estado Carmen Galán
en el IES Profesor Hernández Pachecho para dar una charla a los alumnos de 1º
de Bachillerato sobre la historia de la
escritura. He tenido el placer de asistir a esta (dada mi condición de “pseudoprofesora”)
y rememorar algunos conocimientos que adquirí en segundo de carrera; más en julio
que en junio, cuando aprobé la asignatura que había suspendido en la
convocatoria anterior. Sobresaliente (mis mejores calificaciones siempre en lengua/lingüística).
Es
cierto que las tecnologías nos están haciendo retroceder a pasos agigantados,
como sugería Carmen esta mañana. (Entiéndase este axioma teniendo en cuenta el contexto y el contenido de la entrada).
La
escritura surge como una necesidad administrativa (llevar las cuentas y registrar
los datos sobre las riquezas) de los gobiernos. A diferencia de lo oral, lo
escrito permanece inamovible en el tiempo. Los
primeros sistemas de escritura eran iconográficos, es decir, sistemas que permitían designar la realidad de entonces a través
de signos gráficos o dibujos. La evolución de estos dio lugar al alfabeto,
nuestro sistema actual.
Volvemos; retrocedemos. Actualmente sustituimos un “vale”, un “de acuerdo”
o “un me parece bien”, con todas SUS LETRAS, por un simbolito de una mano con el dedo pulgar hacia arriba; tampoco
decimos ya “estoy contento”, “qué alegría”, “estoy enfadado”, “estoy enfermo”, “estoy
eufórico”, pudiendo utilizar un muñequito amarillo cuyas expresiones faciales “nos
permiten” decir esto; los “te quieros” han sido sustituidos por corazones de
múltiples colores. Y es que, aunque la era del SMS fue fusilada con la llegada
del Whatsapp, seguimos escatimando en palabras; antes, por cuestiones
económicas, un “que” era un “k”, “besos” era “bss”, y “te quiero mucho”, TKM. Y ¿ahora?, ¿por cuestiones de qué?, ¿de tiempo?
Preferible es invertir ese tiempo que podríamos utilizar en escribir bien, en
empaparnos de las vidas ajenas a través de las redes sociales, por ejemplo.
Y
es que esta cuestión da mucho juego. Sobre el notorio auge de las
nuevas tecnologías y el daño que
ocasiona este, Luis Landero hacía una declaraciones en una entrevista hace un
par de meses:
Es un fenómeno que
yo viví a pie de obra. Cuando empecé a dar clase, en 1978, había mucha paz en los institutos, pero la
enseñanza se ha ido deteriorando. Ahora
la lectura tiene tanta competencia... ¿cómo va a hacer nadie el esfuerzo de
leer? No sabemos cómo serán de mayores
los nativos digitales que crecen con Internet y al que dedican mucho tiempo, tiempo que no van a dedicar a la
lectura. ¿Cómo le vas a decir a un niño
que coma legumbres cuando puede comer chuches? Porque el WhatsApp y las redes sociales son chuches,
juguetes, las chuches de la información. No cuestan
ningún trabajo. Sin embargo, formarte culturalmente requiere un plan y un esfuerzo, lleva un tiempo.
La ley del mínimo esfuerzo domina
nuestras vidas. Ya lo advertía Francisco Rodríguez Vidigal el pasado viernes en
el Homenaje a Miguel Hernández que tuvo lugar en Olivenza:
Todos sabemos que la poesía es un
género literario que actualmente no cuenta
con muchos adeptos. Probablemente sea
porque la poesía requiere un esfuerzo
mayor; alguien lee una novela y
todo va rápido, se entiende, como en el cine; sin embargo, el poema, aunque sea más corto y exija menos
tiempo de lectura, luego exige
un tiempo en el que hay que pensar un
poco sobre lo que se ha leído.
En
esta línea, yo he preferido utilizar, esta tarde, unos cuantos emoticonos para decirle a mi hermano Sergio:
-¿En
serio?
-Joder…
-¿Tan
pronto?
-¿250
personas?
-¿Por
qué se seguirá casando la gente?
-¡Qué
pereza!
-No
quiero.
Mucho
más rápido y fácil, ¿no? Seguro que al descodificar estos ha hecho una lectura
similar...
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