Mi
hermana me ha despertado hoy a las ocho de la mañana para invitarme a recordar.
Siempre la he admirado por la dedicación en su trabajo y la capacidad de
adaptarse a cualquier otro. Es auxiliar de enfermería y trabaja en una
residencia de ancianos en la localidad de Olivenza. Esta noche, como tantas
otras antes, la han avisado para quedarse a cuidar a dos ancianos en una
casa. Siempre dispuesta, y más cuando sus turnos de trabajo se lo permiten, ya que
hasta hoy por la tarde no trabaja en la residencia. Aunque a decir verdad, eso
nunca ha supuesto un problema para ella, porque es experta en cambiar turnos
aunque luego le toque doblar. Pero no solo en el trabajo para el que se ha
especializado, también en la hostelería, en la mejor fábrica de embutidos de mi
pueblo, etc. En fin, lo que os decía, admirable.
A
las ocho me ha escrito para decirme que, casualmente, le ha tocado cuidar a los
suegros de I., profesor mío del IES Puente Ajuda en Secundaria y Bachillerato. Antes de seguir leyendo, he soltado el móvil
y, de repente, se ha dibujado una sonrisa en mi cara. Recuerdo sus clases con el
cariño y la nostalgia de aquellos años adolescentes que ahora parecen quedar
tan lejos. Sus inicios de clase siempre eran igual. A mí me gustaban, aunque,
supongo, había quienes lo detestaban. Usaba los primeros minutos para hablarnos
de coches antiguos, de los olivares que tenía en San Jorge de Alor y, a mí, me
preguntaba a menudo por mi hermano Sergio, a quien había dado clases muchos
años antes y quien después estudió laboratorio. Siempre le tuvo aprecio, no sé
si por la estima que se tiene a quien comparte el gusto por la profesión.
Recuerdo sus clases de Física y Química en tercero de ESO y las de Ciencias
para el Mundo Contemporáneo en primero de Bachillerato. También recuerdo
aquella excursión a Madrid en la que casi perdemos el avión, y no se me olvida
la anécdota con la azafata de vuelo cuando le ofreció un refresco y unos frutos
secos antes de despegar, y este le contestó: ¿no tenéis mejor un whiskyto?
Sigo
leyendo. Mi hermana dice que I., le dijo que era una alumna “bastante mala y
rebelde, pero que luego me volví buena” y que soy “una niña que si lo veo lo
sigo saludando, otros alumnos no”. Me alegran sus palabras y volver a saber de
él y me sigue gustando verlo pasear por Olivenza con su sonrisa tan particular.
Y que siga siendo así por muchos años.
Gracias,
Elena, por hacer posible esta entrada.
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