Era
la perra de todos hasta que él se
marchó. Entonces enloqueció y jamás volvió a ser la misma. En una pequeña
pedanía de 600 habitantes eran típicos los galgos, yorkshires, podencos, y
otras muchas razas comunes, pero no el shar pei. Había quienes decían que era un
perro bastante feo, arrugado y con cara de pena; otros, por el contrario,
celebraban la extraña belleza de aquel animal con aspecto de acordeón. El caso es que desde que llegó
al pueblo, él jamás salía a pasear sin su Leo,
y a esta nunca le hizo falta una correa para ir al lado de su amo. Se
convirtieron en amigos, compañeros de batalla y confidentes. Todas las mañanas,
a eso de las siete y media u ocho, recorrían juntos el camino hasta la charca o
el antiguo cementerio y, cuando volvían al pueblo, se sentaban en el arco hasta
la hora de comer. Allí los esperaban el resto de jubilados, y entre
conversaciones y risas pasaban la mañana.
Todos
hombres y ella, Leo, que parecía no
querer separarse nunca de él.
En
casa, su sillón era el tuyo cuando por las noches se sentaba a descansar un
rato antes de irse a dormir y tú te subías encima de él. No era la imagen de un
animal enorme encima de un hombre entonces débil y enfermo, era mucho más que
eso; era el vivo reflejo de una amistad desinteresada y pura; de una amistad
fiel.
Hay
veces que la vida nos regala imágenes que ni las palabras son dignas de cubrir
o envolver. Es cierto que la lengua se pone al servicio de quienes la utilizan
para describir todo aquello que desean, pero a veces nos quedamos suspendidos
ante una escena o un momento y es entonces cuando te das cuenta que el silencio
es lo único que verdaderamente puede hacer justicia.
Lo
he descubierto cuando he cerrado los ojos y he recordado este momento, o cuando, apoyada en las rejas negras, desde el paseo, he visto a un hombre, con una
chaqueta roja y naranja, pasear con su perra por el camino. Quizá antes no
apreciase esto y por eso podía escribir y describirlo sin más; hoy no. Hoy
aprecio, cierro los ojos, veo, y no soy capaz.
No
fuimos los únicos que tuvimos que decir adiós sin esperarlo. Tú, desde el silencio más absoluto, lo
dijiste. Lo sigues diciendo. Lo veo en tus ojos. Sobre todo cuando nos toca
recorrer juntas el camino que antes recorrías con él todos los días.
Como siempre, la literatura habla y yo escucho:
"CIPIÓN.-Lo
que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y
gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad;
y así, habrás visto (si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro,
donde suelen estar las figuras de los que allí están enterrados, cuando son
marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura de perro, en señal
que se guardaron en la vidad amistad y fidelidad inviolable.
BERGANZA.-Bien
sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos
difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas
donde estaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que
se les acababa la vida."
El coloquio de los perros, Miguel de Cervantes.
“Algo
en el amor generoso y sacrificado de una bestia toca directamente el corazón de
una persona que ha tenido ocasión de probar la falsa amistad y la vulnerable
lealtad del hombre”
El gato negro, Edgar Allan Poe.
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