martes, 10 de enero de 2017

Ligeia

"Sin embargo, lo "extraño" que encontraba en sus ojos era la especial naturaleza de su forma o el color o el brillo de los rasgos... debo referirme en realidad a la "expresión". ¡Palabra sin sentido tras la que ocultamos nuestra completa ignorancia de lo espiritual!  ¡Cuántas horas habré pensado en la expresión de sus ojos! ¡Cómo luché, durante toda una noche de verano, por alejarla de mí! ¿Qué era eso más profundo que el pozo de Demócrito que yacía en el fondo de los ojos de mi amada? ¿Qué era? Me poseía la pasión de descubrirlo. ¡Esos ojos, esos enormes, brillantes, divinos ojos! Esos eran para mí las estrellas gemelas de Leda y yo era para ellas el más fervoroso de los astrólogos.


No existe nada entre las múltiples anomalías incomprensibles en la ciencia de la mente, más atrayente y excitante que el hecho -nunca, mencionado, creo, por las escuelas- de que en nuestros esfuerzos por traer a la memoria algo  olvidado hace tiempo, nos encontramos al borde mismo de recordarlo sin conseguirlo finalmente. Y, de este modo, ¡con cuánta frecuencia, en mi intenso estudio de los ojos de Ligeia, sentía que me aproximaba al pleno conocimiento de su expresión, sentía que me aproximaba,  aún no era mío, me acercaba, y al fin desaparecía por completo. Y -¡extraño el misterio más extraño de todos!- encontraba en los objetos más comunes del universo un círculo de analogías con esa expresión. Quiero decir que, después del periodo en que la belleza de Ligeia invadió mi espíritu y se instaló como en un altar, yo extraía de muchos objetos del mundo material un sentimiento como el que sentía siempre, dentro de mí, frente a sus grandes y brillantes ojos. Sin embargo, no podía definir ese sentimiento o analizarlo, o simplemente percibirlo con calma. Lo reconocía, repito, algunas veces, en la observación de una viña que crecía rápidamente, en la contemplación de una falena, de una mariposa, de una crisálida, de un arroyo. Lo he sentido en el océano, en la caída de un meteoro. Lo he sentido en la mirada de gente muy anciana. Y hay una o dos estrellas en el cielo en cuyo estudio telescópico he descubierto ese sentimiento. Me ha colmado el escuchar ciertos sonidos de instrumentos de cuerda, y muchas veces la lectura de ciertos pasajes de algunos libros."

Descubrí a Edgar Allan Poe tarde. Siempre voy y llego tarde cuando se trata de cosas importantes. En segundo de bachillerato, en Literatura Universal, el profesor que impartía esa asignatura nos mostró algunos de los relatos del maestro del suspense y dos de sus poemas más célebres. Me fascinó "El gato negro", " Retrato oval", “El corazón delator”, "Los crímenes de la Rue Morgue", "La caída de la casa Usher", "El cuervo" y, como no, "Anabel Lee". Podría pasarme el día entero escuchando la adaptación musical que hizo Radio futura sobre este poema. El profesor completó el tema con un documental de la Universidad de Salamanca sobre la vida y obra del autor.   Pasé los siguientes años viendo, en reiteradas ocasiones, aquel vídeo con la misma emoción y ganas, y ardí en cólera la mañana que descubrí que había desaparecido para siempre el que, para mí, era el mejor documental hasta entonces. Y así fue, mi madre no entendía mi comportamiento infantil y estúpido por el “simple hecho” de no encontrar “un vídeo que  habían quitado de internet”. Y así fue y ha sido; no lo he vuelto a ver jamás.

Con el tiempo descubrí otros relatos que me fueron cautivando y me hacían, a veces, subir al cielo y, otras, descender a los infiernos. “Eleonora”, “El entierro prematuro”, “La verdad sobre el caso del Señor Valdemar” y “Ligeia”, entre otros.

Recuerdo como si cogiese hoy el bic para hacer el examen aquel día en la biblioteca del IES Puente Ajuda, llenando folios y folios de letras sobre autores, conceptos y obras de literatura universal. Un 10. El profesor, desconfiado, me preguntó si había copiado. Le dije que me sacase a la pizarra y me hiciese contarle todo el contenido del examen de nuevo. Se empezó a reír y me dijo que no hacía falta. En ese momento no me lo tomé muy bien, pero hoy lo recuerdo y sonrío. Creo que es uno de los mejores exámenes que he hecho en mi vida académica, y en el fondo su desconfianza no era del todo injustificada; no era injustificada si tenemos en cuenta que, aunque ya habían pasado cuatro años desde aquel nefasto tercero, era repetidora y a veces los prejuicios siguen estando ahí, supongo; y tampoco era del todo injustificada si tenemos en cuenta que, aunque buenas estudiantes, Brenda y yo juntas éramos dinamita y conseguíamos ponerlo nervioso con bastante facilidad.  

Hoy he vuelto a releer "Ligeia". Hoy, antes de leer este cuento, me he acordado de mi profesor y lo he comentado con Virginia. El pasado viernes hablé de él con Jorge, a quien también dio clases. Quizá nos veamos pronto, ¡quién sabe!

Releer, para mí, siempre un placer.



La primera vez que leí “Ligeia” fue este verano en Galicia, concretamente en las Islas Cíes; ¿no es maravillosa la vida? 

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