Sintagma
ambiguo, sí. En el sentido literal y en el más metafórico o poético, pero en
este caso vengo a hablar del literal.
Tras
varias semanas con insomnio, la madrugada del miércoles al jueves conseguí vencerlo
durante un par de horas, pero lejos de resultar placentero se convirtió en toda
una pesadilla. Nunca mejor dicho.
Me
encontraba en una reunión de la universidad con varios de mis profesores. No sé
por qué, ni cómo, ni cuándo. Pero allí estaba, sentada, expectante, sin saber a
lo que me iba a tener que enfrentar. La reunión había empezado. Se debatieron
una serie de cuestiones y, de repente, cuando quise intervenir para plantear
una propuesta, “X” dijo:
-Mira,
mejor que te calles porque no creo que lo que tengas que decir tenga mucho
sentido cuando no haces nunca nada bien.
Callé.
-Siempre
pierdes todo, eres un desastre. Pierdes el autobús, pierdes el tren, perdiste
hace dos años la cartera con cuatrocientos euros y toda la documentación,
perdiste también la chaqueta roja hace un par de meses. Además, metes la pata
continuamente, eres torpe… (y un sinfín de lindezas
que no llego a recordar). No le veo sentido a esta reunión, me voy a fumar un cigarro con “X2”.
En
este instante, pedí permiso para salir de la sala e irme yo también. Subí a la
primera planta y allí me encontré con otro profesor.
-¿Dónde
vas? Dijo
-A fumarme un cigarro. Hace dos años y medio dejé
el tabaco pero hoy necesito un cigarro y quiero fumármelo, contesté.
-Toma,
te invito. Yo también lo dejé hace algunos años pero hoy también me apetece
fumarme uno y por eso he subido.
Nos
fumamos el cigarro y, después, en la
terracita, quería volver a sentir el sabor de este en mi boca.
La terracita se había convertido en otro lugar (en mis sueños suelo
teletrasportarme siempre) y me encontré a una chica de mi pueblo con su novio
haciendo abdominales. Me dijo:
-Anda,
la que había dejado de fumar, ya sabía que volverías…
¿Fin?
La terracita es un lugar al que yo, en mi sueño, podía acceder con
toda la libertad del mundo, pero en la realidad no. En el pasillo de la planta
1 donde está mi antigua aula 27, hay grandes ventanales. Detrás de esos
ventanales, que estaban sujetos con dos bisagras grises (recuerdo esta imagen
del sueño, no sé por qué), se encontraba esa terraza en la que yo iba a fumarme
mi segundo cigarro tras dos años, cuatro meses y dieciocho días. Iba a hacerlo
al aire libre y con el regalo de observar mientras la belleza que envuelve toda
mi facultad y sus alrededores: iba a ver la Biblioteca Central desde arriba,
las letras de Filosofía y Letras desde
arriba también, la nueva estatua de Cervantes, la gente pasando de un lado para
otro, las puertas abriéndose y cerrándose, amigos y conversaciones en los
bancos, y quién sabe si hubiese tenido la oportunidad de ver o vivir algo más.
Pero no, ni cigarro ni nada. Unas palabras y un sentimiento de angustia fueron la
sentencia que me hicieron despertar: Anda,
la que había dejado de fumar, ya sabía que volverías…
Recuerdo
ahora las conversaciones con Yorito cuando dejó de fumar. Soñaba continuamente que se pegaba unos panzones de fumar, como
él decía. Creo que de vez en cuando sigue soñando esto.
Creo que no soy exfumadora y nunca llegaré a serlo, porque aunque ya no tenga el hábito
ni la necesidad de fumar, a veces desearía volver a hacerlo. Como ahora, y como
el otro día. Ahora mataría por estar en esa terracita con un buen libro y un
paquete de tabaco. Eso sí, con algunos grados más…
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