El domingo llegué a Cáceres
con las mismas ganas de empezar el lunes
las clases del segundo cuatrimestre, que el niño que desenvuelve los regalos el
6 de enero cuando ya sabe que los Reyes Mayos no son Melchor, Gaspar y
Baltasar, sino mamá y papá. Imagínense.
Lo comentaba con Carlos a las
22:00. Es de amigos quitarle hierro al asunto cuando una de las dos partes está
a punto de erosionar. No entiendo cómo los profesores son capaces de
enfrentarse a un aula a la que ni ellos mismos tienen ganas de enfrentarse.
Creedme cuando os digo que soy la menos indicada para juzgar a nadie, pero creo
que la Universidad de Extremadura tiene profesores demasiado buenos para estar
perdiendo el tiempo con asignaturas tan estúpidas. O planteadas de manera tan
estúpida. O ya no sé yo lo que es estúpido o lo que no. Quizá la estúpida,
como siempre de aquí para atrás, y como siempre de aquí apara adelante, seguro,
sea yo.
A las 23:00 me despido de Carlos
para seguir con La vida negociable.
¿En serio? No puede ser que
dejase la lectura aquí y que en este preciso instante venga a toparme con
estas palabras.
Vuelvo a coger el móvil para
hablarle a Carlos otra vez.
-Mira. Nosotros a veces hacemos
esto, ¿verdad, amigo?, lee desde aquellas
hasta mundo (le mando la foto del fragmento).
(Lo lee. Me contesta)
-Todos los días, a todas horas.
Este es el fragmento:
“Aquellas confidencias, además de
la visión pesimista de un mundo donde no había sitio para gente como nosotros,
y la convicción de que la vida al uso carecía de alicientes, todo eso, creó
entre los dos una atmósfera de confianza, de confabulación, de solidaridad,
como si hubiésemos hecho un pacto, como si fuéramos miembros de una secta que
conspirase contra el orden general de las cosas. Nos contábamos nuestras
pequeñas manías, nuestros asuntos familiares, el mutuo desinterés por los
estudios, y siempre volvíamos a los mismo, a la crueldad, a la injusticia, y a
la estupidez de la sociedad, de los humanos y del mundo.”
Ayer por la tarde, antes de
empezar las clases, recordé el cuatrimestre del año pasado. Por aquellos
entonces estaría disfrutando de las metáforas cognitivas y conociendo al iracundo estremeño Bartolo Gallardete desde
la perspectiva de Lupián(ejo) Zapat(a)(illa).
Ayer, cuando empecé las clases en
el aula 27, recordé mi primer año de carrera. Cuarta fila, ala derecha. Noelia,
Andrea, Fátima, Conchi, Jose, Pedro, Zakarias, y yo. Casi siempre los mismos. Un
día, Zakarias y yo, -ala izquierda, penúltima fila- en la clase de filosofía
con el profesor I.R., dibujábamos, nos reíamos y comentábamos el dibujo en voz
baja. No sé cómo pudo escucharnos el profesor cuando ni siquiera nos estaban
oyendo los compañeros que teníamos delante, lo único que recuerdo es que se
quitó las gafas, las tiró con mal genio y dijo: se suspende la clase por el escándalo
que están armando dos compañeros allí atrás, y salió cabreado por la puerta. Tengo
la suerte de, al menos, poseer la inteligencia de los tontos y poder conservar
en la memoria los recuerdos como si los hubiese vivido ayer mismo.
Ay, qué nostalgia más tonta hoy
también…
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