domingo, 12 de febrero de 2017

Julio Cortázar


Hoy se cumplen 33 años de la muerte de Julio Cortázar.

Empecé hace poco a leer Rayuela (Andrés, A. (Ed). (2007). Rayuela. Madrid: Cátedra)   pues, como dije en una de mis entradas anteriores, siempre llego tarde cuando se trata de cosas importantes.
Es una lectura que me va a llevar bastante tiempo porque no soy capaz de leer una página sin detenerme a anotar algunos fragmentos que consiguen cautivarme. Su manera de decir es tan apasionante que podría pasarme horas y horas leyendo el mismo fragmento. Supongo que esto no lo entiende todo el mundo o, bueno, quizás nadie… el caso es que así no hay quien avance.  

Copio aquí algunas de las palabras que deleitan los oídos de todo aquel que haya tenido el placer de sumergirse en estas páginas:

“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico." (pp. 119-120)

“[…] Aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferiríamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos." (p. 120)

“Nunca te llevé a que Madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro." (p. 122)

“Como no sabías disimular me di cuenta en seguida que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos." (p. 124)

“No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo." (p. 132)


El temporal cacereño me invita a continuar leyendo hoy esta obra. Adoro la lluvia (aunque sea la persona más friolera del mundo) y leer los días lluviosos en la cama. Otro de mis muchos vicios confesables...

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