lunes, 3 de abril de 2017

De la caverna a la pantalla

Esta mañana ha estado Carmen Galán en el IES Profesor Hernández Pachecho para dar una charla a los alumnos de 1º de Bachillerato sobre la historia de la escritura. He tenido el placer de asistir a esta (dada mi condición de “pseudoprofesora”) y rememorar algunos conocimientos que adquirí en segundo de carrera; más en julio que en junio, cuando aprobé la asignatura que había suspendido en la convocatoria anterior. Sobresaliente (mis mejores calificaciones siempre en lengua/lingüística). 

Es cierto que las tecnologías nos están haciendo retroceder a pasos agigantados, como sugería Carmen esta mañana. (Entiéndase este axioma teniendo en cuenta el contexto y el contenido de la entrada).

La escritura surge como una necesidad administrativa (llevar las cuentas y registrar los datos sobre las riquezas) de los gobiernos. A diferencia de lo oral, lo escrito permanece inamovible en el tiempo. Los primeros sistemas de escritura eran iconográficos, es decir, sistemas que permitían designar la realidad de entonces a través de signos gráficos o dibujos. La evolución de estos dio lugar al alfabeto, nuestro sistema actual.

Volvemos; retrocedemos. Actualmente sustituimos un “vale”, un “de acuerdo” o “un me parece bien”, con todas SUS LETRAS, por un simbolito de una mano con el dedo pulgar hacia arriba; tampoco decimos ya “estoy contento”, “qué alegría”, “estoy enfadado”, “estoy enfermo”, “estoy eufórico”, pudiendo utilizar un muñequito amarillo cuyas expresiones faciales “nos permiten” decir esto; los “te quieros” han sido sustituidos por corazones de múltiples colores. Y es que, aunque la era del SMS fue fusilada con la llegada del Whatsapp, seguimos escatimando en palabras; antes, por cuestiones económicas, un “que” era un “k”, “besos” era “bss”, y “te quiero mucho”, TKM.  Y ¿ahora?, ¿por cuestiones de qué?, ¿de tiempo? Preferible es invertir ese tiempo que podríamos utilizar en escribir bien, en empaparnos de las vidas ajenas a través de las redes sociales, por ejemplo.

Y es que esta cuestión da mucho juego. Sobre el notorio auge de las nuevas tecnologías y el daño que ocasiona este, Luis Landero hacía una declaraciones en una entrevista hace un par de meses:
                   
Es un fenómeno que yo viví a pie de obra. Cuando empecé a dar clase, en 1978, había mucha paz en los institutos, pero la enseñanza se ha ido deteriorando. Ahora la lectura tiene tanta competencia... ¿cómo va a hacer nadie el esfuerzo de leer?     No sabemos cómo serán de mayores los nativos digitales que crecen con Internet y al que dedican mucho tiempo, tiempo que no van a dedicar a la lectura. ¿Cómo le vas a   decir a un niño que coma legumbres cuando puede comer chuches? Porque el WhatsApp y las redes sociales son chuches, juguetes, las chuches de la información. No         cuestan ningún trabajo. Sin embargo, formarte culturalmente requiere un plan y un esfuerzo, lleva un tiempo. 

La ley del mínimo esfuerzo domina nuestras vidas. Ya lo advertía Francisco Rodríguez Vidigal el pasado viernes en el Homenaje a Miguel Hernández que tuvo lugar en Olivenza:

Todos sabemos que la poesía es un género literario que actualmente no cuenta con muchos adeptos. Probablemente sea porque la poesía requiere un esfuerzo mayor; alguien lee una novela y todo va rápido, se entiende, como en el cine; sin embargo, el poema, aunque sea más corto y exija menos tiempo de lectura, luego exige un tiempo en el que hay que pensar un poco sobre lo que se ha leído.

En esta línea, yo he preferido utilizar, esta tarde, unos cuantos emoticonos para decirle a mi hermano Sergio:

-¿En serio?
-Joder…
-¿Tan pronto?
-¿250 personas?
-¿Por qué se seguirá casando la gente?
-¡Qué pereza!
-No quiero.

Mucho más rápido y fácil, ¿no? Seguro que al descodificar estos ha hecho una lectura similar...




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