domingo, 31 de diciembre de 2017

Feliz vida

En mi entrada anterior aludía a la costumbre de predicar buenos deseos siempre por estas fechas. No está mal, mejor que no hacerlo nunca es, pero también peor que hacerlo siempre. Mucho peor que desear a todos los que queremos de verdad, los 365 días del año (366 si es bisiesto), amor, felicidad, buen sexo y larga vida.

También acostumbramos a hacer balance de todo un año en los últimos siete días de este, como si así los errores fuesen a enmendarse solos, las cosas buenas a suceder de nuevo y las malas a desaparecer para siempre. Por favor, ¿qué gilipollez es esta?

No cerramos el año hoy, domingo, con la pretensión de ser mejores y terminar las cosas que nunca empezamos, será mañana, lunes, cuando intentemos hacer realidad los propósitos del día anterior; cuando juremos dejar atrás los vicios y malos hábitos para empezar una vida abstemia en todos los sentidos. Por favor, ¿quién quiere empezar una nueva vida así? Y más un lunes…

¿Existe de verdad una frontera tan abismal entre el 31 y el 1?, ¿de verdad la ilusión, las ganas y la pasión son como un robot al que se le van acabando las pilas a medida que el año llega a su fin, para empezar con ellas cargadas el día 1? Por favor, ¿qué gilipollez es esta?

A mí no me gustan los balances. Lo que sí me gusta es recordar todos los días lo mejor de todo un año, no solo el día que cierra los 364 anteriores ─¿no será bisiesto este año, no?─. Por eso hoy no tengo más presente que nunca todo lo que he aprendido y desaprendido, todo lo que he leído, todo lo que he besado, todo lo que he reído, todo lo que he conseguido, los sueños que se han cumplido, los que no y los que están aún por cumplirse. Todo lo que he hecho y lo que todavía está por hacer. Por eso hoy lo único que quiero es tener la certeza de que mañana va a ser todo exactamente igual, aunque tengamos que sustituir el 7 por el 8 en documentos oficiales, exámenes y en los préstamos de la biblioteca.

Pues eso, mis mejores deseos siempre para ti, que ahora estás leyendo esto. Feliz día, año y, sobre todo, vida.

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

                                                                       “Happy New Year” de Julio Cortázar.


Ah, y poesía, mucha poesía para todos.


martes, 26 de diciembre de 2017

Realidad y ficción

“Y cuando subí la rampa, me pareció que escapaba al fin de la trampa de la hormiga león y que, según ascendía, el pasado iba quedando cada vez más atrás, y que el ojo izquierdo se me despabilada por completo para ver en toda su luz aquel día de verano, y que allí arriba me esperaban otras vidas con las que entrelazar la mía, para formar de nuevo un laberinto de instantes, de promesas, de episodios sin principio ni fin”.


Así termina El guitarrista de Luis Landero. Estas líneas están precedidas por letras que narran la ruptura de Emil y Adriana cuando este descubre que su historia de amor con la mujer de don Osorio, su jefe, ha sido un engaño fabulado por los dos, un juego perfectamente trazado; tras descubrir que, durante un tiempo, ha vivido en un mundo donde la ficción y la realidad han ido siempre de la mano. Así, sin anestesia. ¡Pobre Emil!

Ahora leo la contraportada de Juegos de la edad tardía (sí, yo al revés; empiezo por lo último para llegar a lo primero) y en ella se dice lo siguiente:

“[…] En ella, Gregorio, un oficinista aficionado a la poesía, y Gil, un representante comercial, se conocen y entablan una profunda amistad. Comparten sueños y frustraciones hasta que deciden iniciar un juego en el que Gregorio se transforma en el señor Faroni, un hombre culto y locuaz, al que idolatra. Pero cuando realidad y ficción se confunden, la diversión se transforma en peligro.”


Vaya, qué contingencia más deliciosa. Me gusta encontrar siempre en Landero “los mismos motivos temáticos” (el hombre en busca de su propia identidad, el tipo sujeto a la contingencia y al albur y devenir de los acontecimientos, el pícaro que negocia con la vida y piensa que esta, la vida, es un negocio que no cubre ni siquiera los gastos, el joven inocente que acaba engolfado y desencantado con los cimientos sobre los que ha construido su vida: el amor, la amistad, el trabajo, la vocación, etc) y descubrir cómo su producción literaria responde a ciertos tipos. Ahora, con la lectura de su opera prima, tendré el placer de conocer cómo el autor despliega un ingenio que va a acompañarlo en todas sus obras. Más vale tarde que nunca, digo yo. A decir verdad, siempre llego tarde… 

lunes, 25 de diciembre de 2017

Destrucción

Contingencia, sí

Gentes así, gentes de paso, yo he conocido a muchas en la vida.  A todos nos ocurre. Gente que llega, levanta su tinglado junto al nuestro, iniciamos una relación donde no faltan los planes, las promesas, la presunción de un futuro común, se traban nuestros días en un único nudo de aconteceres, y luego de pronto uno de los dos desaparece para siempre arrastrado por cualquier contingencia y ahí se cierra la historia. Según pasan los años uno comprende cada vez mejor que el grueso de la vida es una suma de experiencias inconexas y apenas esbozadas.

                                                                                         El guitarrista, Luis Landero. 



domingo, 24 de diciembre de 2017

El número 24 me es fatal

Es curioso cómo la vida se compone del pequeño acontecer de cada día y cómo hay días señalados en el calendario que se imponen como un castigo. Así, establecemos como hitos determinadas fechas, como si el resto de los días que componen todo un año no tuviesen ningún valor. Aunque me parezca estúpido, yo participo de esa estupidez. Por eso hoy, 24, un mes antes de que mi padre nos dejase ya hace siete años, lo recuerdo con la nostalgia y el cariño de un tiempo ya pasado que parece que ha forjado lo que soy hoy. Por eso el miércoles 27 recordaré también que hace siete año empezaste a dejarnos para siempre y que hace cuatro meses casi lo hago yo también. Ay, los números 24 y 27 me son fatales. Para Larra solo el 24.  Ya lo recogí aquí en su día y lo recuerdo hoy:

-Treinta y cuatro Nochebuenas, treinta y cuatro Nocheviejas, y treinta y cuatro Reyes.
-Y este año entonces, ¿qué vas a hacer? Te sentirás raro…
-Nada. No me voy a mover de casa en todo el santo día.

Esta conversación tenía lugar ayer, a eso de la una de la tarde, en un bar de la Avenida Cristobal Colón de Badajoz. Mientras mi café echaba humo y la cerveza de los de al lado parecía helarse por momentos, el camarero contaba sus planes para estas fiestas tras treinta y cuatro años trabajando en 
días tan señalados. “Es lo que tiene la hostelería”, pensaba yo.

Supongo que los planes de ese señor no discernían mucho de los de una, quien ya ayer sabía que, por decisión propia y con gusto, iba a pasar la mayor parte del día aquí, en casa, a pesar de que las calles y los bares se llenen de gente que aprovecha la ocasión para, en fechas tan señaladas, proclamar, con una copa de vino o una cerveza en la mano, sus mejores deseos. Yo, con mi hermana y mi hermano Sergio, unas cañas rápidas en el bar antes de venir a casa a leer, escribir y dormir un rato (en ese orden). Tendrá que ser así. No lo de las cañas rápidas, lo de aprovechar días celebrados en el calendario para levantarse con el ánimo de ser mejor persona y hacérselo saber al resto en un garito, mientras el humo, el ruido y el olor a fritanga hacen el resto. ¿Y los otros 364 días qué? De unos años para acá veo la navidad así; no con el dolor y el pesimismo de quien nunca fue partícipe de hacer grandes los días simples, sino con la certeza de que no hace falta una semana de fiestas para cerrar el año llenos de buenos sentimientos, propósitos y ganas de enmendar los errores cometidos durante todo un año. Así, como si los siete últimos días del año fuesen una especie de apocalipsis anunciada con la que nos vemos obligados a actuar de buen grado y con felicidad plena. Nego.

Una se acuerda de otros acontecimientos que relaciona con la muerte de su padre, como “La nochebuena de 1836” de Larra y el fallecimiento de Ramón Sijé, también en un día como hoy.

Yo imagino que ahora, a tus setenta años bien cumplidos, estarías haciendo lo de siempre sin más pretensión que disfrutar del día de hoy como de otro cualquiera. A estas horas, en el bar a escondidas tomando una copita de vino tinto o dando un paseo con la Leo. También podías estar en el arco, donde esta mañana no estabas cuando pasé con mamá y miré por si te veía. Ahora sí te veo, porque siempre que te escribo lo hago. Esta mañana te hubieses despertado temprano para dar tu paseo diario hasta la charca y, en un par de horas, cuando estemos reunidos mamá y tres de tus hijos, estarías en tu sillón de siempre cenando poco y pobre, pidiendo licencia por ser las fechas que son (para eso sí tenías en cuenta el calendario, ¿eh?) para tomar una copa de vino y despidiéndote temprano, a eso de las diez y media, con tu radio y tu botella de agua debajo del brazo camino del dormitorio. Sin más. Y hubieses sido tan feliz como cualquier otro día, con esa sonrisa de oreja a oreja que se dibujaba en tu semblante y provocaba que se te achinases los ojos y pareciera que te iba a reventar el pecho de felicidad.

Yo ahora escribo y leo mientras Mini se piensa que soy Carmen y hasta que no me oye hablar no quiere morderme; mientras mamá habla con Sergio y Chané; mientras confirmo que el tiempo y la vida pasan, nos guste más o menos. Y este blog es reflejo de lo que digo, porque el día 20 de este mes hizo un año de su apertura. Lo inauguré con una entrada dedicada a ti. Eso, de los recuerdos.  

miércoles, 20 de diciembre de 2017

No entiendo el mundo, no lo abarco

Podría compararme con algún río de curso irresoluto que salga al fin a un llano y quede expuesto, siempre discretamente, a sequías y desmadres. Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a una encrucijada de caminos locales; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclina a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua insomne que fluye y pasa bajo el sueño. Ya raramente me duelen las palabras, y los quiebros de la sintaxis no me hieren. Por mi condición, o imagen, no doy la talla para ser estimado como náufrago. Los frutos de mis ocios no son testimoniales porque no soy noticia ni cifra ni tengo… esa ruda manera de no aceptar…, esa pasión del alquimista…, esa pasión que hace de la existencia un eslabón donde cualquier objeto arranca chispas… En fin, cerremos aquí este balbuceo. No entiendo el mundo, no lo abarco.

                                                                                 
                                                                                                Entre líneas, Luis Landero. 



sábado, 9 de diciembre de 2017

Otra vez libros

Hay una cosa que casi siempre (me) pasa cuando visito esta librería. Lo que ocurre es que, entre los miles de libros que pueblan las estanterías, aparece un nombre que se corresponde con el de un autor de cuya existencia no tenía idea hasta que alguien me lo ha presentado o mostrado, o con el de un autor en el que estoy más interesada en un determinado momento por “X” razones. Como cuando encontré en la librería aAaaa (situada en la plaza alta de Badajoz) una antología de Claudio Rodríguez, a quien conocía desde no hacía mucho tiempo. También dos libros de Ángel Campos Pampano, autor al que empecé a acercarme más después de saber que uno de mis profesores de secundaria en el IES Puente Ajuda de Olivenza y otro de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, guardaban una estrecha relación con él. Así con más de uno, claro. Y es que muchos de mis libros los he adquirido en esa librería de la Alcazaba que destina el dinero de las ventas a causas benéficas. Íntegro; lo he dicho aquí en más de una ocasión. Hoy —ya ayer. Siempre escribo tarde, mientras la gente ocupaba las mesas con tazas de chocolate caliente y churros, yo, sentada en el suelo de nuevo, buscaba en las estanterías algún libro que pudiera interesarme. Nueve: La insolación de Carmen Laforet, Escalera hacia el cielo de Luis Goytisolo, El Rito de José Antonio García Blázquez, una antología de los cuentos de Julio Cortázar, Los miserables de Víctor Hugo, Una oración por Nora de Javier Cercas, Formas aladas de José Antonio Iglesias —he encontrado esta noticia en la que se recoge información de la publicación de este poemario de un autor al que también desconocía: http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/jose-antonio-iglesias-presenta-artemis-poemario-formas-aladas_683025.html—, Solo Hamlet solo de Miguel Murillo, y alguno más. Sí, como oís. Para mí ha sido una casualidad maravillosa encontrar, mientras dos parejas de señores mayores hablaban de una mujer que se quitó las bragas delante de su chófer, la obra de un autor al que he tenido el placer de escuchar hace una semana y media y del que quería leer un libro a pesar de no tener ninguno. Ahora sí; ahora tengo uno. Uno de los señores se giró para decirme, entre risas, “no es lo que parece”. Estuve a punto de decirle que sí, que sí era lo que parecía, que tenía un libro de Miguel Murillo en mis manos, pero, en lugar de esa tontería, le sonreí, porque, de verdad, no me importaba en absoluto la historia sexual de aquella mujer con su chófer. Mis ojos estaban fijos en una de las baldas más bajas de la estantería, cuando, al leer “Murillo”, avancé unos pasos para retirar el libro que cerró mi compra de hoy, o ya de ayer, 8 de diciembre de 2017. Para retirar el que fue el noveno; como hoy, que ya es nueve.  

viernes, 1 de diciembre de 2017

Diciembre



                                                                                    De El tiempo menos solo, Abraham Gragera.

martes, 28 de noviembre de 2017

Días y días

Llevo todo el día pensando en el verso "A veces sólo un gesto es suficiente/ para salvar el día”, sin recordar de quién era ni qué venía a continuación. Para mi sorpresa, Ángel Campos y “y escribir tal vez es ese gesto”. Pues eso, escribir será ese gesto, estoy segura . Mientras tanto me digo que sí, que La vida de otro modo, pero ¿de cuál, Mabel?, ¿de cuál?

A veces sólo un gesto es suficiente
para salvar el día.

Y escribir tal vez es ese gesto
que prolonga el latido de los pulsos
hasta la sed secreta de los párpados.

Escribir tal vez sea extraviarse en el canto
más oscuro, en la memoria extrema
de la noche adentro, donde el hombre
ignora su derrota, las formas del cansancio,
el cuerpo del amor que ya no reconoce.

Escribir tal vez sea comparecer ante los otros
con los ojos más limpios, indefenso,
y vacías las manos, sin dispersar la voz,
respirar con sosiego bajo el agua.

No hay otro modo de mirar las cosas
sin perderlas del todo.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Sueños rotos

Siempre soñé con verte envejecer; con ver cómo tú pelo mudaba al color de la nieve —ya era así cuando estabas—; con ver cómo se iban dibujando las arrugas en tu cara. Soñé con oírte repetir las cosas mil veces —ya era así cuando estabas, sobre todo en tus últimos años—, como hacen todos los ancianos con esa dulzura y quietud que los caracteriza. Soñé tantas cosas que creí enloquecer de ira, odio y dolor cuando la vida nos privó de ellas.

Te imaginé miles de veces, con tus setenta y tantos u ochenta años, con una copita de vino tinto, esa que sabías que no podías beber —mamá siempre te reñía— pero aprovechabas fechas señaladas como Navidad —qué cosas— para tomarte la licencia de hacerlo en casa. Te imaginé millones de veces, en tu sillón, contándome de nuevo la historia de cómo conseguiste nuestra casa, esa que ahora está vacía porque tú no estás.

Hoy haría y te diría lo que nunca hice, lo que nunca dije, pero ya es tarde. Te diría que sigo siendo la misma niña miedosa que dormía contigo y con mamá casi todas las noches; la misma niña inocente que, durante más de diez años, pidió a todas y cada una de las estrellas fugaces que iluminaban el cielo el mismo deseo; la que sufría cuando te veía mal y siempre tuvo un miedo atroz de perderte antes de tiempo, aunque tú no lo supieras.

Ahora, cinco años después, sigo siendo y sintiendo todo esto. Sigo siendo la misma niña a la que le haces falta; la misma que te echa de menos como el primer día. Ahora que ya nada es posible, que mi sueño de verte envejecer en nuestra casa murió contigo y se redujo a un mar de lágrimas llenas de rabia y resignación. Ahora que ya no puedo hablarte ni oírte; ahora que ya no puedo verte. Ahora que tú tampoco puedes oírme aunque grite con voz rota y desgarrada; ahora que mis palabras no te llegan. Ahora que solo puedo verte si te escribo con letras torpes; ahora que estas palabras sirven para decir(te) lo que nunca dije. Ahora que recuerdo y siento el calor de tu mano cuando, sin necesidad de la palabra, nos dijimos todo.

Ahora, papá,

ahora…



sábado, 25 de noviembre de 2017

Sombras

Viajaba por una carretera larga y angosta, pero esto, lejos de abrumarla, le complacía. Le complacía porque no tenía prisa y tampoco intenciones de llegar a su destino. Quizá no tenía destino. Pasaba los postes que marcan los km deseando que, en lugar de menos, sumasen más y más para poder estar conduciendo hasta el amanecer. Era de noche y lo único que la mantenía despierta eran los focos de los coches que, por el carril de al lado, iban en sentido contrario. Intentaba dejar a un lado las analogías estúpidas en algo tan nimio y rutinario como el correr de un automóvil por la carretera, pero siempre había pensado que todo significaba algo y que, era por eso, por lo que iba, de nuevo, en otra dirección. Llegó a la ciudad y la oscuridad se cernió sobre ella, impasible, amenazante, pero tampoco importaba; tampoco le importaba. Ni siquiera se había dado cuenta de que había realizado el viaje con la radio apagada, en silencio, con el único ruido de la conciencia retumbando en su cabeza. Recorrió varias calles hasta llegar a casa y en ese breve trayecto no se cruzó con nadie. No vio ningún coche ni a ninguna persona; no vio vida. “¿Habrán muerto todos?, pensó. Llegó a casa y el silencio del rellano le pareció confirmar su sospecha. Abrió lentamente la puerta y, cuando encendió la luz para avanzar por el pasillo, se dio cuenta de que allí tampoco había nadie. Solo silencio. Todo silencio. “A lo mejor la que está muerta eres tú”, se dijo.


Era de noche...



viernes, 24 de noviembre de 2017

Jordi Doce en el Aula Díez Canedo

 Es “cuando el pensamiento se hace palabra o cuando la palabra va marcando el pensamiento”, en ese Entonces, “cuando el mundo se convirtió en el mundo”.

Este año se celebra el 25 aniversario (la edad que una gasta) de las “Aulas Literarias”, iniciativa puesta en marcha, en su día, por Ángel Campos Pampano, que falleció un  25 de noviembre de hace 9 años. Supongo que esto no es casualidad. No, no lo es. Su nombre ha salido varias veces en la intervención de Jordi Doce, ganador del I Premio Nacional de Poesía Meléndez Valdés y autor que ha abierto el ciclo de conferencias en el Aula Literaria Díez Canedo de Badajoz. Ha sido conmovedor escuchar, un día antes del aniversario de la muerte de Ángel Campos, que este no vivía la poesía como un ejercicio de estar encerrado en casa con bolígrafo y papel, sino como un fenómeno, como una dimensión social que permitía también a los demás encontrar su voz y su espacio, su lugar en el mundo. Ha sido amable también encontrar caras conocidas pocas— (E.M. Y E.M.; no es un error, coinciden las iniciales de sus nombres y primer apellido) y es curioso, como le comentaba a J., saber de la existencia de gente que no sabe siquiera que tú existes. Ha sido increíble establecer analogías ­estúpidas, seguro entre Jordi Doce y Gil de Biedma cuando, en la presentación de su obra literaria, se ha leído un fragmento de Perros en la playa en el que Jordi habla del “elogio de la lentitud” en el proceso de creación y de escritura. Esto mismo está en el prólogo de Las personas del verbo maldita sea, Mabel; tienes el libro en Cáceres—. También me ha llamado la atención observar cómo el penúltimo poema de su último libro, No estábamos allí, se titula “De vita beata”. Cuando ha llegado el turno de ruegos y preguntas me he atrevido ­ qué osada — a preguntarle si, como todo buen escritor, es deudor me he corregido después diciendo que quizá el término era algo hiperbólico—, “o, mejor dicho, discípulo”, de los autores que ha leído, porque me había parecido ver en su obra algunos guiños a Gil de Biedma.

Imagino mi vida (no la imagino, es) como un cúmulo de obligaciones que una va apartando para entregarse a actos como este, donde la poesía toma la palabra (nunca mejor dicho). Hoy mismamente, y no solo esta tarde, pues ahora debería estar preparando el currículum que tengo que entregar mañana y aquí estoy, escribiendo y leyendo, como siempre. “¡Qué irresponsable has sido siempre y que irresponsable eres, sobre todo, últimamente, Mabel”, dice mi conciencia. “¡Cállate!”, le contesto yo.

Lo verdaderamente importante es que  hay que seguir fomentando espacios fuera de las aulas, donde, con un debate abierto, la gente con inquietudes y gustos similares, disfrute de unos versos bien escritos y leídos.

Sí, es la maravilla y el entusiasmo lo que nos mueve y nos hace vibrar.

Y sí, la poesía sigue (re)viviendo. Y no es casualidad en un mes en el que nace Gil de Biedma, muere Ángel Campos, y Jordi Doce habla de ellos;tampoco lo es ante la inminencia fatal del lunes veintisiete. No lo es. No.







martes, 21 de noviembre de 2017

En la cuna de la imprenta

            Ayer, en la Biblioteca Pública de Cáceres A. Rodríguez-Moñino/María Brey, me acordé del folleto que me trajo Ana de Almendralejo (frase ambigua; correcta en sus dos acepciones). Este documento, titulado Artículo copiado de las “Adiciones y refundiciones de algunos títulos y artículos del Proyecto de Reglamento para el gobierno interior del congreso, propuestas y motivadas por el diputado D.B.J. Gallardo, Bibliotecario de las Cortes”, fue descrito por A. Rodríguez Moñino en su obra Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico, Madrid, 1955. Es un folleto rarísimo del que solo existen dos ejemplares, según señala Moñino en su obra. En estas breves pero nutridas páginas, Bartolomé José Gallardo cuenta las desventuras y adversidades que han sufrido las bibliotecas como consecuencia (en la mayoría de los casos) de las guerras acaecidas a lo largo de la historia, reseña el origen y creación de la Biblioteca Nacional de Cortes —señala que fueron Capmany, Mejía y Muñoz-Torrero quienes concibieron la idea de su establecimiento y narra su labor como bibliotecario de las Cortes. Además, cuenta el nacimiento de las Bibliotecas Provinciales y la historia de cómo muchos de los manuscritos, incunables y documentos de valor tuvieron que ser donados a la que luego se instituyo y fue decretada como Biblioteca Nacional de España:

            Tal fue de acordar (sesión de 21 de septiembre de 1812) “que se recogiesen los libros y MSS. Procedentes de Bibliotecas, así públicas, como de comunidades destruidas por el enemigo en los pueblos, según fuesen quedando libres, para incorporar a la Biblioteca de las Cortes los que se consideren dignos de este destino; acuerdo que después recibió mayor solemnidad elevado a lei en 23 de octubre de 1820, ordenando que los Gefes-políticos custodiasen todos los libros y efectos de Biblioteca de los conventos suprimidos, y remitan inventarios al Gobierno, quien los pasará originales a las Cortes, para que estas destinen a su Biblioteca lo que tengan por conducente, según el Reglamento aprobado por las (Cortes) ordinarias para la planta fundamental de la Biblioteca de Cortes, y establecimiento de Bibliotecas provinciales.

            Este Reglamento, monumento clásico del españolismo liberal e ilustrado de las  Cortes que le dictaron, fue aprobado en 8 de noviembre de 1813. En él se acabó de entender la planta de la Biblioteca del Congreso, declarándolo Biblioteca Nacional Española. Establecimiento sin ejemplo en nación alguna, y de que ninguna tenía más necesidad que la Española, porque ninguna ha padecido tantas, tan atrozes y desoladoras invasiones como ella, ni repelídolas con tan sostenido tesón y constancia: pensión fatal de la feracidad, benigno temple y riqueza de nuestro suelo, codiciado siempre de las naciones extrañas.

            Pues sí, de todo esto me estaba acordando ayer cuando, Teresa, en la Biblioteca Pública de Cáceres, reseñaba de manera escrupulosa y exquisita el hallazgo de cinco incunables. Habló también del origen de esta Biblioteca, de sus comienzos como Biblioteca Provincial de Cáceres, y, mientras, yo volvía a Gallardo, a sus “Adiciones y refundiciones de algunos títulos y artículos del Proyecto de Reglamento […]”, donde recoge varios artículos que sostienen la necesidad de crear Bibliotecas Provinciales “en cada capital de provincia, en la península y ultramar”; bibliotecas cuya labor primitiva fuese “reunir las obras impresas y mss. de los autores naturales de su provincia; y por punto general todas las que se hubiesen impreso, sea cual fuere su autor, en los pueblos de su distrito”.

            En esas andaba una mientras apuntaba en su cuaderno el nombre de Julián Martín Abad para buscar su artículo sobre estos asuntos (“¿Mutatis mutandis, una pequeña desamortización?, o sobre 34 incunables de la BP de Cáceres en la BN de España, y sobre otros acontecimientos bibliográficos”); artículo que me ha llevado directamente al de Gerardo García Camino, “Una biblioteca de provincia. Pequeña historia de la Biblioteca Pública de Cáceres”, en el que narra la constitución de la Biblioteca Pública y la sucesión de bibliotecarios con los que ha contado esta. He descubierto, entre otras cosas, que Enrique López Sánchez fue “uno de los mejores y más eficaces jefes que tuvo esta biblioteca”,  la crítica que hace Eustaquio Llamas de la labor de sus antecesores, y la ardua labor de Fulgencio Riesco durante los cuatro años que estuvo al frente de esta biblioteca; el mismo Fulgencio que no se atrevió a determinar que algunas de las obras en las que dejó notas manuscritas, esas que se presentaron ayer en la Biblioteca Pública A.Rodríguez-Moñino-María Brey, eran incunables.

            La Biblioteca Nacional no cuenta solo con los incunables que tuvo que ceder la Biblioteca Nacional de Cortes de la que fue encargado Gallardo, sino varios tesoros de otras bibliotecas provinciales; algunos de ellos se encontraban aquí, en esta ciudad que me acoge desde hace exactamente siete años.

            Yo no estoy de acuerdo (¡vaya, qué raro!) en que manuscritos, códices, incunables y múltiples obras de valor debieran —y deban— estar en la Biblioteca Nacional por “las demandas de eruditos nacionales y extranjeros que por no poder ausentarse durante muchos días de esta Corte, desean que se les faciliten dichos manuscritos y códices, hasta ahora inexplorados o no utilizados suficientemente”. No señor, no. Nego. Una Biblioteca es un lugar mágico provisto de los libros que, por diversas razones, han ido a parar allí. Es eso, entre otras cosas, lo que las hace especiales, lo que las distingue del resto.

            Y en estas cosas anda siempre una mientras el mundo corre a su alrededor (¡vaya, qué raro!).    
 
            Mientras una se detiene en esto piensa en la suerte de que no tenga vigencia, actualmente (¡ojo!), la voz de ese Gallardo que sentenció a principios del siglo XIX:

Mas, por una negra fatalidad que parece tiraniza nuestros destinos, como estas instituciones son hijas de la libertad, y las provincias han gemido luego tantos años bajo el yugo del Despotismo, el feliz pensamiento de las Bibliotecas provinciales, en casi ninguna (excepto, creo, Cataluña) ha podido llevarse a efecto.


            Buena cuenta de que esto no ha sido así puede darla un establecimiento situado en la Calle Alfonso IX, 26, en Cáceres. Bien; buenísima cuenta. Bien.




viernes, 17 de noviembre de 2017

Diez

Hoy es 17 y esta mañana, nada más despertarme, ya lo sabía. Hoy es un día más en la vida de alguien que acostumbra a una rutina: levantarse, desayunar, prepararse e irse a la facultad dos o tres horas antes de entrar a trabajar, salir de trabajar, comer, dormirse un rato a la siesta, beberse un café ardiendo a media tarde (a veces acompañado de una pieza de fruta), trabajar (de otra manera), pasear, leer, cenar, y volver a leer y a dormir. Pero no; hoy, quizá, sea un día como otro cualquiera pero distinto. Tampoco es un día señalado en el calendario —para mi hermana sí, que me ha mandado un mensaje esta mañana para felicitarme porque es Santa Isabel (de Hungría; la de Portugal es el mismo día que mi cumpleaños; una casualidad interesante siendo una de Olivença)­—, un día que refiera un acontecimiento festivo o  inusual; o uno de esos días que, sin quererlo, se graban en la memoria e incluso en la piel. Aun así, siento que es distinto. Será porque nos han enseñado siempre a hacer la cuenta atrás desde diez. Pues eso, distinto.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Con (y no contra) Jaime Gil de Biedma

“Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema”. Estoy segura de que lo consiguió; su literatura es el vivo ejemplo de que así fue.

No es casualidad que ayer compartiese en instagram una red social en la que una pierde poco tiempo, pues no hay mucho texto, más bien pequeñas y breves palabras o líneas que acompañan grandes fotos una foto del poema de Gil de Biedma “Resolución” durante mi lectura nocturna en el Parque del Príncipe de Cáceres, y hoy, 13 de noviembre, se cumplan 88 años de su nacimiento. No sé si logró ser feliz, pero estoy segura que lo intentó y siempre tuvo esa resolución. Como todos, imagino. Tampoco es casualidad que el sábado hablase con Jorge de lo vivo que estaba Gil de Biedma gracias a sus letras, a sus versos.

Pues sí, a lo mejor sí es casualidad. Contingencia.


Felicidades.


domingo, 12 de noviembre de 2017

Hoy y mañana


Hoy


Y mañana...

Pan y circo

Ayer la gente deambulaba sin rumbo aparente; se detenía, para comer o comprar algo, en los puestos del mercado medieval que ha tenido lugar este fin de semana en Cáceres. Yo, como siempre, una figurita de elefante  —no encontré anacardos —. Otros tomaban una cerveza o un vino en cualquier bar de la zona, en pleno centro de la ciudad. Las calles estaban vestidas de alegres colores y de una mezcla de olores dulces y salados que hacían de Cáceres un lugar mágico donde cientos de viandantes paseaban con su mejor traje: una sonrisa que no era sino el reflejo de un bienestar gustoso, de una felicidad exenta de problemas y preocupaciones. No sé si falsa, sinceramente  —¿también la tendría yo? la sonrisa, digo—. Nosotros, después de comer y volver a recorrer el mercado que ya habíamos visto el día anterior, el viernes por la noche, nos sentamos en la plaza con un sol radiante que invitaba a descansar observando el ir y venir de la gente. Allí descubrí que llevaba en la mochila Las personas del verbo de Gil de Biedma. Leí un rato mientras unos niños, a mí izquierda, simulaban un combate con espadas de madera. Me rendí, como siempre, a mis pequeñas manías de lectora cuando cojo un libro de poemas; lejos de devorar el libro desde el principio, abrí una página al azar y leí el poema que, casualmente, cayó en mis manos. "Apología y petición" en un día en el que la gente  —nosotros también— no tiene reparo en disfrutar y abandonarse a los placeres y vicios (in)confesables; en el que la gente se olvida de la situación que atraviesa su país. Bueno, tampoco es tan raro si tenemos en cuenta que aquí es noticia el último gol de Cristiano Ronaldo o Messi, pero la gente mira hacia otro lado cuando se habla de la precaria situación de nuestra educación y de nuestra sanidad, de la corrupción, del maltrato, de la violencia de género, etc. Pan y circo. Y es que tampoco ayuda el hecho de que los medios de comunicación nos laven el cerebro haciéndonos creer que lo único importante ahora es Cataluña. Corrompen y manipulan la información y se empeñan en hablar de una ruptura que no es sino el resultado del mal gobierno de nuestro país, de las carencias que presenta nuestra España querida. Pan y circo.  Supongo —sé— que la solución es simple: leer más y ver y escuchar menos, pero leer requiere un esfuerzo que la gente no está dispuesta a hacer. El viernes, Jorge y yo nos paramos a hablar con un señor que tiene montado un puesto de quesos en la placita de San Juan. Vi, en un lado de la mesa, a la derecha, un montoncito de libros. Antes de observarlos le pregunté al dueño si era él quien tenía el puesto en la calle de abajo el año pasado y que si esos —señalé— eran los mismos libros de poesía que entonces. Me contestó que sí, sorprendido por recordar algo que quizá no muchos hagan. También —entre otras muchas cosas— me dijo que la poesía que él escribía era llana, sencilla y simple para que la gente no tenga que presuponer nada, para que la gente la lea sin problemas, porque la gente ya no lee. Yo, pese a lo que muchos digan, también lo creo, y es por eso por lo que cada día lo hago más —o eso intento—; cada día me apetece más apartarme de la hipocresía social para pararme a leer en un parque; cada día veo menos la televisión y las redes sociales; cada día, aunque siga siendo muy ignorante, me levanto con ganas de saber y conocer más de lo que verdaderamente merece la pena. Me voy del tema. Terminé de leer el poema y lo primero que hice fue decirle a Jorge que Gil de  Biedma seguía vivo gracias a su poesía, esa poesía que cuenta y dice y nos permite establecer analogías con la actualidad. Después cerré el libro y, cuando levanté los ojos de este, vi exactamente lo que llevaba viendo todo el día: felicidad; inexistencia de ¿conciencia? No sé. Antes de volver a casa quisimos tomar un café pero no encontramos ningún bar con mesas libres. "Ocupada", como la cabeza de todos los que estábamos allí. 




viernes, 10 de noviembre de 2017

Lo mejor del recuerdo es el olvido

Ocurre que el olvido antes de serlo
fue grande amor, dorado cataclismo;
muchacha en el umbral de mi egoísmo,
¿qué va a pasar? Mejor es no saberlo.

Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo?
amar son cercanías de uno mismo.
Como siempre, rodando en el abismo,
se irá el amor sin verlo ni beberlo.

Tumbarse a ver qué pasa, eso es lo mío;
cumpliendo años irás en mi memoria,
viviendo para ayer como una brasa,

porque no llegará la sangre al río,
porque un día seremos solo historia
y lo de uno es tumbarse a ver qué pasa.

                                   De Manera de Silencio, Manuel Alcántara.


Será que donde más me conozco empiezan "mis" palabras.



jueves, 9 de noviembre de 2017

Manera de silencio

Este jueves depende de tu boca.
Debes cuidarlo igual que un parque a un niño,
como cuida el otoño cada hoja
y le procura el aire necesario
para que se reúna con las otras.

Mira este jueves. No lo sabe. Míralo
acercarse a nosotros entre sombras
y ocupar la ciudad como un ejército
que no pensara nunca en su derrota.
Será jueves en todo. Está de paso
pero quiere vivir de luces propias.
Entrará en la oficina de mañana,
a mediodía contará sus horas
y se quedará al norte de las cartas
que desde que se escriben son remota.
Mira cómo se acerca hasta nosotros:
viste de azul y herencias sigilosas,
establece su número y su luna
¡el tiempo siendo jueves en las cosas!

Cuídalo tú que puedes, no le dejes
que tal día haga un año en la memoria.
Mira cómo se acerca a la ventana
sin saber que depende de tu boca.

Para pasar un día con nosotros
ha salido este jueves de sus sombras.


                                               De Anochecer privado, Manuel Alcántara. 


sábado, 4 de noviembre de 2017

Identidad

¿Qué hacer con las palabras al final?
Sólo puedo buscar, para saber qué soy,
en la infancia y ahora en la vejez:
ahí es donde la noche es fría y clara
como un principio lógico. El resto de mi vida
es una confusión por todo aquello
que nunca he comprendido:
las tediosas dudas sexuales
y los inútiles relámpagos
de inteligencia. Debo convivir
con la tristeza y la felicidad,
vecinas implacables.
Se acerca la última verdad, durísima y sencilla.
Como los trenes que en la infancia,
jugando en el andén, me pasaban rozando.

                                                                              De Amar es dónde, Joan Margarit