"Sin embargo, lo "extraño"
que encontraba en sus ojos era la especial naturaleza de su forma o el color o
el brillo de los rasgos... debo referirme en realidad a la
"expresión". ¡Palabra sin sentido tras la que ocultamos nuestra
completa ignorancia de lo espiritual! ¡Cuántas horas habré pensado en la
expresión de sus ojos! ¡Cómo luché, durante toda una noche de verano, por
alejarla de mí! ¿Qué era eso más profundo que el pozo de Demócrito que yacía en
el fondo de los ojos de mi amada? ¿Qué era? Me poseía la pasión de descubrirlo.
¡Esos ojos, esos enormes, brillantes, divinos ojos! Esos eran para mí las
estrellas gemelas de Leda y yo era para ellas el más fervoroso de los
astrólogos.
No
existe nada entre las múltiples anomalías incomprensibles en la ciencia de la
mente, más atrayente y excitante que el hecho -nunca, mencionado, creo, por las
escuelas- de que en nuestros esfuerzos por traer a la memoria algo
olvidado hace tiempo, nos encontramos al borde mismo de recordarlo sin
conseguirlo finalmente. Y, de este modo, ¡con cuánta frecuencia, en mi intenso
estudio de los ojos de Ligeia, sentía que me aproximaba al pleno conocimiento
de su expresión, sentía que me aproximaba, aún no era mío, me acercaba, y
al fin desaparecía por completo. Y -¡extraño el misterio más extraño de todos!-
encontraba en los objetos más comunes del universo un círculo de analogías con
esa expresión. Quiero decir que, después del periodo en que la belleza de
Ligeia invadió mi espíritu y se instaló como en un altar, yo extraía de muchos
objetos del mundo material un sentimiento como el que sentía siempre, dentro de
mí, frente a sus grandes y brillantes ojos. Sin embargo, no podía definir ese
sentimiento o analizarlo, o simplemente percibirlo con calma. Lo reconocía,
repito, algunas veces, en la observación de una viña que crecía rápidamente, en
la contemplación de una falena, de una mariposa, de una crisálida, de un
arroyo. Lo he sentido en el océano, en la caída de un meteoro. Lo he sentido en
la mirada de gente muy anciana. Y hay una o dos estrellas en el cielo en cuyo
estudio telescópico he descubierto ese sentimiento. Me ha colmado el escuchar
ciertos sonidos de instrumentos de cuerda, y muchas veces la lectura de ciertos
pasajes de algunos libros."
Descubrí
a Edgar Allan Poe tarde. Siempre voy y llego tarde cuando se trata de cosas
importantes. En segundo de bachillerato, en Literatura Universal, el profesor
que impartía esa asignatura nos mostró algunos de los relatos del maestro del
suspense y dos de sus poemas más célebres. Me fascinó "El gato
negro", " Retrato oval", “El corazón delator”, "Los
crímenes de la Rue Morgue", "La caída de la casa Usher",
"El cuervo" y, como no, "Anabel Lee". Podría pasarme el día
entero escuchando la adaptación musical que hizo Radio futura sobre
este poema. El profesor completó el tema con un documental de la Universidad de
Salamanca sobre la vida y obra del autor. Pasé los siguientes años
viendo, en reiteradas ocasiones, aquel vídeo con la misma emoción y ganas, y ardí
en cólera la mañana que descubrí que había desaparecido para siempre el que,
para mí, era el mejor documental hasta entonces. Y así fue, mi madre no entendía
mi comportamiento infantil y estúpido por el “simple hecho” de no encontrar “un
vídeo que habían quitado de internet”. Y
así fue y ha sido; no lo he vuelto a ver jamás.
Con el tiempo descubrí otros
relatos que me fueron cautivando y me hacían, a veces, subir al cielo y, otras,
descender a los infiernos. “Eleonora”, “El entierro prematuro”, “La verdad
sobre el caso del Señor Valdemar” y “Ligeia”, entre otros.
Recuerdo como si cogiese hoy el
bic para hacer el examen aquel día en la biblioteca del IES Puente Ajuda, llenando folios y folios de letras sobre autores, conceptos y obras de literatura
universal. Un 10. El profesor, desconfiado, me preguntó si había copiado. Le
dije que me sacase a la pizarra y me hiciese contarle todo el contenido del
examen de nuevo. Se empezó a reír y me dijo que no hacía falta. En ese momento
no me lo tomé muy bien, pero hoy lo recuerdo y sonrío. Creo que es uno de los
mejores exámenes que he hecho en mi vida académica, y en el fondo su
desconfianza no era del todo injustificada; no era injustificada si tenemos en
cuenta que, aunque ya habían pasado cuatro años desde aquel nefasto tercero,
era repetidora y a veces los prejuicios siguen estando ahí, supongo; y tampoco
era del todo injustificada si tenemos en cuenta que, aunque buenas estudiantes,
Brenda y yo juntas éramos dinamita y conseguíamos ponerlo nervioso con bastante
facilidad.
Hoy he vuelto a releer "Ligeia". Hoy,
antes de leer este cuento, me he acordado de mi profesor y lo he comentado con
Virginia. El pasado viernes hablé de él con Jorge, a quien también dio clases. Quizá
nos veamos pronto, ¡quién sabe!
Releer, para mí, siempre un placer.
La primera vez que leí “Ligeia” fue este verano en
Galicia, concretamente en las Islas Cíes; ¿no es maravillosa la vida?
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