Mi primer paseo por el parque del
príncipe de este nuevo año fue el pasado día 2, cuando regresé a Cáceres después
de las vacaciones. Podría titular este como “Crónica de una fiebre anunciada”,
pues a pesar de no encontrarme bien y de notar que la temperatura de mi cuerpo
no era del todo normal, bajé las maletas del coche y me dirigí al príncipe con
la rebeldía que caracteriza a los jóvenes a los que ni la enfermedad más grave
postra en una cama. Eso sí, al día siguiente, con 39 de fiebre, ya estaba mi
madre ahí para decirme por un mensaje: “de verdad, eres un desastre”. Gracias,
mamá, no lo sabía. Un
paseo frío y nocturno; hermoso y evocador. De esos en los que la tranquilidad
de la noche te permite contemplar con más serenidad aquello que, debido al
ajetreado y ruidoso ritmo de una ciudad por las mañanas, se nos escapa de día:
la pasión desbordada de los amantes, la discusión de un matrimonio que parece
ya no desearse, la euforia de quienes hacen deporte, las risas desenfadadas de
las amigas que comparten confidencias, el señor que camina, a duras penas, con
un bastón o una muleta, y el paseo relajado entre un joven y su perro fiel.
Todo esto mientras yo, como espectadora, apunto en el cuaderno nuevo que me
regaló Ana.
Antes, solía escribir y romper;
escribir y quemar; escribir y perder o escribir y olvidar. En aquella chimenea
de ladrillos rojos y leña húmeda de mi casa del pueblo, han muerto, bajo el
fuego, varios papeles que escondían ilusiones, decepciones, historias de amor,
sentimientos, emociones y sueños, muchos sueños. Decidí, hace un tiempo,
escribir y guardar, no solo porque la escritura me parece un ejercicio
saludable, sino porque al igual que conservamos regalos, fotos y la entrada de
aquel concierto que tanto nos entusiasmó, es preciso y precioso plasmar todo
aquello que nos causa sensaciones y convertirlo en realidad a través de la
palabra. Así, en el futuro, podremos recrearnos en estos recuerdos que se
habrán convertido, además, en valiosas enseñanzas.
He vuelto hoy, día 4, al parque
del príncipe para dar un paseo diurno. He leído (a Lorca y a Poe) y he escrito
un poco. No he tenido fiebre en todo el día. La lectura y la escritura todo
(lo)cura.
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Retrato de un hombre inmaduro, Luis Landero |
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Mis manos, mi pluma y una de mis libretas |
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