“Ese
día aprendí que, igual que en un instante uno puede llegar a convertirse en un
canalla o en un santo, alguien puede también llegar a aprender y a sentir de golpe lo
que un sabio quizá no consiga adquirir en una larga vida consagrada al estudio.
Entonces comprendí por qué el amor aparece representado por Cupido, hijo de
Marte, el dios de la guerra, por qué lleva los ojos vendados y por qué sus
armas son el arco y las flechas, y por qué se habla de las heridas mortales del
amor. En un momento conocí el dolor insufrible, los celos, la insignificancia y
la grandeza, la esperanza más loca y la desesperanza más atroz, la alegría de
crear y construir y la euforia ante una posibilidad devastadora apocalíptica,
la inspiración y la torpeza, la seguridad de sentirme capaz de todo, de las
tareas más esforzadas, capaz de esforzar las acrobacias más difíciles, de dar
saltos mortales, de brincar por sobre las estatuas y las cabinas telefónicas, y
de bajar al fondo del mar y a los más peligrosos abismos, pero también de
convertirme de repente en una sabandija y desaparecer astuto, escurridizo,
hacia el subsuelo legamoso, mi verdadero medio natural…”
La vida negociable, Luis Landero.
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Imagen de Sara Herranz |
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