jueves, 26 de julio de 2018

Palabras


     El otro día, ordenando recuerdos en forma de cartas, papeles y carpetas, encontré un sobre blanco, mediano, en cuyo centro se encontraba, en mayúsculas, una sola palabra: “Mabel”. Conocí la letra de inmediato (una de las más bonitas que, hasta hoy, he visto y leído). Conjeturé sobre el contenido de esta, pensando que se trataba de una pequeña nota elaborada a raíz de un regalo “trampa” de cumpleaños. Recuerdo que hace unos 5 años —quizá sean más— Jorge me dio un sobre similar, que contenía 20 euros y un breve texto que decía algo así: “es para lo que me daba el presupuesto, aunque también te he dejado un detallito arriba, en tu casa”. El detallito era una cámara digital rosa que quería y que sigo conservando hoy, no como aquella carta, que parece haber desaparecido.  Por fin abrí el sobre y encontré un texto encabezado con las siguientes palabras “¿Sabes por qué te quiero”? Leí más abajo y, cuando vi que se trataba de una lista numerada, sabía que serían 13 razones las que conformarían, y confirmarían, aquel escrito. Me fui al final del folio y, en efecto, 13 razones. Después de leer la carta, pensé, y escribí, lo siguiente: “Me encantaría que todas las personas del mundo recibiesen, al menos una vez en la vida, una carta así. Me encantaría que a todo el mundo le hiciesen sentir así de especial, al menos una vez en la vida. Una vez más vuelvo a afirmar que se puede hacer magia con unas cuantas palabras, pero la magia surge, de verdad, cuando los hechos hacen que estas cobren realmente su sentido”.  Me acordé de un poema de Eloy Sánchez Rosillo titulado “El fulgor del relámpago” y, después de buscarlo en el libro, me recreé en los cuatro primeros y últimos versos de esta composición.

      Hoy he ido con Gerardito a Badajoz. Me ha regalado El mágico aprendiz, la única novela de Luis Landero que no tenía. Cuando he empezado a leerla, me he percatado de que el inicio, no solo me resultaba familiar, sino que sabía lo que iba a ocurrir o lo que se iba a decir en las siguientes líneas (“Vivir es un enredo. No merece la pena”). He continuado sin darle importancia a esto, hasta que me he topado con dos fragmentos que quería recoger en una libreta en la que, desde hace unos meses, apunto el título del libro, la fecha en la que inicio su lectura (quizá también debería el día que lo acabo), el autor, la editorial, el año de edición (solo de algunos; qué cabecita), y las citas en las que me gusta recrearme después de la lectura (debajo, la página). En esas estaba hace un rato cuando, al abrir la libreta, me he dado cuenta de que la página 16 estaba escrita con los siguientes datos: El mágico aprendiz, de Luis Landero (Tusquets). 04/02/2018, más eso de “Vivir es un enredo. No merece la pena” y las dos citas que ahora iba a recoger de nuevo. Imagino que si, dentro de X años, leyese otra vez la obra, decidiría copiar, a lo mejor ya en otra libreta, las mismas citas, precisamente por esa razón: porque hay palabras mágicas que se quedan a vivir para siempre en nosotros. A mí también me gustaría escribir algo como lo que escribió Jorge para mí un día, o como lo que descubro en Landero cada vez que lo leo. Pero no, aquí estoy, leyendo y recogiendo las palabras de otros. Ahora apunto:

Retomo lectura el 26/07/2018. Más bien, vuelvo a empezar con la lectura.
A veces, como hoy, le da por pensar en lo que podía haber sido su vida bajo otras circunstancias, pero no se le ocurre nada: vagamente piensa en otras tierras, otras amistades, otros gestos quizá, una mujer, un hijo. Tuvo una novia durante cinco años. Se llamaba Isabel. Se casó y vive no lejos del barrio, y durante mucho tiempo la ha visto a veces por la calle con un hombre y dos niños que ahora son ya muchachos. Un día averiguó su domicilio y la llamó por teléfono. Pero no dijo nada: oyó su voz y colgó. Y al oír la voz sintió una nostalgia arrasadora, aunque también una gran liberación, por lo que podía haber sido su vida de casado, por los espacios compartidos, por el hijo que ya nunca tendrá. Piensa en esas vidas posibles si hubiese seguido estudiando Historia y fuese ahora profesor o arqueólogo, si su padre no hubiese muerto tan pronto, si hubiera nacido un siglo antes, si se hubiera ido a vivir a otra ciudad. Pero todo es demasiado irreal para que ese sentimiento de pérdida o error arraigue en la conciencia.

jueves, 19 de julio de 2018

Conversación entre luces

-He ido esta tarde a buscar el coche a de J. y me ha dicho que lo que el coche tenía estropeado era el manguito rotador, y que por eso me dejó tirada, hace una semana, a la altura de La Roca.

-¿Estás segura de que te dijo que fue por el manguito rotador?

(Se muerde el labio inferior, esboza una sonrisa y se lleva  una mano a la frente)


viernes, 13 de julio de 2018

Andrea va a la universidad


Y sorprende el abismo que separa un beso cariñoso a una niña indefensa e inocente, de una conversación con una mujer ya adulta que empieza la universidad en septiembre. Andrea me contaba con pelos y señales su experiencia en selectividad (también la de un amigo suyo que, siendo “un genio” en química, sacó un 1. Ese 1 iba acompañado de un 0 detrás que, al parecer, quedó en el limbo cuando se subieron las notas a la plataforma). Me gusta que en 17 años escasos estén concentradas, tan bien, tanta inteligencia, responsabilidad, pasión y buen hacer. Así es Andrea, quien hoy, con tono y espíritu de protesta, me decía que estaba cansada de oír: “Andrea, eres muy inteligente y muy trabajadora para acabar haciendo magisterio”. Yo callaba y ella me (se y les también) decía: “prefiero hacer algo que de verdad me guste y que tenga ganas de hacer, que algo que no me produzca nada, aunque esté mejor visto o tenga más futuro”. Yo no sé, de verdad, por qué a cada cosa o conversación cotidiana de mi vida se asoma siempre Luis Landero.  En este caso con Félix y Gregorio Olías, cuando el primero le dice al segundo que se alegra de que no hubiese escuchado nunca la palabra “afán” (“pues mejor, porque esa es una palabra maldita”). Pues mejor no, Andrea; pues eso, afán. Ese que me empuja a mí a llegar a casa y buscar, antes de hacer cualquier otra cosa, un fragmento de un libro que me recuerda a otro de otro. En este caso, de Retrato de un hombre inmaduro en Juegos de la edad tardía, una de mis cuentas pendientes. Y es que las cuentas, y sobre todo las pendientes, hay que saldarlas cuanto antes, que una nunca sabe lo que la vida le tiene preparado para después.  



Juegos de la edad tardía.

Retrato de un hombre inmaduro.

martes, 22 de mayo de 2018

Y con la luz de entonces

Una vivencia extraña: encender la memoria
y encontrarse dentro una llama encendida
inagotable y un fuego que calcina
lo que ya no tiene fuerzas suficientes
para seguir viviendo

[…]

Y esa muerte instantánea, ese fin
previsible, desplegaba a la vez banderas
muy vistosas y alegres del retorno seguro
de la vida en forma de amanecer tranquilo,
de sol que había resucitado una vez más
otra mejor ceniza, otra mejor memoria.
Una cita infalible en el lugar preciso
de un año nunca muerto por efecto del fuego,
en una calle intacta, con vosotros intactos
y con la luz de entonces en los ojos por siempre.

 “Hogueras de San Juan (Barcelona, 1981)” en Una razón para vivir, de Ángel Rupérez.

París, julio de 2017.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Una fecha del calendario

Así se titula uno de los poemas que conforman el libro Una razón para vivir (Tusquets, 1998) de Ángel Rupérez. Lo tenía en mi mesa de la BC desde aquel día en que David y yo bajamos a BC3 a colocar uno de esos carros, repletos de libros, que tantas veces hemos empujado. A veces nos detenemos en la primera estantería del depósito, para ojearla de nuevo, como si todas las semanas entrase mercancía nueva. No entra, pero siempre encontramos algo que nos interesa. Pues eso, que hoy, 9 de mayo, he abierto por primera vez un libro que tenía en mis dominios desde hace más de dos semanas. Extraño pero cierto. El caso es que, jugando, como acostumbro a hacer cada vez que ojeo por primera vez un libro (sobre todo si es de poesía), me he topado con “Una fecha del calendario” (hoy, 9 de mayo) y, después, 6 páginas más adelante, con “Los adioses”. También he leído “El agua del surtidor”, que no sé por qué (sí, sí sé por qué) me ha recordado a una escena que quizás viví hace algunos años, una noche cálida de otoño. Aquel día, en una charca alejada de la ruidosa ciudad, un pequeño grupo de peces chapoteaba sobre las aguas contamidas por el reflejo de una luna espléndida y mágica. Todo esto bajo la atenta mirada de dos espectadores.






sábado, 28 de abril de 2018

Ausencias


 Es curioso como una imagen que no existe se convierte en recurrente cada vez que miro atrás y veo el tiempo que ha pasado desde que no estás. Pestañas posadas en las mejillas, mariposas blancas y estrellas fugaces. Un único deseo, imposible, pero no olvidado. Ya, a tus sesenta y cinco años, el tiempo y la enfermedad habían hecho estragos en tu piel, en tu cuerpo e incluso en tu memoria. No solo era el pelo cano y el cuerpo lento y desorientado de quien vivió lucido y enérgico los más de sus años, sino los ojos que evidenciaban la madurez de una vida ya hecha. Sigo pensando como serías a tus setenta y un años, esos que hubieses cumplido ayer, hoy o mañana. Igual, papá; serías igual. Seguirías repitiendo las mismas cosas “un millón de veces”. Seguiría la botella de agua en tu mesilla y tu radio gris debajo de la almohada. Tú sonrisa y el brillo de tus ojos también serían los mismos, aunque tus arrugas más acentuadas, tu pelo más pobre y tu cuerpo más encorvado. Pero lo mejor de todo es que contigo la fruta tendría otro sabor los domingos, los viernes, al cruzar el arco, otro color, y estar en silencio, otro misterio. La vida tendría otro sentido más real y valioso. No sé por qué, en estos momentos, recuerdo uno de los regalos más simples y especiales que alguien me hizo cuando llevábamos compartiendo juntos siete meses de nuestras vidas. Recuerdo que decía –y enumeraba– que siete eran las maravillas del mundo, los colores del arcoíris, los días de la semana y las artes. Después, afirmaba que yo era la octava maravilla del mundo, el octavo color del arcoíris, el octavo día de la semana y el octavo arte. Hoy proyecto en ti todo eso de lo que un día me hicieron merecedora a mí, porque es curioso que al verte, cuando te pienso, mi cabeza se inunde de canciones hermosas, de colores vivos, de poemas, de obras de arte, de años, días y meses, y de amor y buenos deseos.

Felicidades, papá.



Fragmentos, de Jorge Márquez

El cielo casi, de Ángel Campos Pámpano

jueves, 26 de abril de 2018

España NO me representa

Hoy, hace exactamente un mes y dieciocho días, se celebró el Día Internacional de la Mujer, y hoy, un mes y dieciocho días después, nos hacen sentir que no valemos absolutamente nada, que necesitamos de un día visible para hacer valer nuestros derechos, porque fuera del calendario seguimos siendo nadie. Hoy, la justicia española entiende que es abuso y no violación; entiende que es normal y no intimidatorio que cinco hombres nos acorralen en un portal sin salida. Sí, entienden que violentar, reducir y corromper la libertad de la mujer es un delito menor que se suple con nueve (serán tres) años de carcel. Hoy seguimos siendo nada, incluso para todas las mujeres que juzgan a otras por su forma de actuar, por su vida sexual y por su forma de vestir. También para los que piensan que el lugar de la mujer está en su casa, y no en la calle. Seguimos siendo nada, pero luchando siempre por ser todo lo que merecemos ser.

sábado, 21 de abril de 2018

Sus manos y su historia


Ellos no saben que son los protagonistas del cuento que yo he escrito sobre su propia historia de amor. Nunca lo sabrán. Tampoco lo leerán. Ellos no saben sus nombres, el día que se conocieron, cómo se enamoraron y cómo siguen, hoy, caminando de la mano. No lo saben porque esta realidad solo existe, convertida en ficción, en uno de mis cuadernos. Ellos no saben que son los protagonistas de la historia que yo cuento e invento. No, no lo saben. No. Quizá por eso, ayer, mientras caminaba pensando en la contingencia a la que está sujeta a veces la vida, me crucé con sus manos entrelazadas para, por unos segundos, quedarme a vivir en ellas. No, no lo saben. Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo el día con la mirada puesta en las manos de los otros: una pareja de ancianos, otra de jóvenes, una de dos chicos, una de una madre con su hija de unos 8 años, otra de un padre con un niño de apenas 3 años… Como tampoco saben que, por su culpa, llevo todo el día con la mirada puesta en mis manos, vacías y llenas al mismo tiempo. No, no lo saben.



jueves, 19 de abril de 2018

El tiempo que pasó


 Los recuerdos siempre dan vida a nuestra existencia. O existencia a nuestra vida. Y es que sigues tan vivo cuando te escribo, cuando te cuento, cuando te pienso y te recuerdo.

[…]
El tiempo que pasó, desvaneciéndolos         
como burbuja sobre la haz del agua,
rompió la pobre tiranía que levantaron,       
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,   
entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,     
dueños en vida son del ancho olvido.         
[…]



domingo, 8 de abril de 2018

Divagaciones


Llevo toda la mañana acordándome de la conversación que tuve hace un par de semanas con L. Hablamos, como siempre, de literatura. Me gustan las personas que no coinciden con la opinión de todo el mundo. Por eso me gustó rebatir su asentada idea de la superioridad de la generación del 98 frente a la del 27. Le encanta Juan Ramón Jiménez (“anda, ¿y a quién no?”), pero no termina de digerir del todo a algunos poetas de la otra generación. “No, por favor. No me digas que no te parece una poesía perfecta y sugerente la de Lorca o Cernuda”. Hablamos, después, de Ángel González –cuando yo recité uno de sus poemas de memoria– y de otros autores contemporáneos y no tan contemporáneos. Él habló de Antonio Colinas, y yo, no sé si por el efecto de la ginebra a tan altas horas de la madrugada, o por la mala cabeza que gasto últimamente, afirmé no conocerlo. “Mal, Mabel, muy mal; precisamente en este espacio has plasmado una de sus composiciones (“La tarde es una lágrima”) no hace mucho”. Pero no ha sido esta, la conversación de la que me he acordado hoy, aunque ahora la recoja aquí. Lo que ocurre es que el discurrir de un recuerdo nos lleva siempre a otros, y de ahí estas divagaciones. En fin, en lo que me he estado recreando durante toda esta mañana de domingo es en lo que L. me dijo acerca de las oposiciones: “Mabel, tú eres una persona que no vale para estudiar, como yo; tú vales para aprender e investigar, para querer saber más”. Y en realidad tiene mucha razón, y esa es una de las causas de mi comportamiento a lo largo de toda mi vida académica. Nunca me he gustado aprender, conocer y estudiar para tener que demostrarle a alguien lo que sé (“¡Qué gracia, Mabel; a ver qué haces entonces cuando seas profesora; si llegas a serlo algún día, claro”). De ahí la pereza de estudiar para profesores que miden su ego en relación con la capacidad que tengan sus alumnos para vomitar su perfecto y elaborado temario en “x” horas y “x” folios. Es cierto lo que L. afirmaba de manera tan rotunda hace un par de semanas. Me llevo acordando de ello toda esta mañana de domingo, porque, al repasar el tema de la Lírica Barroca, me he distraído en innumerables ocasiones. Algunas para buscar, leer y copiar composiciones como Amor constante más allá de la vida o el famoso soneto de Lope que dice aquello de “desmayarse, atreverse, estar furioso…”; otras para recordar la edición facsimilar de la poesía del Fénix de los ingenios que compré en Boxoyo, y para revisar los materiales que preparé sobre la Lírica Barroca para los alumnos de 1º de Bachillerato del IES Profesor Hernández Pacheco, a quienes mostré este volumen; otras para leer algunas cosas de esa composición que no es otra cosa que una parodia de los poemas épicos en la que los gatos hacen alarde de sentimientos humanos como el valor, el amor, la venganza y el odio. Lo mismo me ocurrió la semana pasada en la BC de Cáceres, cuando intentaba volver sobre el tema 49, “La novela en los Siglos de Oro. La novela picaresca: El Lazarillo de Tormes”. Irrumpí mi estudio para buscar información sobre determinados aspectos de esta obra. Me detuve, especialmente, en la teoría que defiende el nacimiento de la picaresca como consecuencia del elevado número de vagabundos y pícaros que existía en la época en nuestro país. “Mabel, estudia; vas a tener solo dos horas para plasmar tus conocimientos sobre un determinado tema. Bueno, si cae alguno de los que vas a llevar preparados, claro”. Pues nada, oye, que toda una mañana para repasar un tema de 5 folios y a una le quedan, todavía, las conclusiones y las referencias bibliográficas. Pero aquí no queda la cosa, porque al coger el folio donde recojo la bibliografía, pienso que quizá en la obra “Lírica y Poética en España, 1536-1780” de Russell P. Sebold (Cátedra, 2003) –obra que utilicé para elaborar las conclusiones del tema 47 (“La lírica renacentista de la primera mitad del Siglo XVI: Garcilaso de la Vega”. Apunte: me gustó eso de que para la mayor parte de los críticos y poetas de los siglos XVI- XIX, cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino tan solo el de Garcilaso)– vienen datos relevantes sobre el tema con el que ahora estoy. “No, Mabel; ni siquiera tienes aquí el libro. Sigue, por favor; deja de enredar ya”. Que sí, que L. tenía toda la razón del mundo. Y no me pesa, de verdad. No me pesa ni atormenta perder el tiempo en estos asuntos. Como tampoco va a pesarme mañana el asistir, en el aula 27 de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, a la conferencia (“Jorge Luis Borges en la ciudad de los inmortales”) y lectura de poemas a cargo del poeta y profesor de la Universidad de Murcia, Dr. Vicente Cervera. Que sí, que sí, que L. tiene razón, pero yo también la tengo cuando digo que me gusta la gente que aprecia la literatura y las letras, a pesar de que su área de estudio y su vida profesional estén vinculadas completamente con las ciencias.

Lo que ocurre es que el discurrir de un recuerdo nos lleva siempre a otros, y es por eso por lo que mi cabeza sigue funcionando más allá de los límites que me imponen los apuntes que tengo delante de mis narices. Es por eso por lo que ahora recuerdo –y vuelvo a leer– el mensaje que alguien me envió ayer por la noche, después de andar bajo la lluvia, sin paraguas y con la cara, el pelo y la ropa empapada: “A veces me da la sensación de que hablando contigo se arregla un poquito mi mundo”. A mí también me da la sensación, no a veces, sino siempre, de que merece la pena caminar con alguien que, en medio de la tormenta, te hace sentir importante, te hace sentir bien.

“Mabel, guapa, baja y vuelve ya”. Pues eso, que me esperan de nuevo los folios.




jueves, 5 de abril de 2018

En la memoria de la piel


Es curioso cómo una canción, un poema, un lugar, un olor, un beso, un abrazo, una situación o una fecha, te permiten retroceder en el tiempo como si la vivencia de ayer fuese la misma que la de de hoy, que la de ahora. Así con Adolescente fui en días idénticos a nubes o con el soneto XXIII de Garcilaso, su composición más conocida. Universal y actual, diría yo. También el olor a tierra mojada, o la fragancia de un perfume que se queda impregnada en el aire cuando un desconocido pasa por tu lado y te permite volver a otra persona. O cuando regresas a aquel lugar que sigue siendo el mismo, a pesar de que las personas que lo ocuparon un día ya no lo sean o no estén. Así hoy cuando he vuelto a escuchar “Entre las nubes” y “En blanco y negro” de Revolver. Me he situado de nuevo en una butaca del Gran Teatro de Cáceres con E., C., A., L. e I. Y es curioso, porque a medida que escuchaba esta última canción, mi cabeza ha empezado a reproducir una situación y una sucesión de escenas inventadas (como si se tratase del videoclip de la canción, siguiendo, literalmente, la letra y el sentido de esta) en la que todos los elementos, lugares y personas que aparecen, están teñidas del color de las fotografías antiguas, excepto el carmín de sus labios. También es poesía escuchar cierta música. Y, por supuesto, también son poemas ciertas canciones.

Oye, ¿qué haríamos sin la memoria?, yo no lo sé, la verdad.

Ahora me acuerdo de una canción que escuché hace unas semanas, cuando todavía funcionaba la radio del coche. “En la memoria de la piel”, de Rosana.

martes, 3 de abril de 2018

Este

Abril.

¿Cómo, de verdad, cómo es posible?

“¿Cómo es posible que estés tan cansada?, ¿cómo, a ver, cómo?"

La radio sigue estropeada. Viajas, de nuevo, con la poca música que hay en tu teléfono móvil. Lo colocas en el huequito que hay en la puerta del piloto, para que la atmósfera se embriague de ese eco que no te permite oír nada más. Pero oyes, aunque nunca se te ha dado nada mal acallar las voces que retumban en lo más hondo. Parece que ahora sí, que se te da mal. Quizá no tanto. “¿Por qué te estás acordando ahora de las palabras que te dijo A. hace ahora casi una semana?” Suena una canción que decides reproducir directamente desde youtube. Te recuerda a una persona y a una situación muy concreta. “Muy bien, sigue revolcándote en tu propia mierda”. Ese día llovía y hacía mucho frío, pero en aquel coche negro el calor subía desde el estómago hasta tu pecho, donde moría contigo. “¿Morías tú o el calor?”, qué más da. Elena conducía algo despacio. Recuerdas que dijo:

-“¿Por qué te tiras tanto del cuello del suéter?, ¿tienes calor?”
-“Sí. Baja la calefacción, por favor”.

Nunca habías escuchado esa canción y, de aquello, ya han pasado algunos años. “No te olvides de que el tiempo vuela, por favor. Ya lo sabes. Has podido comprobarlo en tus propias carnes”.

Aparcas. Por fin has llegado. “Otra vez el imbécil del vecino con el coche en la acera de enfrente para fastidiar al que viene detrás”. Tocas el timbre y, en efecto, afirmas lo que venías sintiendo desde hace un tiempo. “¿Cómo es posible que exista una relación tan directa entre apretar el botón que comunica, a quien está dentro de casa, que alguien ha llegado, y las malas noticias, que, últimamente, parecen no cesar nunca?” Pero no pasa nada, como siempre y como nunca. “¿Nunca pasa nada, verdad?”, aunque te resulte algo raro, porque parece ser que en la vida de los demás siempre ocurre algo. “Pues en la tuya no, guapa. Nunca”.

Cuando quieres volver te das cuenta de que no, de que, otra vez, se te ha olvidado algo. En realidad sabes que lo que se te ha olvidado es colocar la cabeza sobre los hombros. Y sí, así es, en efecto. “Pero nada, oye, que no cambias, joder, no cambias”. Tampoco es que te dure tanto el enfado, ¿eh?, sabes que sales victoriosa siempre de cualquier situación. No es optimismo, quien te conoce sabe que es pura cabezonería. Pero aun así, “joder, de verdad, es que ya es la tercera vez. Asienta la puta cabeza de una vez, chica.  Malditas gasolineras”.

Ahora sí, haces el viaje de vuelta, pero esta vez sin música. Ya ni siquiera hay voces; ya lo único que hay es nada. "¿Cómo, de verdad, cómo es posible?"

lunes, 2 de abril de 2018

Dejadme aquí

La poesía completa de Sánchez Rosillo (Tusquets, 2018) en un lunes previo a las obligaciones del martes. Un autorregalo más que maravilloso.

domingo, 1 de abril de 2018

Palabras a quien nunca podrá leerlas

He llegado de nuevo a casa para comprobar que no te hace falta verme para saberme ahí; que mi sola presencia provoca en ti un viaje más rápido que el de la luz; que, cuando estás en mi pecho, tu respiración se acelera, como tu corazón, que hoy ha latido junto al mío, pegado al mío; que mi voz cuando te hablo y cuando te canto se vuelve niña; que mis gestos y mi manera de besarte, abrazarte y quererte son tan dulces e inocentes que hacen que me olvide, durante unas horas, de lo hipócrita del ser humano; que aprieto tu cara arrugada contra la mía y deja de existir y de importarme la alergia que, minutos después, me asfixia; que ya te estoy echando de menos y que todo da igual si vuelvo a verme en tus ojos, aunque tú, quizá, ya no puedas ver.

Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir. Algo en el amor generoso y sacrificado de una bestia toca directamente el corazón de una persona que ha tenido ocasión de probar la falsa amistad y la vulnerable lealtad del hombre.

“El gato negro” de  Edgar Allan Poe.















jueves, 29 de marzo de 2018

Jueves Santo

En el hospital. Hago la broma con mis amigos de que es, sin duda, porque soy una hereje. “¿Qué persona se pone mala cuando todo el mundo está de fiesta?” La verdad es que es extraño esto de que a una, en fechas tan señaladas, le entre una crisis de jaqueca que no sufría desde hace meses. No, no es extraño, la verdad. Y, a decir verdad, tampoco me importa, porque no va mucho conmigo (“nada, Mabel, nada”) esa devoción obsesiva de la gente de echarse a las calles y hacer tapón, impidiendo el tráfico normal de las personas que quieren continuar, amablemente, con sus vidas. Dos días hemos salido a tomar unas cañas por el centro, y dos días he recordado las palabras de todos aquellos que me decían la semana previa a esta: “no te imaginas cómo se vive la Semana Santa en Cáceres”. Pues no, no me lo imaginaba, por eso hemos terminado, martes y miércoles, en zonas más tranquilas y alejadas de la periferia, con la intención de pasar una velada más tranquila; con la intención de disfrutar ante la atenta mirada de nadie y sin que exista la necesidad de explicarle a toda le gente desagradable y maleducada que no, que la alta no va a quitarles el sitio (“¿quitarles?, ¿es suyo?”) y mucho menos a impedir que sean testigos de semejante perfomance. Lo que os decía, una hereje.

Y todo esto en una tarde triste de marzo en la que el hospital parecía un hotel de lujo al que solo tienen acceso las personas de alta cuna. Ni un alma. Bueno, tres. Conmigo cuatro. “¿La gente solo se pone mala cuando no tiene otra cosa que hacer?”

-“María Isabel D…. Gamero pase al Box 3, situado al final del pasillo a la izquierda”. Esto sí que es una herejía; que una no se reconozca y afirme cuando la llaman por su nombre y que tenga que deletrear, siempre, su primer apellido. Vaya donde vaya. D O R D I O. 

Tres inyecciones y para casa, en sentido contrario al de todo el mundo, claro. 

martes, 27 de marzo de 2018

El poder de las palabras


Me sigue pareciendo increíble el poder que tienen las palabras para hundirnos en el fango (yo diría mierda, pero tengo que empezar a ser más comedida, a hablar mejor) o para salvarnos y poner a resguardo nuestra autoestima. Sobre todo en tiempos de tormenta. Lo que me parece más increíble aún es que, la mayoría de las veces, nuestro estado de ánimo y nuestro bienestar dependan directamente del poder que ejercen estas sobre nosotros. A veces también de su ausencia cuando hubo tiempo de decirlas (“¿qué mal suena esto, no? Ya no solo no sabes hablar, Mabel; tampoco escribir”). Ahora, no sé por qué (o sí), recuerdo una representación (Tabú) que vimos Jorge y yo en “La Malhablada” cuando, hace cosa de un mes, estuvimos en Salamanca. Los actores se pasaron los quince minutos que duró la representación lamentándose por todo aquello que querían y debieron decir pero que sin embargo callaron. Así, sin comas. A lo mejor no fue una decisión tan desacertada, mira tú por dónde. Sí, sí que lo fue, “¿qué cojones dices, Mabel? Uy, vuelvo a ser una malhablada”.

No estaba yo en estas cuando J. y P. me han contado hace un rato, en la cuarta mesa de la BC, que María del Carmen Martínez Bordiú ha solicitado la sucesión en el título de Duque de Franco, con Grandeza de España, tras el fallecimiento de su madre, Carmen Franco Polo, el pasado 29 de diciembre. Así lo recoge el BOE publicado ayer, 26 de marzo. “No me deis la mañana, os lo pido por favor”, ha sido mi respuesta que, ellos, han acogido entre risas.  Pues sí, estaba yo asimilando tan desagradable noticia (lo siento mucho) y tan infames palabras (lo siento mucho otra vez. “No mientas, Mabel. No lo sientes nada”) cuando he recibido un correo. “No, no, no, no. No puede ser” decía mientras daba saltitos en la silla de madera ante la atenta mirada de J. Cuatro líneas de felicidad (en el móvil más); 94 palabras leídas y releídas hasta la saciedad, con la emoción del enamorado cuando recibe un mensaje de su amada; con el mismo brillo en los ojos y la mismas ganas de comerse el mundo; con la cabeza perdida y viajando a cualquier mundo posible, excepto al que le ofrecen los apuntes que, de la novela picaresca, tiene delante. 

Ya (se) lo decía yo el otro día: "Son las pequeñas cosas que dan sentido a la vida. El afán, la pasión y las ganas; la escritura y la literatura. "
El poder y la sugestión de las palabras; el maravilloso mundo de las letras.

viernes, 23 de marzo de 2018

La tentación de existir



No es la primera vez que escucho eso de que “ver a alguien leyendo un libro que te gusta, es ver a un libro recomendándote a una persona”. Corren  por ahí –por aquí también– esas máximas o tópicos a las que una no le presta atención hasta que un día, cuando ocurre, se para a pensar. Como hoy. A.C. me ha pedido que saque un libro del depósito 1 para alguien que lo había solicitado. Como siempre, lo retiro de la estantería para, inmediatamente, leer su título en la portada. “La tentación de existir”, de E.M. Cioran; una obra de un autor amargo del que una ya ha leído algo. Poco, pero algo. Y no, no es una lectura de personas suicidas. Últimamente mi memoria falla más de lo normal, así que, cuando salgo del depósito, antes de entregárselo a A.B. (no va el nombre, es un alfabético más), decido copiar en el tema 50 de las oposiciones, “El Quijote”, el título del libro. Lo desmagnetizo y me disculpo, claro: “lo siento, es que he leído hace tiempo algo de Cioran ("Silogismos de amargura") y he corrido a apuntar el título de la obra, para leerla cuando pueda”. Y así, claro, “La tentación de existir” un día cualquiera –lluvioso otra vez– del mes de marzo.

Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para El como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí mismo, más que para volver de nuevo a sÌ enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastar· al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; solo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento.
De Pensar contra sí mismo, como todos hacemos la mayoría de las veces.
Como todos hacemos a lo largo de nuestra mediocre y corte vida.
Será de volver a leer a Cioran. Seguro que sí. Seguro.



miércoles, 21 de marzo de 2018

¿De días mundiales?


Escribo desde un escritorio que está pegado a la pared frontal de mi habitación, donde se encuentra la ventana. Recuerdo algo que leí en El balcón en invierno. El protagonista adolecía por su inactiva vida, por su papel de espectador en un mundo que, en su caso,se reducía a un escritorio –“¿sería como el tuyo, Mabel?”–, plagado de bolígrafos y folios, donde escribía al margen de lo que acontecía más allá de esas cuatro paredes. Desde ese pequeño cosmos veía el ir y venir de la gente, hasta que un día decidió pasar a la acción, para darse cuenta, después, de que aquel no era su mundo. Volvió, entonces, a su quehacer cotidiano, a aquel lugar que se había convertido en su refugio; a aquel lugar donde todo tenía sentido. “¿Pero no venías a escribir aquí de otras cosas, Mabel? Ah, se me olvidaba, tengo que recomendarle El balcón en invierno a mi hermano Chané. Seguro que le gusta”.  Pues eso, que yo también me siento protegida de la infamia, la mediocridad y la hipocresía de este mundo cuando ocupo esta silla.

Es por eso por lo que escribir, torpe y mal, me cuesta menos. Como hoy, que quería escribir de los días mundiales, que nada me gustan, pero que juegan un papel social importante cuando se trata de dar visibilidad a un colectivo ignorado o menos tenido en cuenta. Lo discutía el otro día con Juan. Tenías razón, amigo.

Cuando pienso en que es hoy el Día Mundial del Síndrome de Down se me vienen a la cabeza, especialmente, dos nombres: Adrián y Alberto, los dos con “A” de ángel. Adrián, “tú eres nuestro mundo”. Creo que ese era el lema de un pequeño body que le regalé un caluroso día de verano cuando, con mi hermana, fui a conocerlo. De eso hace ya casi dos años, que son los que él cumplirá dentro de unos meses. No me gusta escuchar la típica frase: “qué suerte ha tenido X de haber nacido en una familia donde lo han acogido con tanto amor”. Perdonad, suerte la de los padres con hijos que les hacen ver la vida de una manera especial y maravillosa; que les hacen ver el mundo desde los ojos de la inocencia y el amor. Adrián, “tú eres nuestro mundo”. A Alberto no lo conocí. Sandra me habla de él con la ternura y el amor de quien admira a alguien que, por desgracia, ya no está. Sé que se volvía loquito cuando veía a su tío Andrés y que le entusiasmaba ver bailar a Andrea. Sandra me ha contado muchas veces que, cuando era pequeño, traía a todos de cabeza, que no paraba quieto y que era algo travieso. También dice que era un niño noble y lleno de vida. Pues sí, a lo mejor lo conozco un poco más de lo que pensaba, porque no hay manera más especial de conocer a alguien que a través de los ojos de quien mira y admira con tanto cariño.

Cuando pienso en que hoy es, también, el Día Mundial de la Poesía, recuerdo todos los versos que han inundado mi vida desde que mi relación con la literatura se convirtió en una de las más apasionantes y duraderas que voy a tener jamás. Y aquí estoy, frente a un libro violeta, que me regaló Marta, de Luis Cernuda. Está colocado a mi derecha, y oigo como me dice, con voz apremiante y sugerente, “léeme”.  A sus órdenes, como siempre.

También es hoy el cumpleaños de Carmen. Esta mañana contestaba mi felicitación diciéndome que si tiene que aprender a ser un poco más amable es porque se parece a mí, pero no en lo de bella. Claro que sí, Carmen. Sabes que me gusta hacerte rabiar, pero también que pienso, como todos los que te conocemos, que debajo de esa coraza y de esa lengua astuta y rápida, hay un corazón puro y lleno de bondad. Y claro que no, Carmen, no te pareces a mí, por mucho que nuestros físicos –ya menos– sean bastante similares y que compartamos lugar –no tamaño– de nuestras manchas de nacimiento. Tampoco te creas cuando te dicen que eres la versión mejorada de tu tía, porque quienes lo dice no tienen ni puta idea; eres la versión perfecta de ti misma. Ahora se me viene a la cabeza una imagen clara, preciosa y precisa: una niña de pelo corto y moreno, de piel canela y vestido blanco de tirante ancho. La veo cuando entro en el salón de casa y pienso, “joder, ¿es que el tiempo no va a detenerse nunca?” No, Carmen, no se detiene. Y yo vivo feliz por ver cómo te conviertes en una mujer de la que se sienten orgullosas todas las personas que te quieren y que están a tu alrededor.


Carmen cumple hoy quince y poesía es ella. Poesía también son Adrián y Alberto.