martes, 7 de febrero de 2017

De la vida

El domingo llegué a Cáceres con  las mismas ganas de empezar el lunes las clases del segundo cuatrimestre, que el niño que desenvuelve los regalos el 6 de enero cuando ya sabe que los Reyes Mayos no son Melchor, Gaspar y Baltasar, sino mamá y papá. Imagínense.

Lo comentaba con Carlos a las 22:00. Es de amigos quitarle hierro al asunto cuando una de las dos partes está a punto de erosionar. No entiendo cómo los profesores son capaces de enfrentarse a un aula a la que ni ellos mismos tienen ganas de enfrentarse. Creedme cuando os digo que soy la menos indicada para juzgar a nadie, pero creo que la Universidad de Extremadura tiene profesores demasiado buenos para estar perdiendo el tiempo con asignaturas tan estúpidas. O planteadas de manera tan estúpida. O ya no sé yo lo que es estúpido o lo que no. Quizá la estúpida, como siempre de aquí para atrás, y como siempre de aquí apara adelante, seguro, sea yo.

A las 23:00 me despido de Carlos para seguir con La vida negociable.

¿En serio? No puede ser que dejase la lectura aquí y que en este preciso instante venga a toparme con estas palabras.

Vuelvo a coger el móvil para hablarle a Carlos otra vez.

-Mira. Nosotros a veces hacemos esto, ¿verdad, amigo?, lee desde aquellas hasta mundo (le mando la foto del fragmento).

 (Lo lee. Me contesta)

-Todos los días, a todas horas.

Este es el fragmento:

“Aquellas confidencias, además de la visión pesimista de un mundo donde no había sitio para gente como nosotros, y la convicción de que la vida al uso carecía de alicientes, todo eso, creó entre los dos una atmósfera de confianza, de confabulación, de solidaridad, como si hubiésemos hecho un pacto, como si fuéramos miembros de una secta que conspirase contra el orden general de las cosas. Nos contábamos nuestras pequeñas manías, nuestros asuntos familiares, el mutuo desinterés por los estudios, y siempre volvíamos a los mismo, a la crueldad, a la injusticia, y a la estupidez de la sociedad, de los humanos y del mundo.”

Ayer por la tarde, antes de empezar las clases, recordé el cuatrimestre del año pasado. Por aquellos entonces estaría disfrutando de las metáforas cognitivas y conociendo al iracundo estremeño Bartolo Gallardete desde la perspectiva de Lupián(ejo) Zapat(a)(illa).

Ayer, cuando empecé las clases en el aula 27, recordé mi primer año de carrera. Cuarta fila, ala derecha. Noelia, Andrea, Fátima, Conchi, Jose, Pedro, Zakarias, y yo. Casi siempre los mismos. Un día, Zakarias y yo, -ala izquierda, penúltima fila- en la clase de filosofía con el profesor I.R., dibujábamos, nos reíamos y comentábamos el dibujo en voz baja. No sé cómo pudo escucharnos el profesor cuando ni siquiera nos estaban oyendo los compañeros que teníamos delante, lo único que recuerdo es que se quitó las gafas, las tiró con mal genio y dijo: se suspende la clase por el escándalo que están armando dos compañeros allí atrás, y salió cabreado por la puerta. Tengo la suerte de, al menos, poseer la inteligencia de los tontos y poder conservar en la memoria los recuerdos como si los hubiese vivido ayer mismo.


Ay, qué nostalgia más tonta hoy también…

No hay comentarios:

Publicar un comentario