Hoy
se cumplen 33 años de la muerte de Julio Cortázar.
Empecé
hace poco a leer Rayuela (Andrés, A. (Ed).
(2007). Rayuela. Madrid:
Cátedra) pues, como dije en una de
mis entradas anteriores, siempre llego tarde cuando se trata de cosas
importantes.
Es
una lectura que me va a llevar bastante tiempo porque no soy capaz de leer una
página sin detenerme a anotar algunos fragmentos que consiguen cautivarme. Su manera
de decir es tan apasionante que podría pasarme horas y horas leyendo el mismo
fragmento. Supongo que esto no lo entiende todo el mundo o, bueno, quizás nadie…
el caso es que así no hay quien avance.
Copio
aquí algunas de las palabras que deleitan los oídos de todo aquel que haya
tenido el placer de sumergirse en estas páginas:
“Y
era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su
delgada cintura y acercarme a la maga que sonreía sin sorpresa, convencida como
yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la
gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para
escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico." (pp. 119-120)
“[…]
Aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferiríamos encontrarnos en el
puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato
en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que
andábamos para encontrarnos." (p. 120)
“Nunca
te llevé a que Madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve
miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un
espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos
amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en
la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras
caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro." (p. 122)
“Como
no sabías disimular me di cuenta en seguida que para verte como yo quería era
necesario empezar por cerrar los ojos." (p. 124)
“No
estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico,
pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza
se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y
sentíamos que eso era el tiempo." (p. 132)
El temporal cacereño me invita a continuar leyendo hoy esta obra. Adoro la lluvia (aunque sea la persona más friolera del mundo) y leer los días lluviosos en la cama. Otro de mis muchos vicios confesables...
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